lunes, 10 de junio de 2019

CAPITULO 29 (SEGUNDA HISTORIA)




—Una boda preciosa —después de besarla en las mejillas, el padre de Teo felicitó efusivamente a Paula—. Mi hijo me comentó que tú lo habías organizado todo.


—Se me dan bien los detalles —repuso, y le ofreció un plato del bufé.


—Eso había oído —alto, esbelto y de tez bronceada, St. James le sonrió—. Y también que todas las hermanas Chaves erais maravillosas. Ahora he podido comprobarlo con mis propios ojos.


—Nos sentimos encantadas de tenerlo en la familia —sonrió Paula mientras le servía comida en el plato.


—Qué cosas tiene la vida. Hace un año yo estaba navegando en mi yate por esa bahía y me fijé en esta casa. Nada más verla, me dije que tenía que ser mía. Y ahora no solo forma parte de mi negocio, sino también de mi familia —miró a Catalina y a Pedro, bailando en la terraza—. Ella lo ha hecho feliz —añadió con tono suave—. Y eso es algo que yo nunca pude conseguir —encogiéndose de hombros, hizo a un lado ese pensamiento—. ¿Te apetece bailar?


—Me encantaría.


Apenas habían dado tres pasos en la pista de baile, cuando Pedro se acercó con Coco y cambiaron de pareja.


—Podías haberme pedido el baile —musitó Paula cuando él deslizó los brazos por su cintura.


—Ya te lo pedí antes. Enhorabuena. Has hecho un excelente trabajo con esta boda.— Gracias. Espero que sea la última que tenga que organizar en mucho tiempo.


—¿Es que tú no piensas casarte?


Paula perdió el paso, nerviosa, y a punto estuvo de tropezar.


—No, esto es… sí, pero no…


—A eso lo llamo yo una respuesta clara.


—Lo que quiero decir es que es algo que no entra en mis planes a corto plazo. Durante los próximos años voy a estar muy ocupada con el hotel. Siempre he querido dirigir un hotel de primera clase. Es para eso para lo que me he estado preparando, y ahora que Teo me ha dado la oportunidad, no puedo permitirme dividir mis lealtades.


—Una interesante manera de verlo. En mi caso, siempre que me he comprometido en alguna relación, en cualquiera de los lugares que he visitado en mis viajes, he terminado descubriendo que se trataba de un error.


—Sí, también está ese peligro —aliviada al ver que no estaban discutiendo, sonrió—. Nunca te lo he preguntado, pero supongo que habrás viajado mucho.


—Si. Oye, ¿porqué no vamos a un lugar tranquilo donde podamos hablar de todo esto?


—Lo siento, pero tengo cosas que hacer —dejó de bailar—. Y si quieres ser de alguna ayuda, podrías ir a buscar más botellas de champán a la cocina. Yo tengo que ir por las serpentinas.


—¿Para qué?


—Para decorar el coche. Las tengo arriba, en mi habitación.


—Te propongo una cosa —le dijo Pedro cuando se dirigían hacia la cocina—. ¿Y si subo contigo a tu habitación y te ayudo con esas serpentinas?


—No, porque quiero decorar el coche antes de que vuelvan de su luna de miel —respondió, riendo, y se alejó de él.


Ya había recorrido Paula la mitad del pasillo del segundo piso cuando oyó crujir una tabla en el suelo de la planta superior, y se detuvo en seco. 


Pasos. Sí, eran pasos, sin lugar a dudas. 


Preguntándose si alguno de los invitados habría decidido dar una vuelta por la casa por su propia cuenta, regresó a las escaleras.


En el rellano del tercer piso vio a Fred, hecho un ovillo, durmiendo plácidamente.


—¡Vaya un guardián! —musitó, agachándose para acariciarlo. El perro apenas se movió—. ¿Fred? —lo sacudió, pero seguía casi inmóvil. En el momento en que lo levantó en brazos, la cabecita le cayó sobre el brazo, inerte.


Todavía no se había incorporado del todo cuando alguien surgió a su espalda y la empujó contra la pared. Aturdida, se arrodilló en el suelo. Quienquiera que la hubiera empujado estaba bajando las escaleras a la carrera. 


Rápidamente se levantó, agarró al perrillo debajo del brazo y corrió tras él.


Acababa de llegar al piso principal cuando tropezó con Pedro.


—¿A qué viene tanta prisa? —le preguntó, sonriente—. ¿Y qué estás haciendo con Fred?


—¿Lo has visto? —le preguntó, echando a correr hacia la puerta.


—¿A quién?


—Había alguien arriba —el corazón le latía a toda velocidad, y le temblaban las piernas. Hasta ese instante no se había dado cuenta—. Alguien estaba husmeando por el piso de arriba. Y no sé lo que le ha hecho a Fred…


—Espera, déjame ver —se inclinó sobre el cachorro y, después de levantarle un párpado, soltó una maldición. Cuando se volvió hacia Paula, había un oscuro brillo en sus ojos que ella nunca antes había visto—. Alguien lo ha drogado.


—¿Drogado? —Paula apretó al perrillo contra su pecho—. ¿Quién podría drogar a un cachorro indefenso?


—Alguien que no quería que ladrase, imagino. Cuéntame lo que pasó.


—Escuché unos pasos en el tercer piso y subí a ver. Encontré a Fred tumbado en el suelo —acarició al perrillo—. Cuando me disponía a recogerlo, alguien me empujó por detrás, contra la pared.


—¿Estás herida? —le acunó de inmediato el rostro entre las manos.


—No. De no haber sido por eso, creo que lo habría agarrado.


—¿Y no se te ocurrió pedir ayuda? Dios mío, Paula, ¿no te das cuenta de que ese tipo pudo hacer algo peor que empujarte?


Lo cierto era que no había pensado en eso. Pero no por ello cambió de actitud.


—Puedo cuidar de mí misma. Ya es bastante malo tener que soportar que haya gente que llame a nuestra puerta por lo del collar, o se dedique a merodear por los alrededores, como para que además de todo eso se cuelen en la casa. Bueno, por lo menos yo también le he dado un buen susto a ese tipo —añadió, satisfecha—. A la velocidad a la que salió corriendo, ahora mismo estará casi en el pueblo. No creo que vuelva. ¿Qué hacemos con Fred?


—Yo me encargaré de él —le quitó cuidadosamente el cachorro de los brazos —. Lo único que necesita es dormir. Y tú necesitas llamar a la policía.


—Después de la boda. No voy a estropearles la fiesta a mi hermana y a Teo solo porque algún estúpido escogió este día para colarse en la casa. Lo que sí haré será revisar el tercer piso para comprobar si se han llevado algo. Luego regresaré para despedir a los novios. Y, por último, llamaré a la policía.


—Ya lo has arreglado todo. Tan metódica como siempre —repuso Pedroirritado—. Pero las cosas no suelen ser tan fáciles.


—Ya lo solucionaré.


—Claro que sí. ¿Cómo podrían un intento de robo y un pequeño asalto alterar tus planes a corto plazo? De ninguna manera. Al igual que no puedes permitir que alguien como yo se entrometa en tus planes a largo plazo.


—No sé por qué te enfadas tanto.


—¿No lo sabes? Oyes los pasos de un desconocido en la casa y el tipo te empuja contra la pared, pero tú ni te planteas llamarme. No se te ocurre pedirme ayuda, ni siquiera cuando sabes que estoy enamorado de ti.


Paula volvió a sentir aquel familiar nudo de tensión en el pecho.


—Yo solo hice lo que tenía que hacer.


—Ya —asintió lentamente—. Pues continúa y haz lo que tengas que hacer ahora. Quédate tranquila, que yo no te molestaré.





CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)




Momentos después, las mujeres de la familia Chaves ocuparon sus lugares en el sendero del jardín que llevaba al altar, situado bajo una carpa. Primero Susana y luego Lila y Paula, seguidas de una radiante Jazmin y un visiblemente avergonzado Alex. Paula se esforzaba todo lo posible por no mirar en la dirección de Pedro, pero no tardó en olvidarse de todo al ver avanzar a su hermana, cubierta por un velo blanco, del brazo de Coco.


Embargada de emoción, contempló la ceremonia. A través de las lágrimas vio cómo Teo deslizaba un anillo de esmeraldas en el dedo de Catalina La mirada de amor que se cruzaron fue más elocuente que todos los votos y promesas del mundo. Luego, tomando de la mano a Lila y a Susana, pudo ver la radiante
expresión que iluminó el rostro de su hermana cuando recibió el primer beso de su marido.


—¿Ya ha terminado todo? —quiso saber Alex.


—No —respondió Paula mientras su mirada se desviaba hacia Pedro—. Apenas acaba de empezar.






CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)





—No me imaginaba que me pondría tan nerviosa —Catalina contemplaba fijamente
el vestido de boda, de seda y encaje, colgado en el armario—. Quizá sería mejor que me pusiera simplemente una ropa normal…


—No seas ridícula. Y estate quieta —Paula se inclinó hacia ella para añadir un poco de colorete a sus mejillas—. Se suponía que tenías que estar tranquila.


—Es verdad —disgustada consigo misma, Catalina se llevó una mano al estómago—. Amo a Teo y quiero casarme con él. ¿Por qué habría de ponerme nerviosa ahora, cuando eso va a suceder? —volvió a mirar el vestido y tragó saliva—. Queda menos de una hora.


—Quizá debería llamar a tía Coco para que te diera ánimos —sonrió Paula.


—Muy gracioso. ¿Cuándo vendrá Susana?


—Ya te lo dije, tan pronto como termine de vestir a los niños. A Jazmin le encanta la idea de vestirse de damita de honor, pero Alex no parece muy contento con la idea de tener que llevar los anillos en un cojín de satén. Y, antes de que me lo preguntes otra vez, se supone que Lila tiene que quedarse abajo y ocuparse de los detalles de última hora. Aunque todavía no sé por qué diablos tenemos que confiar en ella…


—Lo hará muy bien. Nunca falla en los momentos importantes —la tranquilizó Catalina—. Y este lo es, Pau.


—Lo sé, cariño. Es el día más importante de tu vida —con los ojos nublados de emoción, acercó una mejilla a la suya—. Oh, tengo la sensación de que debería decir algo profundo, pero lo único que se me ocurre decirte es que seas feliz. 


—Lo seré. Y no te apenes, que no es como si fuera a irme de casa. Viviremos aquí la mayor parte del tiempo, excepto cuando… cuando estemos en Boston — se le hizo un nudo en la garganta.


—No empieces otra vez —le advirtió Paula—. Hablo en serio. Después de todo el trabajo que me ha costado ponerte bonita, no te vas a echar a llorar ahora. Bueno, y ahora déjame ayudarte a vestirte.


Cuando Susana bajó poco después, con un niño en cada mano, también ella tuvo que hacer un esfuerzo por no llorar.


—¡Oh, Catalina! ¡Estás maravillosa!


—¿Seguro? —nerviosa, se ajustó un lazo del cuello. El vestido era de una elegante sencillez, casi sin adornos—. Quizá tendría que haberme puesto algo menos formal…


—No, es perfecto —comentó, y se dirigió luego a su hijo—. Alex, estate quieto, por favor.


—Odio las chaquetas.


—Ya lo sé, pero tendrás que aguantarte. Tengo algo para ti —le dijo a Catalina mientras le tendía una pequeña caja. Dentro había un zafiro en forma de lágrima, al extremo de una cadena de oro.


—La cadena de mamá.


—Tía Coco me la dio cuando… el día de mi boda —abrazó a su hermana, emocionada—. Quiero que la lleves y conserves como si fuera tuya.


Catalina cerró los dedos sobre el zafiro.


—Ya no estoy nerviosa.


—Ahora soy yo la que está al borde del llanto —temerosa de decir más, Paula le dio un rápido beso—. Voy a bajar para asegurarme de que todo está listo. 


—Pau…


—Sí, le diré a Lila que suba —y salió de la habitación para bajar corriendo las escaleras. Solo se detuvo un instante en el pasillo para atusarse el peinado ante el espejo, pero fue entonces cuando vio a Pedro.


—Estás preciosa. Sencillamente preciosa.


—Gracias.


Se miraron durante unos instantes. Él, vestido de frac, y ella con un precioso vestido largo de color melocotón.


—Er… ¿sabes dónde está Teo?


—Necesitaba unos minutos de soledad. Su padre quería darle algunos consejos… —sonrió—. Cuando un hombre se ha casado tantas veces como el señor St. James, siempre se cree con derecho a dar algún que otro consejo interesante —y se echó a reír al ver la expresión de Paula—. No te preocupes, que me lo llevé al jardín para que tomara una copa de champán con Coco. Parece que son viejos amigos.


—Creo que se conocen desde hace mucho tiempo —al ver que se acercaba a ella, Paula empezó a hablar con rapidez, parloteando de puro nerviosismo—. Estás magnífico. No imaginaba que te quedaría tan bien el frac —y añadió, cuando él se echo a reír—. No, no quería decir eso, sino que…


—Te pones muy guapa cuando te ruborizas.


—Bueno, debo irme —pronunció—. Empezaremos dentro de unos minutos. Hay que ocuparse de los invitados.


—La mayor parte están ya en el jardín.


—El fotógrafo.


—Ya he hablado yo con él.


—El champán.


—En hielo —dio un paso hacia ella y le alzó la barbilla con un dedo—. ¿Te ponen tan nerviosa las bodas, Chaves?


—Esta sí.


—¿Me reservarás un baile?


—Por supuesto.


Se puso a jugar con las flores que adornaban su cabello.


—¿Y después?


—Yo…


—¡Catalina y a está lista! —gritó de pronto Alex, apareciendo en lo alto de las escaleras.


—Muy bien —sonrió Pedro—. Ya me aseguraré yo de que el novio está en su puesto.


—De acuerdo… ¡maldita sea! —exclamó Paula cuando sonó su teléfono móvil—. ¿Diga? Oh, Guillermo, no puedo hablar ahora contigo. Va a empezar la boda… ¿mañana? —se llevó una mano al peinado, con gesto distraído—. No, por supuesto. Hum… sí, está bien. A primera hora de la tarde sería lo mejor. ¿Las tres? Te veré a esa hora —cuando cortó la llamada, se volvió para descubrir a Pedro mirándola con frialdad.


—Estás corriendo grandes riesgos, Chaves.


—¿Qué quieres decir? —le preguntó, frunciendo el ceño.


—Ya hablaremos de eso después. Tenemos una boda por delante.


—Tienes toda la razón.