sábado, 27 de julio de 2019
CAPITULO FINAL (CUARTA HISTORIA)
Era tarde cuando la familia se reunió en el salón. La policía al fin había concluido y los había dejado tranquilos. Formaban un frente sólido y unido bajo el retrato de Bianca.
Carolina estaba sentada, con un perro a los pies y las esmeraldas en el regazo.
No había derramado ninguna lágrima cuando Paula le había explicado cómo y dónde las habían encontrado, pero la consolaba disponer de ese pequeño y preciado recuerdo de su madre.
No se habló de muerte.
Pedro mantuvo a Paula cerca. La tormenta había pasado y había salido la luna. El salón estaba bañado de luz. El único sonido era la voz baja y clara de Paula mientras leía el diario de Bianca.
Pasó la última página y pronunció los pensamientos de Bianca mientras se preparaba para ocultar las esmeraldas.
«Al sacarlas y sostenerlas en las manos para observar su brillo a la luz de la lámpara, no pensé en su valor monetario. Serían un legado para mis hijos, y para sus hijos, un símbolo de libertad y de esperanza. Y con Christian de amor. Al amanecer, decidí guardarlas, junto con este diario, en un lugar seguro hasta que vuelva a encontrarme con Christian».
Despacio, Paula cerró el diario.
—Creo que ahora se ha reunido con él. Creo que ya están juntos.
Sonrió cuando Pedro le tomó la mano. Miró alrededor de la estancia, vio a sus hermanas, a los hombres que estas amaban, a su tía sonreír a través de las lágrimas, y a la hija de Bianca, contemplando el retrato que había sido pintado con un amor irreductible.
—Más que las esmeraldas, fue Bianca quien nos reunió. Me gustaría pensar que al encontrarlas, al sacarlas a la luz, hemos ayudado a que ellos se vuelvan a encontrar.
Fuera de la casa, la luna brillaba sobre los riscos, muy por encima de donde el mar libraba su constante batalla con las rocas. El viento susurraba entre las flores silvestres y daba calor a los amantes que allí paseaban
CAPITULO 64 (CUARTA HISTORIA)
Una hora más tarde, cuando los niños dormían otra vez tranquilos, la tomó del brazo y la sacó a la terraza. Todo el miedo y la furia que había sentido desde que Jazmin había aparecido corriendo y gritando por el pasillo se manifestaron en ese momento.
—¿Qué diablos creías que hacías?
—Tenía que mantenerlo lejos de Jazmin—pensó que estaba calmada, pero las manos empezaron a temblarle—. De pronto tuve una idea sobre las esmeraldas. Fue muy sencilla. Y las encontré. Y entonces apareció él… y Jazmin. Tenía un arma y, Dios, Dios, pensé que iba a matar a mi pequeña.
—De acuerdo, de acuerdo —musitó Pedro. Ella se aferró a él con la cara empañada por las lágrimas que no quiso contener—. Los niños están bien, Paula. Nadie va a hacerles daño. Ni a ti.
—No sabía qué otra cosa hacer. No intentaba ser valiente o estúpida.
—Fuiste ambas cosas. Te amo —le enmarcó la cara entre las manos y la besó—. ¿Te ha hecho daño?
—No —se secó los ojos—. Me persiguió hasta la torre y entonces… se quebró. Ya viste cómo se encontraba cuando entraste.
—Sí —a medio metro de ella, con una pistola en la mano. Pedro cerró los dedos sobre los hombros de Paula—. No vuelvas a asustarme de esta manera.
—Trato hecho —frotó la mejilla de él contra la suya—. Se ha terminado, ¿verdad?
Le dio un beso en la coronilla.
—No ha hecho más que empezar.
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