martes, 28 de mayo de 2019

CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)




Paula ni siquiera trató de dormir. Se abrigó con su bata de franela y, con la casa crujiendo bajo sus pies, se dirigió a la habitación de Pedro


Desde el cuarto de Amelia le llegó el murmullo de la última edición de las noticias. Desde el de
Lila el sonido leve de cítaras. No se le ocurrió sentirse incómoda o titubear.


Simplemente llamó a la puerta y aguardó a que él respondiera.


Cuando abrió con la camisa abierta y los ojos un poco adormilados, ella experimentó los primeros nervios.


—¿Paula?


—Necesito hablar contigo —miró hacia la cama, luego apartó la vista—.¿Puedo pasar?


—Quizá sería mejor esperar hasta la mañana —se preguntó cómo podía mantener la ecuanimidad cuando hasta una bata de franela le resultaba erótica.


—No estoy segura de poder.


—De acuerdo —el nudo en su estómago se apretó—. Claro —cuanto antes se explicara con ella, mejor. Eso esperaba. La dejó pasar y cerró la puerta—. ¿Quieres sentarte?


—Tengo demasiada energía nerviosa —cruzó los brazos y fue hasta la ventana—. Ha dejado de nevar. Me alegro. Sé que Susana estaba preocupada por algunas de sus flores. La primavera es muy impredecible en la isla —al volverse se mesó el pelo—. Hablo de naderías y odio eso —se calmó respirando hondo—. Pedro, necesito saber qué piensas sobre lo ocurrido esta noche. De verdad.


—¿Sobre esta noche? —repitió con cautela.


—La sesión espiritista —se pasó las manos por la cara—. Dios, me siento como una imbécil incluso al decirlo, pero sucedió algo —alargó las manos inquietas, a la espera de que él las tomara—. Soy muy realista, muy literal. Lila
es quien cree en esas cosas. Pero ahora… Pedro, necesito saberlo. ¿Sentiste algo
tú?


—No sé a qué te refieres. Ciertamente en varias ocasiones me sentí tonto.


—Por favor —le dio un tirón impaciente—. Sé sincero conmigo. Es importante.


—De acuerdo, Paula —después de todo, ¿no era eso lo que se había prometido que haría?—. Dime qué sentiste tú.


—El aire se tornó muy frío. Luego fue como si algo… alguien… estuviera de pie detrás de nosotros. Detrás y entre nosotros dos. No me asustó. Me sorprendió, pero sin temor. Estábamos con las manos juntas, como ahora. Y entonces…


Esperaba que él lo dijera, lo reconociera. Esos enormes ojos verdes lo exigían. 


Cuando Pedro habló, lo hizo con gran renuencia.


—Fue como si alguien apoyara una mano sobre las nuestras.


—Sí —con los ojos cerrados, acercó la mano de él a los labios—. Sí, exacto.


—Una alucinación compartida —comenzó, pero ella lo cortó con una carcajada.


—No quiero oír eso. Nada de explicaciones racionales —se llevó la mano de Pedro a la mejilla—. No soy una persona fantasiosa, pero sé que significó algo, algo importante. Lo sé.


—¿El collar?


—Solo una parte de ello, y no esa. El resto… el collar, la leyenda, y a lo descifraremos tarde o temprano. Creo que tendremos que hacerlo porque está escrito. Pero esto… esto fue como una bendición.


—Paula.


—Te amo —con los ojos oscuros y brillantes, le tocó la mejilla—. Te amo y nada en mi vida ha parecido jamás tan correcto.


Se quedó sin habla. Una parte de él quiso retroceder, sonreír con amabilidad y decirle que se estaba dejando llevar por el momento. El amor no surgía en una cuestión de días. Si alguna vez llegaba a pasar, lo cual era raro, tardaba años.


Otra parte, enterrada en lo más hondo de su ser, quiso abrazarla para que el momento no terminara nunca.


—Paula…


Pero ella y a se había acomodado en sus brazos, que parecían esperarla.


Como si no tuviera control sobre ellos, la envolvieron. El calor de ella lo penetró como una droga.


—Creo que lo supe la primera vez que me besaste —apoyó la mejilla en la de él—. No lo quería, no lo pedí, pero jamás había sido así para mí. Creo que nunca lo había esperado. Ahí estabas, de forma tan súbita y completa entraste en mi vida. Bésame otra vez, Pedro. Bésame ahora.


No pudo hacer otra cosa. Sus labios ya ardían por sentirla. Cuando se encontraron, ese fuego solo pudo avivarse. Ella era líquido en sus brazos y enviaba lenguas de fuego por su organismo. Cuando Pedro no logró evitar que su
demanda aumentara, Paula no titubeó, sino que se pegó a su cuerpo, ofreciéndole todo.Deslizó las manos bajo la camisa de él, encantada de sentir el temblor veloz e involuntario que le provocó. Los músculos de Pedro se tensaron bajo sus dedos con el tipo de fuerza que ella quería, necesitaba.


El viento suspiró más allá de la ventana igual que ella suspiró en sus brazos.


Pedro no tenía suficiente. Descubrió que quería devorarla mientras le recorría la cara con los labios, para pasar al cuello y mordisquearle la piel delicada. El aroma a madreselva remolineó en su cabeza. Ella se arqueó y los gemidos roncos de placer que emitió martillearon en su sangre.


Tenía que tocarla. Se volvería loco si no lo hacía. Y también si lo hacía.


Cuando le separó la bata, gimió al darse cuenta de que estaba desnuda para él.


Desesperado, llenó su mano con ella.


En ese momento Paula supo lo que era que le hirviera la sangre.


Prácticamente podía sentirla correr por sus venas, ardiendo allí donde él la tocaba. 


Experimentaba una debilidad gloriosa, mezclada con una especie de fuerza maníaca. Quiso darle ambas cosas y encontró el modo cuando Pedro la besó con frenesí en la boca.


Ella tembló incluso al responder. Se entregó mientras se encendía. Cuando la cabeza le cayó hacia atrás y clavó con fuerza los dedos en los hombros de él, Pedro sintió que por su interior se movía algo que era más que deseo y más profundo que la pasión.


Felicidad. Esperanza. Amor. Al reconocer los sentimientos, a ellos se sumó el terror.


Con la respiración entrecortada, se separó de ella.




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