martes, 9 de julio de 2019
CAPITULO 6 (CUARTA HISTORIA)
Hacía meses no sabían nada de Bruno Dumont. Alex ni siquiera había recibido una postal en su cumpleaños. La pensión de mantenimiento de los niños volvía a retrasarse… como todos los meses. Bruno era demasiado buen abogado
como para descuidar por completo los pagos, pero se aseguraba de que llegaran semanas más tarde de su fecha. Sabía que lo hacía para ponerla a prueba a ella.
Para ver si llegaría a suplicar. Agradecía a Dios no haber necesitado hacerlo hasta el momento.
Hacía un año y medio que les habían concedido el divorcio, pero él seguía manifestando sus sentimientos por ella ante los niños… lo único realmente valioso que habían hecho juntos.
Quizá esa era la causa por la que aún tenía que superar la persistente desilusión, la sensación de traición y pérdida. Ya no amaba a su ex marido. Ese amor había muerto antes de que naciera Jazmin. Pero el dolor… movió la cabeza.
Estaba trabajando en ello.
Entró en su habitación. Como la mayoría de los cuartos de Las Torres, el dormitorio de Paula era enorme. Su bisabuelo había construido la casa a
comienzos de siglo. Había sido una pieza de exposición, un testamento a su vanidad, a su gusto por lo opulento y a su necesidad de rango. Tenía cinco plantas de sombrío granito con llamativas torres, parapetos y terrazas escalonadas. El interior tenía techos altos, madera noble y laberintos de pasillos. Parte castillo, parte mansión, primero había sido una casa de verano, luego una residencia permanente.
A lo largo de los años y de los reveses financieros, la casa había visto tiempos duros. El dormitorio de ella, como todas las habitaciones, mostraba grietas en la escayola. El suelo estaba marcado, el techo tenía filtraciones y las tuberías una mente propia. Los Chaves adoraban su casa familiar. En ese momento que restauraban el ala oeste, esperaban que pronto comenzara a ser independiente y cubriera sus gastos.
Fue al armario en busca de una bata y pensó que había sido afortunada.
Había podido llevar allí a sus hijos, un hogar verdadero, cuando el suyo propio se había desmoronado. No había tenido que entrevistar a desconocidos para que cuidaran de ellos mientras trabajaba. La hermana de su padre, que había criado a sus hermanas y a ella a la muerte de sus padres, en ese momento también se ocupaba de sus hijos. Aunque era consciente de que Alex y Jazmin tenían demasiada energía, sabía que no había nadie mejor preparado para la tarea que la tía Coco.
Y un día encontrarían las esmeraldas de Bianca y todo volvería a lo que era normal en la casa Chaves.
—Pau —Lila llamó a la puerta y asomó la cabeza—. ¿Lo has visto?
—Sí.
—Estupendo —Lila, cuyo pelo rojo caía en ondas hasta su cintura, entró. Se extendió en posición diagonal sobre la cama y apoyó la almohada contra el cabecero. No le costó nada adoptar su postura favorita: la horizontal—. Bueno, cuéntame.
—No ha cambiado gran cosa.
—Oh, oh.
—Se mostró brusco y grosero —se quitó la sudadera—. Creo que hasta pensó en dispararme por entrar sin permiso en su propiedad. Cuando traté de explicarle lo que pasaba, fue desdeñoso —recordó la expresión al tiempo que se bajaba la cremallera de los vaqueros—. Básicamente, fue desagradable, arrogante y grosero.
—Mmm. Parece un príncipe.
—Cree que nos lo inventamos todo para conseguir publicidad para Las Torres cuando abramos el año próximo.
—Vay a imbécil —eso agitó a Lila lo suficiente como para sentarse—. Max estuvo a punto de morir. ¿Es que nos considera locas?
—Exacto —asintió y se puso la bata—. No sé por qué, pero parece tener algo en contra de todos los Chaves en general.
—Sigue cabreado porque lo tiraste de su moto —Lila sonrió con gesto somnoliento.
—Yo no lo… —juró y se rindió—. Olvídalo; la cuestión es que no creo que recibamos ayuda de él —después de quitarse la cinta del pelo, se lo mesó—. Aunque después del tropiezo con el perro, dijo que se lo pensaría.
—¿Qué perro?
—La prima de Fred —repuso por encima del hombro al dirigirse al cuarto de baño para abrir la ducha.
Lila se plantó en el umbral en el momento en que Paula cerraba la cortina.
—¿Fred tiene una prima?
Por encima del repicar del agua, Paula le habló de Sadie y de sus antepasados.
—Eso es fabuloso. Un eslabón más en la cadena. He de informárselo a Max.
Con los ojos cerrados, Paula sacó la cabeza de debajo del agua.
—Dile que sigue solo. El nieto de Christian no está interesado.
CAPITULO 5 (CUARTA HISTORIA)
Los niños salieron de la casa a la carrera, seguidos de un enorme perro negro. El niño y la niña bajaron por los desgastados escalones de piedra con el equilibrio fácil y la gracilidad de la juventud. El perro tropezó con sus propias patas y dio un salto mortal. «Pobre Fred» , pensó Paula al bajar de la camioneta. Daba la impresión de que nunca superaría su torpeza de cachorro.
—¡Mamá! —cada niño se aferró a una de las piernas de Paula.
Con seis años, Alex ya era alto para su edad, y con el pelo moreno como el de un gitano. Sus piernas bronceadas tenían heridas curadas a la altura de las rodillas y arañazos a la altura de los codos delgados. Paula sabía que no se debía a la torpeza, sino a su espíritu travieso. Jazmin, un año menor y rubia como una princesa de cuento de hadas, exhibía las mismas marcas de honor.
En cuanto se agachó para besarlos, Paula olvidó su irritación y fatiga.
—¿Qué habéis estado haciendo?
—Construimos un fuerte —informó Alex—. Va a ser impregnado.
—Inexpugnable —corrigió su madre, pellizcándole la nariz.
—Si, y Samuel dijo que el domingo podría ayudarnos en su construcción.
—¿Podrás tú? —preguntó Jazmin.
—Después de trabajar —se inclinó para palmear a Fred, que intentaba abrirse paso entre los niños para obtener su parte de afecto—. Hola, muchacho. Creo que hoy he conocido a uno de tus parientes.
—¿Fred tiene parientes? —quiso saber Jazmin.
—Eso parecía —avanzó con los niños para sentarse en los escalones. Era un lujo poder oler el mar y las flores, tener a un niño bajo cada brazo—. Creo que conocí a su prima Sadie.
—¿Dónde? ¿Puede venir a visitarlo? ¿Es bonita?
—En el pueblo —respondió a las preguntas a quemarropa de Alex—. No lo sé, y sí, es muy bonita. Grande, como va a ser Fred cuando termine de crecer. ¿Qué más habéis hecho hoy ?
—Vinieron Lorena y Lisa —informó Jazmin—. Matamos a miles de invasores.
—Bueno, esta noche podremos dormir tranquilos.
—Y Max nos contó una historia sobre la invasión de Normalía.
—Creo que era Normandía —riendo entre dientes, besó la parte superior de la cabeza de Jazmin.
—Lisa y Jazmin también jugaron a las muñecas —Alex le lanzó a su hermana una mueca fraternal.
—Ella quería. En su cumpleaños le regalaron una Barbie nueva y un coche.
—Era un Ferrari —explicó Alex con aires de importancia, pero no quiso reconocer que Lorena y él habían jugado con el coche cuando las chicas salieron de la habitación. Se acercó más para jugar con la coleta de su madre—. La semana próxima Lorena y Lisa se van a Disney World.
Paula contuvo un suspiro. Sabía que sus hijos soñaban con ir a ese reino encantado que había en el centro geográfico de Florida.
—Un día iremos.
—¿Pronto? —instó Alex.
Quiso prometérselo, pero no pudo.
—Un día —repitió. El cansancio había retornado cuando se levantó para tomar a cada uno de la mano—. Corred y decidle a la tía Coco que estoy en casa. Necesito darme una ducha y cambiarme de ropa. ¿Vale?
—¿Podemos acompañarte al trabajo mañana?
Apretó la mano de Jazmin.
—Carola mañana está de guardia en la tienda. Yo tengo que ir a una casa —sintió la decepción de su hija con tanta intensidad como la suya propia—. La semana próxima. Id ahora —instó al abrir la sólida puerta delantera—. Miraré vuestro fuerte después de la cena.
Satisfechos, corrieron vestíbulo abajo con el perro pisándoles los talones.
«No piden mucho» , pensó Paula al subir por la escalera a la primera planta. Y quería darles mucho más. Sabía que eran felices y que se hallaban a salvo y seguros. Tenían una familia enorme que los adoraba. Con una de sus hermanas casada y las otras dos prometidas, sus hijos tenían hombres en su vida.
Quizá los tíos no reemplazaran a un padre, pero era lo mejor que podía hacer ella.
CAPITULO 4 (CUARTA HISTORIA)
Pedro, metió las manos en los bolsillos mientras Paula conocía a su perra. La botella seguía donde la había tirado, con el contenido vertiéndose sobre la hierba.
Deseó que ella no estuviera tan hermosa, que la risa que soltaba mientras el perro le lamía la cara no calmara tanto sus nervios.
En ese momento en que la tuvo en brazos, había encajado tan bien como una vez había imaginado que sucedería. Cerró las manos en los bolsillos porque anhelaba tocarla. No, eso ni siquiera servía para explicar lo que sentía.
Quería introducirla en la cabaña, tirarla sobre la cama y hacerle cosas increíbles.
—Quizá el hombre que tiene un perro tan agradable no es tan malo —miró por encima del hombro y la sonrisa cauta murió en sus labios.
El modo en que la miraba, con ojos intensos y fieros, el rostro huesudo tenso, hizo que contuviera el aliento. Alrededor de él vibraba la violencia. Ya había probado la violencia de un hombre y el recuerdo de aquello le debilitaba las extremidades.
Despacio, Pedro relajó los hombros, los brazos, las manos.
—Quizá no lo sea —comentó con jovialidad—. Pero en este punto es ella mi propietaria.
A Paula le resultó más cómodo mirar al perro que al amo.
—Tenemos un cachorro. Aunque no para de crecer y pronto será tan grande como Sadie. De hecho, se parece mucho a ella. ¿Ha tenido alguna camada hace unos meses?
—No.
—Mmm. Tiene el mismo pelaje, la misma forma de cara. Mi cuñado lo encontró medio muerto de hambre. Lo habían abandonado.
—Hasta yo trazo la línea en el abandono de cachorros desvalidos.
—No pretendía dar a entender… —calló porque una nueva idea había entrado en su cabeza. No era más descabellada que buscar esmeraldas perdidas —. ¿Tenía perro tu abuelo?
—Siempre lo tuvo, solía llevárselo con él allí a donde iba. Sadie es una de sus descendientes.
—¿Tuvo un perro llamado Fred? —con cuidado volvió a incorporarse.
Pedro ya sabía con claridad que no le gustaba el rumbo que empezaba a tomar la conversación.
—El primer perro que tuvo se llamaba Fred. Fue antes de la Primera Guerra Mundial. Lo pintó en un cuadro. Y cuando Fred se dedicó a inseminar a parte del vecindario canino, mi abuelo se quedó con un par de cachorros.
Paula se frotó unas manos súbitamente húmedas en los vaqueros. Necesitó de todo su control para mantener la voz baja y firme.
—El día antes de que muriera Bianca, llevó un cachorro a casa, para sus hijos. Un pequeño animal negro al que bautizó Fred —vio que la expresión de los ojos de él cambiaba y que disponía de su atención—. Lo había encontrado en los riscos… los mismos a los que iba para reunirse con Christian —se humedeció los labios—. Mi bisabuelo no dejó que el perro se quedara. Discutieron por eso, una discusión bastante seria. Pudimos encontrar a una doncella que había trabajado para ellos y presenciado esa discusión. Nadie estaba seguro de lo que le había pasado a ese perro. Hasta ahora.
—Aunque fuera verdad —comentó Pedro despacio—, no cambia la realidad. No hay nada que yo pueda hacer por ti.
—Puedes pensar en ello, tratar de recordar si él dijo algo alguna vez, si te dejó algo que pudiera ayudar.
—Ya tengo suficiente en qué pensar —se alejó unos pasos. No quería verse involucrado en nada que lo pusiera una y otra vez en contacto con ella.
Paula no lo cuestionó. Tenía la vista clavada en la cicatriz que iba desde el hombro hasta casi la cintura. Pedro se volvió, se topó con la mirada horrorizada y se puso rígido.
—Lo siento, de haber sabido que vendrías, me habría puesto una camisa.
—¿Qué…? —tuvo que tragarse la emoción que le atenazaba la garganta—. ¿Qué te pasó?
—Fui policía una noche de más —no le quitó los ojos de encima—. No puedo ayudarte, Paula.
Ella contuvo la compasión que sin duda él odiaría.
—No quieres hacerlo.
—Lo que prefieras. Si quisiera excavar en los problemas de los demás, todavía seguiría en el cuerpo.
—Solo te pido que pienses un poco, que nos comuniques si recuerdas algo que pueda sernos de ayuda.
Empezaba a impacientarse. Pedro consideraba que ya le había dado más de lo que le correspondía por un día.
—Era niño cuando él falleció. ¿De verdad crees que me lo habría contado si hubiera tenido una aventura con una mujer casada?
—Haces que suene sórdido.
—Algunas personas no consideran romántico el adulterio —se encogió de hombros. Fuera como fuere, para él no representaba nada.
—No me interesa tu punto de vista sobre la moralidad. Solo tus recuerdos. Y ya te he quitado suficiente tiempo.
Él no supo qué había dicho para provocarle esa expresión triste y dolida. Pero no podía dejar que se fuera y lo atormentara con ese recuerdo.
—Creo que estás dando palos de ciego, pero si me viniera algo a la cabeza, te lo comunicaré. Por los antepasados de Sadie.
—Te lo agradecería.
—Pero no esperes nada.
—Créeme, no lo haré —rio y se volvió para dirigirse hacia la camioneta. La sorprendió al atravesar el césped con ella.
—Tengo entendido que has puesto tu propio negocio.
—Así es —miró en torno—. Podrías usar mis servicios.
—No soy un enamorado de las rosas —manifestó con desdén.
—La cabaña, sí —impasible, sacó las llaves del bolsillo—. No haría falta mucho para darle un aire acogedor.
—No busco capullos en el mercado, encanto. Jugar con los rosales te lo dejo a ti.
Paula pensó en los músculos doloridos con los que llegaba todas las noches a casa y subió a la camioneta para cerrarla de un portazo.
—Si, a las mujeres nos encanta jugar en el jardín. A propósito, Pedro, tu hierba necesita fertilizante. Estoy convencida de que tienes de sobra para diseminarlo por ahí.
Arrancó, puso marcha atrás y se largó.
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