jueves, 25 de julio de 2019
CAPITULO 60 (CUARTA HISTORIA)
Mientras sus hombres se preparaban para cruzar la bahía, las mujeres Chaves se reunían en la torre de Bianca.
—Y bien —comenzó Amelia, con bloc de notas y lápiz—. ¿Qué es lo que sabemos?
—Teo ha estado comprobando las carpetas personales —aportó Catalina—. Afirmó que había algún problema con la retención de impuestos, pero es mentira.
—Interesante —murmuró Lila—. Esta mañana Max me impidió ir al ala oeste. Mi intención era ver cómo marchaban las cosas, y me puso todo tipo de excusas blandas de por qué no debería distraer a los hombres mientras trabajaban.
—Y Samuel guardó un par de carpetas en un cajón, que cerró nada más entrar yo anoche en la habitación —Amelia martilleó el bloc con el lápiz—. Si de verdad están comprobando a los obreros, ¿qué es lo que querrían que no supiéramos?
—Creo que tengo una idea —comentó Paula. Llevaba dándole vueltas todo el día—. Anoche me enteré de que habían entrado en la cabaña de Pedro para espiar —las tres la ametrallaron a preguntas—. Esperad —alzó una mano—, Pedro estaba irritado conmigo, razón por la que salió el tema. Lo cual lo irritó aún más. Pero me contó, porque quería asustarme para que me retirara, que había sido Livingston.
—Lo que significa —concluyó Amelia—, que nuestro viejo amigo sabe que Pedro está relacionado con el asunto. ¿Quién más lo sabe aparte de nosotros? —a su manera organizada, comenzó a apuntar nombres.
—Oh, olvida eso —indicó Lila con un movimiento displicente de la mano—. Nadie lo sabe salvo la familia. Ninguno de nosotros lo ha mencionado fuera.
—Quizá lo averiguó de la misma manera que lo hizo Max —sugirió Catalina—. Por la biblioteca.
—Es posible —Amelia lo apuntó—. Pero tiene los papeles desde hace semanas. ¿Cuándo entró en la cabaña de Pedro?
—Hace un par de semanas, pero no creo que haya realizado la conexión de esa manera. Creo que la obtuvo de nosotros.
Se produjo una discusión instantánea. Paula se puso de pie y alzó ambas manos para cortarla.
—Escuchad, ya hemos acordado que nadie ha hablado de ello fuera de la casa. Y hemos convenido que los hombres intentan evitar que nos enteremos de que están investigando a los obreros. Lo que significa…
—Lo que significa —interrumpió Amelia y cerró los ojos—, que el canalla trabaja para nosotros. Es como una mosca en la pared, que puede recabar pequeñas piezas de información, echar un vistazo por la casa. Estamos tan acostumbrados a ver obreros, que no le echaríamos un segundo vistazo.
—Creo que Pedro ya ha llegado a esa conclusión —Paula volvió a levantar las manos—. La cuestión es, ¿qué hacemos al respecto?
—Mañana le alegraremos el día a los obreros y visitamos la obra —Lila se irguió en el mirador—, no sé qué aspecto habrá adoptado esta vez, pero lo conoceré si me acerco lo suficiente —zanjado ese tema, volvió a recostarse—. Y ahora, Paula, ¿por qué no nos cuentas cuándo te pidió el chico malo de Alfonso que te cases con él?
—¿Cómo lo sabías? —Paula sonrió.
—Para ser un ex poli, tiene buen gusto en las joyas —tomó la mano de su hermana para exhibirla ante las otras mujeres.
—Anoche —respondió mientras la abrazaban y besaban—. Esta mañana se lo dijimos a los chicos.
—La tía Coco se va a subir por las paredes —Catalina apretó el hombro de Paula—. Las cuatro casadas en cuestión de meses. Estará en el cielo de las celestinas.
—Lo único que necesitamos ahora es meter a ese enfermo detrás de unos barrotes y encontrar las esmeraldas —Amelia se secó una lágrima—. ¡Oh, no! ¿Os dais cuenta de lo que significa esto?
—Que tendrás que organizar otra boda —respondió Paula.
—No solo eso. Significa que vamos a tener que quedarnos con la tía Carolina hasta que se haya tirado el arroz.
CAPITULO 59 (CUARTA HISTORIA)
El apartamento que Marshall había apuntado se hallaba a las afueras del pueblo.
Una mujer encorvada abrió la puerta al tercer golpe atronador de Pedro.
—¿Qué? ¿Qué? —demandó—. No quiero ninguna enciclopedia ni aspiradora.
—Buscamos a Roberto Marshall —explicó Pedro.
—¿Quién? ¿Quién? —lo escudriñó a través de los cristales gruesos de sus gafas.
—Roberto Marshall —repitió.
—No conozco a ningún Marshall —gruñó—. Hay un McNeilly en la puerta de al lado y un Mitchell abajo, pero ningún Marshall. Tampoco me interesa comprar ningún seguro.
—No vendemos nada —indicó Teo con su voz más paciente—. Buscamos a un hombre llamado Roberto Marshall que vive en esta dirección.
—Les he dicho que no hay ningún Marshall. Yo vivo aquí desde hace quince años, desde que ese vago inútil con el que me casé falleció y me dejó solo con deudas. A usted lo conozco —dijo de pronto, señalando a Samuel con un dedo
nudoso—. Vi su foto en el periódico —desvió la mano a una mesa que había junto a la puerta y asió un sujetalibros de hierro—. Robó un banco.
—No, señora. Me casé con Amelia Chaves.
La mujer sostuvo el sujetalibros mientras reflexionaba.
—Una de las chicas Chaves. Es cierto. La más joven… no, esa no, la siguiente —satisfecha, dejó el sujetalibros en la mesa—. Bueno, ¿qué quieren?
—A Roberto Marshall —repitió Pedro—. Dio este edificio y este apartamento como su dirección.
—Entonces es un mentiroso o un tonto, porque vivo aquí desde que el inútil de mi marido pilló neumonía y murió. Hoy aquí, y mañana no —chasqueó los dedos—. Poco he perdido.
Pensando que era un callejón sin salida, Pedro miró a Samuel.
—Dale una descripción.
—Tiene unos treinta años, un metro ochenta de altura, delgado, pelo negro hasta los hombros, bigote tupido.
—No lo conozco.
—Déjame a mí —intervino Max y describió al hombre al que había conocido como Ellis Caufield.
—Parece mi sobrino. Vive en Rochester con su segunda mujer. Vende coches usados.
—Gracias —a Pedro no le sorprendió que el ladrón hubiera dado una dirección falsa, pero estaba irritado. Al salir del edificio, sacó una moneda de un cuarto de dólar.
— Supongo que nos toca esperar hasta mañana —decía Max—. No sabe que lo buscamos, así que aparecerá por el trabajo.
—Ya estoy harto de esperar —se dirigió a una cabina telefónica. Después de meter la moneda, marcó un número—. Soy el detective Alfonso, del departamento de policía de Portland, placa número 7375. Necesito una comprobación —dio el teléfono que aparecía en la carpeta de Marshall. Luego esperó con la paciencia de un policía mientras la operadora ponía en marcha su ordenador—. Gracias —colgó y se volvió hacia los tres hombres—. Bar Island — informó—. Iremos en mi barco.
CAPITULO 58 (CUARTA HISTORIA)
Pedro deseó haber podido pasar el día con ellos, pero había cosas que hacer. En ese momento tenía una familia, algo que aún lo asombraba, y pretendía protegerla.
Ya había llamado a sus contactos de Portland y aguardaba el chequeo de los cuatro nombres de la lista de Teo. Mientras esperaba, llamó al Departamento de Tráfico, a la oficina de crédito y Hacienda, haciendo un poco de trampa al dar su antiguo número de placa y rango.
Entre información e instinto, redujo a dos los cuatro nombres. Mientras esperaba que le devolvieran una llamada, leyó otra vez el diario de su abuelo.
Entendía los sentimientos que había bajo las palabras, la añoranza, la devoción. Entendía la ira que había sentido su abuelo al enterarse de que la mujer a la que amaba había sufrido abuso a manos del hombre con el que se había casado. Se preguntó si era coincidencia o destino que su relación con Paula tuviera tantas similitudes con la de sus antepasados. Al menos en esa ocasión la historia tendría un final feliz.
«Los diamantes de Paula» , pensó, martilleando los dedos sobre las hojas.
«Las esmeraldas de Bianca» . Paula había escondido sus joyas, el único objeto material que creía que le correspondía por el matrimonio, como seguridad para sus hijos. Tenía que creer que Bianca había hecho lo mismo.
«Entonces, ¿dónde está el equivalente del paquete de pañales de Jazmin ?» , se preguntó.
Cuando sonó el teléfono, contestó a la primera.
Antes de colgar, ya no albergó dudas de que había descubierto a su hombre. Entró en el dormitorio y comprobó su arma. Se la ajustó a la pantorrilla.
Quince minutos más tarde, caminaba por entre el caos del ala oeste. Encontró a Samuel en lo que era una suite de dos niveles casi acabada. Con un cinturón para herramientas y vaqueros, supervisaba la construcción de una nueva escalera.
—No sabía que los arquitectos blandieran martillos —comentó Pedro.
—Tengo un interés personal —Samuel sonrió.
—¿Quién es Marshall? —preguntó, mirando al grupo de obreros.
Alertado, Samuel se desabrochó el cinturón.
—Está en el siguiente nivel.
—Me gustaría mantener una charla con él.
—Te acompañaré —esperó hasta que quedaron fuera del alcance auditivo de los hombres—. ¿Crees que es él?
—Roberto Marshall no solicitó un carnet de conducir de Maine hasta seis meses atrás. Jamás ha pagado impuestos con el nombre y el número de la seguridad social que está usando. No se suele comprobar con Tráfico o Hacienda
cuando se contrata a alguien.
Samuel maldijo y flexionó los dedos. Aún podía ver a Amelia correr por la terraza perseguida por un hombre armado.
—Seré el primero en darle.
—Comprendo el sentimiento, pero tendrás que contenerlo.
Samuel le hizo una señal al capataz.
—¿Marshall? —preguntó con brevedad.
—¿Bob? —el capataz sacó un pañuelo para secarse el cuello—. Acaba de irse. Le dije que llevara a Rick a Urgencias. Se hizo un corte en el pulgar y necesitaba puntos.
—¿Hace cuánto que se fue?
—Unos veinte minutos, supongo. Les dije que se tomaran el resto del día libre, ya que pararemos a las cuatro —volvió a guardarse el pañuelo—. ¿Algún problema?
—No —Samuel contuvo su malhumor—. Hazme saber cómo se encuentra Rick. —Claro —le gritó a uno de los carpinteros y se marchó.
—Necesito una dirección —dijo Pedro.
—Teo se encarga de los papeles —se marcharon de allí—. ¿Vas a entregárselo al teniente Koogar?
—No —repuso simplemente.
—Bien.
Dieron con Teo en la oficina que había montado en la planta baja, tenía unas carpetas cerca y hablaba por teléfono. Los observó a los dos.
—Te volveré a llamar —dijo al teléfono antes de colgar—. ¿Quién es?
—Usa el nombre de Roberto Marshall —Pedro sacó un cigarrillo—. El capataz lo dejó irse temprano. Quiero una dirección.
Sin decir nada, Teo se dirigió a un archivador para sacar una carpeta.
—Max está arriba. Él también participa en esto.
—Entonces ve a buscarlo —Pedro repasó la carpeta de Marshall—. Lo haremos juntos.
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