sábado, 22 de junio de 2019
CAPITULO 23 (TERCERA HISTORIA)
Pedro lo consideró detenidamente. Aunque no tenía ninguna fe en las cartas del tarot, no quería herir los sentimientos de Coco. Además, fuera cual fuera el medio por el que se le había ocurrido la idea, le parecía buena. Y sería una forma de devolverles todo lo que habían hecho por él, además de una buena excusa para quedarse en Bar Harbor algunas semanas más.
—Me gustaría hacer algo. Es muy posible que ni siquiera con toda la información que le proporcioné a la policía puedan encontrar a Chaves.
Mientras todo el mundo lo busca, yo podría concentrarme en buscar las esmeraldas de Bianca.
—¿Lo veis? —Coco se recostó en su asiento—. Lo sabía.
—Yo quería investigar en la biblioteca, en los periódicos, entrevistar a algunos de los antiguos residentes, pero Chaves rechazó la idea —cuanto más pensaba en ello, más le apetecía trabajar por su cuenta—. Decía que quería que toda la información saliera de los documentos de la familia o de sus propias fuentes — apartó su taza—. Evidentemente, no quería darme carta blanca para evitar que pudiera averiguar la verdad.
—Pues ahora ya tienes carta blanca —señaló Paula. Le divertía ver cómo estaban cambiando las cosas—. Pero no creo que encuentres la gargantilla en la biblioteca.
—Quizá encuentre una fotografía, o una descripción.
Paula se limitó a sonreír.
—Yo ya te la he descrito.
Pedro tampoco tenía ninguna confianza en los sueños y en las visiones, de modo que se encogió de hombros.
—En cualquier caso, me gustaría encontrar algo tangible. Y estoy seguro de que encontraré algo sobre Felipe o Bianca Chaves.
—Supongo que eso te mantendrá ocupado —sin molestarse por su falta de fe en sus creencias místicas, Paula se levantó—. Necesitarás un coche para moverte por aquí. ¿Por qué no me llevas al trabajo y usas el mío?
CAPITULO 22 (TERCERA HISTORIA)
—He tenido una idea maravillosa —anunció Coco. Como un barco en plena navegación, entró en la cocina, donde Paula, Pedro, Susana y sus hijos estaban disfrutando del desayuno.
—Bien por ti —dijo Paula, por encima del borde de un cuenco lleno de cereales con chocolate y leche—. Cualquier persona capaz de pensar a esta hora se merece una medalla.
Como una mamá gallina, Coco revisó las hierbas que tenía plantadas en una maceta, sobre la repisa de la cocina. Se inclinó sobre la albahaca antes de volverse.
—No sé cómo no se me ha ocurrido antes. Realmente es tan…
—Alex me está dando patadas por debajo de la mesa.
—Alex, deja en paz a tu hermana —dijo Susana con paciencia—. Y Jazmin, no interrumpas.
—No estaba haciéndole nada —una gota de leche resbalaba por la barbilla de Alex—. Es ella la que está acercando la rodilla a mi pie.
—No es verdad.
—Claro que sí.
—Cara de pavo.
—Cabeza de moco.
—Alex —Susana tuvo que morderse el labio para no reírse y mantener un gesto severo de desaprobación—. ¿Quieres comerte esos cereales?
—Ha empezado ella —murmuró él.
—No es verdad —dijo Jazmin con voz queda.
—Claro que sí.
Otra mirada de su madre y los dos callaron para mirarse con disgusto por encima del borde de sus cuencos.
—Y ahora que ya hemos recuperado la tranquilidad —Paula chupó divertida la cuchara—. ¿Qué es esa idea tan maravillosa que tienes, tía Coco?
—Bueno —se atusó el pelo con aire ausente, revisó su imagen en el tostador y mostró con una sonrisa su aprobación—. Tiene que ver con Pedro. En realidad es algo tan evidente… Pero claro, estábamos tan preocupados por su salud, y resulta tan difícil pensar con todo el ruido de la obra… ¿Sabéis que uno de esos jóvenes que está trabajando en la terraza esta mañana solo lleva encima unos vaqueros y el cinturón de las herramientas? Así es imposible no distraerse —miró por la ventana de la cocina, solo por si acaso.
—Siento habérmelo perdido —Paula le guiñó el ojo a Pedro—. ¿Era ese tipo con el pelo largo y rubio y unas sandalias de cuero?
—No, yo me refiero a uno moreno, con el pelo rizado y bigote. Y debo decir que tiene un cuerpo perfecto. Supongo que no es difícil mantenerlo así si uno se pasa todo el día martilleando. Pero ese ruido es una molestia. Espero que no te moleste mucho, Pedro.
—No —se inclinó hacia delante, intentando seguir el curso de los pensamientos de Coco—. ¿Quieres más café? —le ofreció.
—Oh, qué amable de tu parte. Creo que sí —se sentó mientras Pedro se levantaba para servirle una taza—. Han transformado literalmente la habitación del billar. Por supuesto, todavía queda un largo camino por recorrer… gracias, querido —añadió cuando Pedro colocó una taza de café frente a ella—. Y todas esas lonas y herramientas que lo afean todo. Pero al final merecerá la pena — mientras hablaba, aderezó el café con crema y montones de azúcar—. Por cierto, ¿por dónde iba?
—Tenías una idea maravillosa —le recordó Susana, posando la mano en el hombro de Alex para evitar que le lanzara un cereal empapado en leche a su hermana.
—Oh, sí —Coco bajó su taza y suspiró—. Se me ocurrió ayer por la noche, cuando estaba echándome el tarot. Hay algunos asuntos personales que me gustaría resolver y además quería tener algún criterio sobre otros asuntos.
—¿Qué otros asuntos? —quiso saber Alex.
—Cosas de mayores —Paula le dio un suave codazo en las costillas para hacerlo reír—. Un aburrimiento.
—Chicos, deberíais ir a buscar a Fred —Susana miró el reloj—. Si hoy queréis venir conmigo, tenéis cinco minutos para arreglaros.
Ambos se levantaron y salieron gritando de la habitación como dos pequeñas fieras.
Disimuladamente, Pedro se frotó la rodilla, que también había sufrido algún contacto con el pie de Alex.
—Las cartas, tía Coco —dijo Paula cuando el alboroto remitió.
—Sí. He visto que hay un peligro, pasado y futuro. Es desconcertante — dirigió una mirada cargada de preocupación a sus sobrinas—. Pero vamos a contar con ayuda para superarlos. Al parecer tendremos dos fuentes diferentes de ayuda. La una es cerebral, la otra es física… y potencialmente violenta — incómoda, frunció ligeramente el ceño—. No soy capaz de determinar cuál es la fuente física, aunque al parecer debería proceder de alguien de la familia. Yo pensé que podía venir de Samuel, él es tan… bueno, tan del oeste. Pero no, estoy
segura de que no es él —dejó de lado aquella inquietud y volvió a sonreír—. Pero naturalmente, la cerebral es Pedro.
—Naturalmente —Paula le palmeó la mano y él se removió incómodo en su silla—. Nuestro huésped es un genio.
—No te burles de él —Susana se levantó para llevar los cuencos al fregadero.
—Oh, él sabe que no solo me gusta su cerebro, ¿verdad, Pedro?
Pedro tenía un miedo mortal a ruborizarse de un momento a otro.
—Si continúas interrumpiendo a tu tía, llegarás tarde al trabajo.
—Y y o también —señaló Susana—. ¿Cuál era tu idea, tía Coco?
Coco había comenzado a elevar la taza otra vez y, una vez más, la bajó sin haber probado el café.
—He pensado que Pedro debería dedicarse a lo que había venido a hacer aquí —sonriendo, extendió sus perfectamente manicuradas manos—. Investigar a los Chaves. Averiguar todo lo que pueda sobre Bianca, Felipe y todos los que lo rodeaban. En vez de trabajar para ese terrible Chaves o como quiera que se llame, lo hará para nosotros.
Intrigada, Paula estuvo considerando la idea.
—Pero ya hemos revisado todos los documentos que encontramos…
—No con la mirada objetiva y académica de Pedro —señaló Coco. Palmeó el hombro de Pedro, al que ya había tomado cariño. Las cartas también le habían indicado que él y Paula se llevarían muy bien—. Estoy segura de que si se dedica a pensar en todo ello, descubrirá toda clase de teorías maravillosas.
—Es una buena idea —Susana volvió a la mesa—. ¿Qué te parece?
CAPITULO 21 (TERCERA HISTORIA)
Empezaron a discutir sobre ello. Teo le decía a su esposa que ella no iba a hacer nada. Amelia le recordó que aquel era un problema de las Chaves. Samuel le sugirió acaloradamente que ella procurara mantenerse fuera. Coco decidió que había llegado el momento de tomar un brandy y fue ignorada por todos.
—Cree que estoy muerto —murmuró Pedro, casi para sí—. Así que se siente a salvo. Probablemente todavía esté cerca, quizá incluso en el mismo yate. El Windrider.
—¿Recuerdas cómo era? —Paula alzó la mano, pidiendo silencio—. ¿Podrías describirlo?
—Con todo lujo de detalles —le dijo Pedro con una pequeña sonrisa—. Es el primer yate en el que he montado.
—Le entregaremos esa información a la policía —Teo miró alrededor de la mesa y asintió—. Y nosotros mismos haremos algunas averiguaciones. Las damas conocen la isla tan bien como su propia casa. Si está por aquí o por los alrededores, lo encontraremos.
—Estoy deseando hacerlo —Samuel miró a Pedro y se dejó llevar por su intuición—. ¿Te quedas, Alfonso?
Pedro pestañeó sorprendido y se descubrió a sí mismo sonriendo.
—Sí, me quedo.
He ido a la casa de Christian. Quizá haya sido arriesgado, podría haberme visto cualquier conocido, pero deseaba terriblemente ver el lugar en el que vive, ver las pequeñas cosas que lo rodean.
Es una casa pequeña, situada cerca del agua, un pequeño edificio de madera con las habitaciones atiborradas de cuadros y olor a trementina. Encima de la cocina, está su estudio. A mí me ha parecido una casa de muñecas, con sus preciosas ventanas y sus altos techos. Unos frondosos árboles dan sombra a la fachada principal de la casa y en la parte trasera hay un pequeño porche en el que nos sentamos a contemplar el agua.
Christian dice que a veces la marea baja tanto que se puede caminar sobre las rocas hasta el claro. Y por la noche, el aire se llena de sonidos. La música de los grillos, el ulular de los búhos, el chapoteo del agua…
Me sentía como en mi propia casa, tan tranquilamente satisfecha como si hubiera pasado allí toda mi vida. Como si lleváramos años viviendo juntos. Cuando se lo he dicho a Christian, se ha acercado a mí y me ha abrazado.
—Te quiero —ha dicho—, quiero que vengas aquí. Necesitaba verte en mi casa, verte entre mis cosas —al apartarse de mí, estaba sonriendo—. Ahora ya siempre te veré aquí. Nunca estaré sin ti.
Quería jurarle que me quedaría a su lado. Dios, las palabras han estado a punto de escapar de mi garganta, solo mi sentido del deber ha conseguido bloquearlas. Desdichado deber. Christian debe haberlo sentido y me ha besado como si quisiera sellar con un beso mis palabras.
Solo estuve una hora con él. Ambos sabíamos que tenía que regresar a mi marido, a mis hijos, a la vida que elegí antes de conocerlo a él. He sentido sus brazos a mi alrededor, he saboreado sus labios, he sentido crecer el deseo dentro de él, un deseo tan vibrante como el mío.
—Te deseo —me oí suspirar sin sentir ninguna vergüenza—. Acaríciame Christian, quiero ser tuya —mi corazón latía a toda velocidad mientras me estrechaba sensualmente contra él—. Haz el amor conmigo, llévame a tu cama.
Christian me abrazaba con tanta fuerza… tan intensamente que apenas podía respirar. Cuando posó las manos en mi rostro, sentí el temblor de sus dedos. Sus ojos parecían negros. Era tanto lo que se podía leer en ellos. Pasión, amor, desesperación, arrepentimiento.
—¿Sabes cuántas veces he soñado con ello? ¿Cuántas noches he permanecido despierto, deseándote? —entonces me soltó y cruzó la habitación hasta llegar a la pared de la que cuelga mi retrato—. Te deseo, Bianca, cada vez que respiro. Y te amo demasiado para tomar lo que no puede ser mío.
—Christian…
—¿Crees que podría dejar que te marcharas si llegara a tocarte? —había enfado en su voz, un enfado intenso y violento—. Odio que nos tengamos que esconder como pecadores para poder pasar juntos una hora tan inocente como si fuéramos niños. Si no tengo la fuerza para apartarme de ti en este momento, entonces tendré que tenerla para evitar que des un paso del que solo podrías arrepentirte.
—¿Cómo voy a arrepentirme nunca de pertenecerte?
—Porque ya perteneces a otro hombre. Y cada vez que vuelves a él, sueño con matarlo con mis propias manos, solo porque él puede mirarte cuando para mí es imposible. Si doy un paso más, ya no tendrías opción. No podrías volver con él, Bianca. No volverías a tu casa, ni a tu vida.
Y yo sabía que era cierto.
Así que lo dejé y volví a casa, a ponerle a Carolina un lazo en el pelo, a perseguir a Elias, a secar las lágrimas de Sergio porque se había hecho una herida en la rodilla. A cenar fríamente junto a mi marido que cada vez me resulta más lejano.
Las palabras de Christian eran ciertas, y era una verdad a la que yo tendría que enfrentarme. Iba a llegar un momento en el que ya no podría seguir viviendo en ambos mundos, en el que debería elegir uno, solo uno.
Suscribirse a:
Comentarios (Atom)