—Una boda preciosa —después de besarla en las mejillas, el padre de Teo felicitó efusivamente a Paula—. Mi hijo me comentó que tú lo habías organizado todo.
—Se me dan bien los detalles —repuso, y le ofreció un plato del bufé.
—Eso había oído —alto, esbelto y de tez bronceada, St. James le sonrió—. Y también que todas las hermanas Chaves erais maravillosas. Ahora he podido comprobarlo con mis propios ojos.
—Nos sentimos encantadas de tenerlo en la familia —sonrió Paula mientras le servía comida en el plato.
—Qué cosas tiene la vida. Hace un año yo estaba navegando en mi yate por esa bahía y me fijé en esta casa. Nada más verla, me dije que tenía que ser mía. Y ahora no solo forma parte de mi negocio, sino también de mi familia —miró a Catalina y a Pedro, bailando en la terraza—. Ella lo ha hecho feliz —añadió con tono suave—. Y eso es algo que yo nunca pude conseguir —encogiéndose de hombros, hizo a un lado ese pensamiento—. ¿Te apetece bailar?
—Me encantaría.
Apenas habían dado tres pasos en la pista de baile, cuando Pedro se acercó con Coco y cambiaron de pareja.
—Podías haberme pedido el baile —musitó Paula cuando él deslizó los brazos por su cintura.
—Ya te lo pedí antes. Enhorabuena. Has hecho un excelente trabajo con esta boda.— Gracias. Espero que sea la última que tenga que organizar en mucho tiempo.
—¿Es que tú no piensas casarte?
Paula perdió el paso, nerviosa, y a punto estuvo de tropezar.
—No, esto es… sí, pero no…
—A eso lo llamo yo una respuesta clara.
—Lo que quiero decir es que es algo que no entra en mis planes a corto plazo. Durante los próximos años voy a estar muy ocupada con el hotel. Siempre he querido dirigir un hotel de primera clase. Es para eso para lo que me he estado preparando, y ahora que Teo me ha dado la oportunidad, no puedo permitirme dividir mis lealtades.
—Una interesante manera de verlo. En mi caso, siempre que me he comprometido en alguna relación, en cualquiera de los lugares que he visitado en mis viajes, he terminado descubriendo que se trataba de un error.
—Sí, también está ese peligro —aliviada al ver que no estaban discutiendo, sonrió—. Nunca te lo he preguntado, pero supongo que habrás viajado mucho.
—Si. Oye, ¿porqué no vamos a un lugar tranquilo donde podamos hablar de todo esto?
—Lo siento, pero tengo cosas que hacer —dejó de bailar—. Y si quieres ser de alguna ayuda, podrías ir a buscar más botellas de champán a la cocina. Yo tengo que ir por las serpentinas.
—¿Para qué?
—Para decorar el coche. Las tengo arriba, en mi habitación.
—Te propongo una cosa —le dijo Pedro cuando se dirigían hacia la cocina—. ¿Y si subo contigo a tu habitación y te ayudo con esas serpentinas?
—No, porque quiero decorar el coche antes de que vuelvan de su luna de miel —respondió, riendo, y se alejó de él.
Ya había recorrido Paula la mitad del pasillo del segundo piso cuando oyó crujir una tabla en el suelo de la planta superior, y se detuvo en seco.
Pasos. Sí, eran pasos, sin lugar a dudas.
Preguntándose si alguno de los invitados habría decidido dar una vuelta por la casa por su propia cuenta, regresó a las escaleras.
En el rellano del tercer piso vio a Fred, hecho un ovillo, durmiendo plácidamente.
—¡Vaya un guardián! —musitó, agachándose para acariciarlo. El perro apenas se movió—. ¿Fred? —lo sacudió, pero seguía casi inmóvil. En el momento en que lo levantó en brazos, la cabecita le cayó sobre el brazo, inerte.
Todavía no se había incorporado del todo cuando alguien surgió a su espalda y la empujó contra la pared. Aturdida, se arrodilló en el suelo. Quienquiera que la hubiera empujado estaba bajando las escaleras a la carrera.
Rápidamente se levantó, agarró al perrillo debajo del brazo y corrió tras él.
Acababa de llegar al piso principal cuando tropezó con Pedro.
—¿A qué viene tanta prisa? —le preguntó, sonriente—. ¿Y qué estás haciendo con Fred?
—¿Lo has visto? —le preguntó, echando a correr hacia la puerta.
—¿A quién?
—Había alguien arriba —el corazón le latía a toda velocidad, y le temblaban las piernas. Hasta ese instante no se había dado cuenta—. Alguien estaba husmeando por el piso de arriba. Y no sé lo que le ha hecho a Fred…
—Espera, déjame ver —se inclinó sobre el cachorro y, después de levantarle un párpado, soltó una maldición. Cuando se volvió hacia Paula, había un oscuro brillo en sus ojos que ella nunca antes había visto—. Alguien lo ha drogado.
—¿Drogado? —Paula apretó al perrillo contra su pecho—. ¿Quién podría drogar a un cachorro indefenso?
—Alguien que no quería que ladrase, imagino. Cuéntame lo que pasó.
—Escuché unos pasos en el tercer piso y subí a ver. Encontré a Fred tumbado en el suelo —acarició al perrillo—. Cuando me disponía a recogerlo, alguien me empujó por detrás, contra la pared.
—¿Estás herida? —le acunó de inmediato el rostro entre las manos.
—No. De no haber sido por eso, creo que lo habría agarrado.
—¿Y no se te ocurrió pedir ayuda? Dios mío, Paula, ¿no te das cuenta de que ese tipo pudo hacer algo peor que empujarte?
Lo cierto era que no había pensado en eso. Pero no por ello cambió de actitud.
—Puedo cuidar de mí misma. Ya es bastante malo tener que soportar que haya gente que llame a nuestra puerta por lo del collar, o se dedique a merodear por los alrededores, como para que además de todo eso se cuelen en la casa. Bueno, por lo menos yo también le he dado un buen susto a ese tipo —añadió, satisfecha—. A la velocidad a la que salió corriendo, ahora mismo estará casi en el pueblo. No creo que vuelva. ¿Qué hacemos con Fred?
—Yo me encargaré de él —le quitó cuidadosamente el cachorro de los brazos —. Lo único que necesita es dormir. Y tú necesitas llamar a la policía.
—Después de la boda. No voy a estropearles la fiesta a mi hermana y a Teo solo porque algún estúpido escogió este día para colarse en la casa. Lo que sí haré será revisar el tercer piso para comprobar si se han llevado algo. Luego regresaré para despedir a los novios. Y, por último, llamaré a la policía.
—Ya lo has arreglado todo. Tan metódica como siempre —repuso Pedro, irritado—. Pero las cosas no suelen ser tan fáciles.
—Ya lo solucionaré.
—Claro que sí. ¿Cómo podrían un intento de robo y un pequeño asalto alterar tus planes a corto plazo? De ninguna manera. Al igual que no puedes permitir que alguien como yo se entrometa en tus planes a largo plazo.
—No sé por qué te enfadas tanto.
—¿No lo sabes? Oyes los pasos de un desconocido en la casa y el tipo te empuja contra la pared, pero tú ni te planteas llamarme. No se te ocurre pedirme ayuda, ni siquiera cuando sabes que estoy enamorado de ti.
Paula volvió a sentir aquel familiar nudo de tensión en el pecho.
—Yo solo hice lo que tenía que hacer.
—Ya —asintió lentamente—. Pues continúa y haz lo que tengas que hacer ahora. Quédate tranquila, que yo no te molestaré.