lunes, 27 de mayo de 2019

CAPITULO 20 (PRIMERA HISTORIA)




Era la primera sesión espiritista a la que asistía Pedro. Sinceramente esperaba que fuera la última. No había tenido ninguna manera educada de declinar su asistencia. Cuando sugirió que quizá se tratara de una velada familiar, Coco rio y le palmeó la mejilla.


—Querido, ni se nos pasaría por la cabeza excluirlo. ¿Quién sabe?, quizá los espíritus inquietos elijan hablar a través de usted.


La posibilidad hizo poco para animarlo.


En cuanto los niños estuvieron arropados, el resto de la familia, junto con el reacio Pedro, se reunió alrededor de la mesa del comedor. Se había preparado el escenario.


Una docena de velas titilaba sobre el aparador en unos candelabros baratos que se mezclaban con Meissen y Baccarat. Otro trío de velas blancas brillaba en el centro de la mesa. Hasta la naturaleza parecía haber asumido el espíritu de la velada, por así decirlo.


En el exterior, la lluvia se había transformado en una leve nevada húmeda,agitada por un viento creciente. Cuando chocaba el aire caliente y frío, el trueno atronaba y el relámpago centelleaba.


Al sentarse, Pedro pensó con fatalismo que era una noche oscura y tormentosa. Coco, tal como había temido en secreto, no se había puesto un
turbante ni un chal. Como siempre, llevaba el pelo arreglado con meticulosidad.


Alrededor del cuello lucía un gran cristal de amatista, con el que no paraba de jugar.


— Y ahora, niños —instruyó—, tomaos las manos y formad el círculo.


El viento llamó a las ventanas cuando Paula. 


introdujo su mano en la de Pedro.


Coco le aferró la otra. Justo frente a él, Amelia sonrió, evidente en su expresión la diversión y la simpatía al tomar la mano de su tía y de Suzanna.


—No se preocupe, Pedro—le dijo—. Los fantasmas Chaves siempre se comportan bien cuando están en compañía.


—Es esencial la concentración —explicó Lila al cubrir el vacío entre sus hermanas mayor y menor—. Y básica, de verdad. Lo único que hay que hacer es vaciar la mente, en especial de cualquier cinismo —le guiñó un ojo a Pedro—.
Astrológicamente, es una noche excelente para una sesión espiritista.


Paula lo tranquilizó con un apretón de mano en el momento en que Coco intervenía.


—Todos debemos despejar las mentes y abrir los corazones —habló con un tono monótono y relajado—. Durante un tiempo he sentido que mi abuela, la infeliz Bianca, ha querido ponerse en contacto conmigo. Este fue su hogar estival los últimos años de su joven vida. El lugar donde pasó sus momentos más jubilosos y trágicos. El lugar donde conoció al hombre que amó y perdió —cerró los ojos y respiró hondo—. Estamos aquí, abuela, esperándote. Sabemos que tu espíritu se siente atribulado.


—¿Un espíritu tiene espíritu? —quiso saber Amelia, que se ganó una mirada colérica de su tía—. Es una pregunta razonable.


—Compórtate —murmuró Susana, conteniendo una sonrisa—. Adelante, tía Coco.


Permanecieron en silencio, y solo la voz de la tía Coco murmuraba por encima del crepitar del fuego y el gemido del viento. La mente de Pedro no se hallaba despejada. Estaba llena con el recuerdo de Paula en sus brazos, con el
dulce y generoso modo en que su boca se había abierto. La forma en que lo había mirado, con los ojos nublados y cálidos por las emociones. 


Emociones que imprudentemente él había agitado.


Lo dominaba la culpa.


Ella no era como Marla o cualquiera de las mujeres a las que había seducido a lo largo de los años. Era inocente y abierta, y a pesar de su voluntad fuerte y su lengua mordaz, dolorosamente vulnerable. De forma inexcusable, él se había aprovechado de eso.


«Aunque no es exclusivamente mi culpa» , se recordó. Después de todo, era una mujer hermosa y deseable. Y él era humano. El hecho de que la deseara, estrictamente en un plano físico, resultaba natural.


La miró en el momento en que ella giraba la cabeza y le sonreía. Tuvo que contener el impulso tonto de llevarse su mano a los labios y probar su piel.


«Maldita sea, conmueve algo en mí» . Algo que estaba decidido a que siguiera inamovible. 


Cuando ella le sonreía, e incluso cuando le fruncía el ceño, hacía que sintiera más, que quisiera más, que deseara más, más que de ninguna mujer que jamás hubiera conocido.


Era ridículo. Se hallaban separados por kilómetros, en todos los sentidos. Y, sin embargo, al tener esa mano cálida en la suya, se sentía más cerca y en sintonía con ella, más de lo que jamás había estado con nadie.


Incluso podía ver a los dos sentados en un porche soleado, observando a los niños jugar en la hierba. El sonido del mar tranquilizaba igual que una nana. El aire olía a rosas que trepaban por el enrejado. Y a madreselvas que crecían silvestres por doquier.


Parpadeó, temeroso de que se le hubiera parado el corazón. La imagen había sido nítida y aterradora. «Es la atmósfera», se aseguró. «La luz de las velas, el viento y el relámpago» . Jugaban con su imaginación.


No era la clase de hombre que se sentaría en un porche con una mujer a contemplar a los niños. Tenía trabajo, un negocio que dirigir. La idea de relacionarse con una mecánica de coches de temperamento vehemente resultaba absurda.


El aire frío pareció abofetearle la cara. Al ponerse rígido, vio que las llamas de las velas se inclinaban demasiado a la izquierda. «Una ráfaga de aire» , se dijo cuando el frío lo heló hasta los huesos.


Sintió el escalofrío de Paula. Al mirarla, sus ojos estaban muy abiertos y oscuros. Le apretaba los dedos con fuerza.


—¡Está aquí! —en la voz de Coco había sorpresa y entusiasmo—. No me cabe ninguna duda.


En su júbilo, a punto estuvo de soltar las manos y romper la cadena. Había creído… bueno, había querido creer, pero jamás había sentido una presencia con tanta nitidez. Le sonrió a Lila en el otro extremo de la mesa, pero su sobrina tenía los ojos cerrados y exhibía una leve sonrisa.


—Ha debido de abrirse una ventana —indicó Amelia, y se habría levantado para ir a comprobarlo si Coco no la hubiera frenado.


—Nada de eso. Quedaos quietos, todos. Está aquí. ¿No lo sentís?


Paula. sí, y no sabía si tenía que sentirse tonta o asustada. Algo era diferente.


Estaba segura de que también Pedro lo percibía.


Era como si alguien hubiera apoyado una mano sobre los dedos enlazados de Paula y Pedro. El frío se desvaneció, sustituido por una calidez tranquilizadora. Era tan real que miró por encima del hombro, convencida de que vería a alguien de pie a su espalda.


Sin embargo, lo único que vio fue la danza del fuego y las velas en la pared.


—Se encuentra tan perdida —Paula jadeó al darse cuenta de que era ella quien había hablado. Todos la miraron. Hasta Lila abrió con pereza los ojos.


—¿La ves? —inquirió Coco en un susurro, apretando los dedos de Paula.


—No. No, claro que no. Es que… —no podía explicarlo—. Es tan triste — musitó, sin saber que las lágrimas brillaban en sus ojos—. ¿No podéis sentirlo?


Pedro podía, y eso lo dejaba sin habla. Un corazón roto, y un anhelo tan profundo que era inconmensurable. «Es pura imaginación», se dijo. «El poder de la sugestión» .


—No te distancies de eso —Coco buscó con desesperación el procedimiento adecuado. Cuando al fin conseguía que pasara algo de verdad, no tenía ni idea de cómo continuar. Un trueno la sobresaltó—. ¿Crees que hablará a través de ti?


En el extremo opuesto de la mesa, Lila sonrió.


—Cariño, simplemente dinos qué ves.


—Un collar —se oyó responder Paula—. Dos hileras de esmeraldas flanqueadas por diamantes. Hermosos, brillantes —el fulgor hería los ojos—. Lo lleva puesto, pero no puedo verle la cara. Oh, es tan desdichada.


—El collar Chaves —musitó Coco—. De modo que es verdad.


Entonces, como si un suspiro recorriera el aire, las velas volvieron a titilar, luego se irguieron. Un leño cayó en la chimenea.


—Es extraño —comentó Amelia al sentir la mano laxa de su tía—. Iré a avivar el fuego.


—Cariño —Susana estudió a Paula con tanta preocupación como curiosidad —. ¿Te encuentras bien?


—Sí —Paula carraspeó—. Claro —miró a Pedro—. Supongo que la tormenta me ha afectado.


Coco se llevó una mano al pecho y dio una palmadita sobre su veloz corazón.


—Creo que a todos nos vendría bien una copita de brandy —se levantó, más conmocionada de lo que quería reconocer y se dirigió al aparador.


—Tía Coco —comenzó Paula—. ¿Qué es el collar Chaves?


—Las esmeraldas —pasó las copas—. Hay una leyenda familiar. Ya conocéis parte de ella, cómo Bianca se enamoró de otro hombre y murió de forma trágica. Supongo que ha llegado el momento de que os cuente el resto.


—¿Has guardado un secreto? —Amelia sonrió al jugar con su copa—. Tía Coco, me sorprendes.


—Quería esperar hasta el momento adecuado. Parece que ha llegado — volvió a sentarse con la copa entre las manos—. Según los rumores, el amante de Bianca era un artista, uno de los muchos que en aquellos días venía a la isla. Se reunía con él cuando Felipe se hallaba lejos de la casa, lo cual sucedía a menudo. El suyo no era exactamente un matrimonio pactado, pero casi. Ella era bastantes años más joven que él, y al parecer muy hermosa. Como Felipe destruyó todas las fotos de Bianca después de que esta muriera, no hay modo de saberlo con certeza.


—¿Por qué? —quiso saber Susana—. ¿Por qué haría algo así?


—Quizá por dolor —Coco se encogió de hombros.


—Lo más probable es que fuera por ira —intervino Lila.


—Sea como fuere —Coco calló para beber un sorbo—, destruyó todos los recordatorios de ella, y las esmeraldas se perdieron. Le había regalado a Bianca el collar cuando dio a luz a Elias, su hijo mayor —miró a Pedro—. Mi padre. No era más que un niño a la muerte de su madre, de modo que este jamás tuvo muy claros los acontecimientos. Pero su niñera, que había permanecido intensamente leal a Bianca, le contó historias sobre ella. Y esas sí que las recordó. A Bianca no le interesaba el collar, pero lo lucía a menudo.


—Como una especie de castigo —afirmó Lila—. Y talismán —le sonrió a su tía—. Oh, hace años que sé de la existencia del collar. Lo he visto, tal como Paula lo ha visto esta noche —se llevó la copa a los labios—. Tiene unos pendientes a juego. Lágrimas de esmeraldas, como la piedra en el centro de la hilera inferior.


—Te lo estás inventando —acusó Amelia, y Lila simplemente movió los hombros.


—No —le sonrió a Paula—. ¿Me lo estoy inventando?


—No —incómoda, Paula miró a su tía—. ¿Qué significa todo esto?


—No estoy segura, pero creo que el collar todavía es importante para Bianca. Jamás se lo volvió a ver a su muerte. Algunos creen que Felipe lo arrojó al mar.


—Imposible —dijo Lila—. El viejo no habría tirado ni un centavo al mar, mucho menos un collar de esmeraldas.


—Bueno… —a Coco no le gustaba hablar mal de su antepasado, pero se vio obligada a estar de acuerdo—. En realidad, no habría sido típico de él. El abuelo contaba los centavos.


—Hacía que Silas Marner pareciera un filántropo —comentó Amelia—. Bueno, ¿qué pasó con el collar?


—Ese, querida, es el misterio. La niñera de mi padre le contó que Bianca iba a dejar a Felipe; que había guardado una caja, lo que la niñera llamó la caja del tesoro. Bianca había sacado a hurtadillas todo lo que era valioso para ella.


—Pero terminó muerta —murmuró Paula.


—Sí. La leyenda cuenta que la caja, con su tesoro, se encuentra escondida en la casa.


—¿En nuestra casa? —Susana miró boquiabierta a su tía—. ¿De verdad crees que hay alguna especie de cofre del tesoro que ha estado escondido en alguna parte… cuántos… ochenta años, y que nadie lo ha encontrado?


—Es una casa muy grande —señaló Coco—. Por lo que sabemos, podría haberlo enterrado entre las rosas.


—Si es que alguna vez existió —murmuró Amelia.


—Existió —Lila asintió en dirección a Paula—. Y creo que Bianca ha decidido que y a es hora de encontrarlo.


Cuando todas empezaron a hablar al unísono, aportando argumentos y sugerencias, Pedro levantó una mano.


—Señoras, señoras —repitió, esperando que se calmaran—. Comprendo que es un asunto familiar, pero y a que se me ha invitado a participar en este… experimento, me siento obligado a añadir una nota de calma. A menudo las leyendas se exageran y expanden con el tiempo. Si existió un collar, ¿no sería más factible que Felipe lo vendiera a la muerte de su esposa?


—No habría podido venderlo si no hubiera podido encontrarlo —señaló Lila.


—¿Alguna de ustedes cree de verdad que su bisabuela enterró un tesoro en el jardín o lo ocultó detrás de una piedra suelta? —un vistazo alrededor de la mesa le indicó que era eso precisamente lo que pensaban. Movió la cabeza—. Esa especie de cuento de hadas es más apropiado para Alex y Jazmin que para mujeres adultas —extendió las manos—. En primer lugar, ni siquiera saben con certeza que existiera un collar.


—Pero yo lo he visto —afirmó Paula aunque hizo que se sintiera tonta.


—Lo imaginaste —corrigió él—. Piénsalo. Hace unos minutos, seis adultos racionales se sentaban alrededor de esta mesa con las manos unidas para convocar a fantasmas. De acuerdo, en una extraña especie de juego de salón, pero que alguien llegue a creer de verdad en los mensajes del otro mundo… — por el momento no pensaba añadir que también él había sentido algo.


—Tiene atractivo en un hombre cínico de mente pragmática —Lila se levantó para abrir uno de los cajones del aparador y sacar un bloc y un lápiz. Después de arrodillarse junto a la silla de Paula… comenzó a dibujar—. Respeto tu opinión, Pedro, pero el hecho no es que el collar existió… sino que estoy segura de que aún existe.


—¿Por los cuentos para dormir de una niñera?


—No, por Bianca —le sonrió y le acercó el bloc a Paula—. ¿Esto es lo que has visto esta noche?


Lila siempre había sido una artista inteligente.


Paula contempló el boceto del collar de dos hileras engastadas con esmeraldas de corte cuadrado, adornadas con brillantes. En la última hilera colgaba una gema grande con forma de lágrima.


—Sí —pasó la yema de un dedo por encima del papel—. Sí, lo es.


Pedro estudió el dibujo. Si realmente existía esa pieza, y el boceto de Lila se acercaba a su verdadero tamaño, sin duda valdría una fortuna.


—Santo cielo —murmuró Coco cuando le pasaron el cuaderno—. Santo Cielo.—Creo que Pedro tiene razón —Amelia estudió el collar antes de entregárselo a Susana—. No podemos derribar la casa piedra por piedra, aunque lo deseáramos. A pesar de cualquier experiencia paranormal que hay amos podido tener, lo primordial es cercioramos… cercioramos sin lugar a dudas —añadió cuando Lila suspiró—, de que el collar es una realidad. Incluso hace ochenta años algo así debía de costar una increíble cantidad de dinero. Tiene que existir algún registro. Si las famosas vibraciones de Lila se equivocan y se vendió otra vez, también tendría que existir un registro de esa transacción.


—Eres una aguafiestas —se quejó Lila—. Supongo que eso significa que dedicaremos el domingo a repasar una montaña de papeles.




CAPITULO 19 (PRIMERA HISTORIA)




Ella quiso mover la cabeza, apartarse y salir de la habitación con andar indiferente. Pero fluyó a los brazos de él y su boca salió al encuentro de la de Pedro.


Ella pegó mejor contra su cuerpo. No podía ni quería pensar en nada… ni en las consecuencias, ni en las reglas, ni en un código de conducta. Por primera vez desde que tenía uso de memoria, solo deseaba sentir. Esas agudas y dulces sensaciones que le provocaba ella eran más que suficiente para cualquier hombre.


Paula era fuerte, siempre lo había sido, pero no lo bastante para impedir que el tiempo se paralizara. Comprendió que toda la vida había estado esperando ese momento. Mientras sus manos subían por la espalda de él, abrazó el momento tan completamente como abrazó a Pedro.


El fuego crepitó en la chimenea. La lluvia repicaba en el exterior. Por toda la casa reinaba la ligera y picante fragancia del pebetero de Lila. Los brazos de él eran fuertes y firmes, aunque con una gentileza que Paula no había esperado.


Lo recordaría todo, cada detalle, junto con la oscura excitación de la boca de Pedro y el sonido de su nombre pronunciado por él.


La apartó, en esa ocasión despacio, más aturdido de lo que le gustaba reconocer. Al observarla, ella se pasó la lengua por los labios, como si quisiera saborear un último vestigio. El gesto delicado e inconsciente a punto estuvo de ponerlo de rodillas.


—No habrá disculpa esta vez —le dijo con voz poco segura.


—No.


—Te deseo —volvió a besarla—. Quiero hacer el amor contigo.


—Sí —fue un tipo de liberación glorioso. Sonrió sobre la boca de él—. Sí.


—¿Cuándo? —enterró la cara en su pelo—. ¿Dónde?


—No lo sé —cerró los ojos maravillada—. No puedo pensar.


—No lo hagas —le besó la sien, el pómulo, los labios—. No es el momento de pensar.


—Ha de ser perfecto.


—Lo será —le enmarcó otra vez la cara—. Deja que te lo demuestre.


Le creyó… las palabras y lo que vio en sus ojos.


—No puedo creer que vayas a ser tú —riendo, lo rodeó con los brazos y lo pegó a ella—. Que hay a esperado toda mi vida para estar con alguien y que seas tú.


—¿Toda tu vida? —la mano se frenó de camino hacia el cabello de Paula.


—Pensaba que la primera vez tendría miedo, pero no lo tengo. No contigo soñadoramente enamorada, —lo abrazó más fuerte.


—La primera vez —Pedro cerró los ojos. ¿Cómo había podido ser tan estúpido? Había reconocido la inexperiencia, pero no había pensado, no había terminado de creer que ella fuera completamente inocente. Y la había seducido en su propia cocina—. Paula.


—Tengo sed —se quejó Alex desde la puerta, haciendo que se separaran como niños culpables. Los miró con suspicacia—. ¿Por qué hacéis eso? Es desagradable —miró a Pedro con expresión dolida, de hombre a hombre—. No entiendo por qué alguien querría besar a las chicas.


—Es un gusto adquirido —le informó Pedro—. ¿Qué te parece si te damos algo para beber y luego hablo con tu tía? Necesito hacerlo en privado.


—Más tonterías sentimentales.


—¿Qué tonterías sentimentales? —quiso saber Amelia al pasar a su lado.


—Nada —Paula alargó la mano hacia la cafetera.


—Dios, qué día he tenido —comenzó Amelia mientras tomaba una galleta.


Dos segundos más tarde entró Susana, seguida de Lila. Cuando la cocina se llenó de risas y fragancias femeninas, Pedro supo que su momento se había perdido. En el instante en que Paula le sonrió desde el otro extremo del cuarto, también temió perder la cabeza.