martes, 28 de mayo de 2019
CAPITULO 23 (PRIMERA HISTORIA)
Paula estaba sentada con las piernas cruzadas en el centro de un océano de papeles. Su misión, sin importar que hubiera elegido aceptarla o no, había sido repasar todas las notas, recibos y fragmentos de papel aislados que se habían guardado en tres cajas de cartón etiquetadas como miscelánea.
Cerca, Amelia se sentaba a una mesa plegable, con varias cajas más a los pies. Con el pelo recogido y las gafas para leer cayéndosele por la nariz, estudiaba con meticulosidad cada papel antes de depositarlo sobre uno de los diversos montones que había iniciado.
—Tendríamos que haber hecho esto hace décadas —comentó.
—Querrás decir que tendríamos que haberlo quemado hace décadas.
—No —Amelia se subió las gafas—. Algunas cosas son fascinantes, y desde luego merecen la pena ser conservadas. Meter papeles en cajas de cartón no es mi idea de conservar la historia familiar.
—¿Una receta de mermelada de arándanos se debe considerar como historia familiar?
—Para la tía Coco sí. Eso se guarda en la categoría de cocina, subtítulo menús.
Paula se movió y apartó una nube de polvo.
—¿Y qué me dices de una factura para seis pares de guantes blancos infantiles y un parasol azul de seda?
—Ropa, por fecha. Mmm, esto es interesante. El informe del progreso escolar de la tía Coco hecho por su maestra de cuarto curso. Cito: «Cordelia es una niña deliciosamente gregaria. Sin embargo, tiende a soñar despierta y le cuesta acabar los proyectos que se le asignan» .
—Vaya, no lo sabíamos —rígida, Paula arqueó la espalda y giró la cabeza. A su lado, el sol penetraba a través de las manchas en la ventana del almacén. Con un suspiro, apoyó los codos en las rodillas y lo observó.
—¿Dónde diablos está Lila? —impaciente como siempre, Amelia movió el pie mientras gruñía—. Susana tiene permiso porque se ha llevado a los niños al cine, pero se supone que Lila ha de estar aquí.
—Aparecerá —murmuró Paula.
—Claro. Cuando hayamos terminado —Amelia se lanzó a un nuevo montón y estornudó dos veces—. Es el material más sucio que jamás he visto.
—Todo se ensucia si no se mueve —Paula se encogió de hombros.
—No, quiero decir sucios de verdad. Es un verso picaresco escrito por el tío abuelo Sean. «En Maine había una joven dama, cuyos pechos enormes inducían a una soflama. Eran…» . Olvídalo —concluyó—. Abriremos una carpeta para intento de pornografía —cuando Paula guardó silencio, alzó la vista para ver a su hermana con la mirada clavada todavía en el rayo de sol—. ¿Te encuentras bien,cariño?
—¿Mmm? Oh, sí, estoy bien.
—No das la impresión de haber dormido muy bien.
—Supongo que la sesión espiritista me desconcertó —se encogió de hombros y volvió a centrarse en los papeles.
—No me sorprende —frunció los labios mientras repasaba más recibos—. Yo nunca he creído en esas cosas. Una cosa era la torre de Bianca. Creo que todas hemos sentido algo… bueno, algo allá arriba. Pero siempre pensé que se debía al hecho de que sabíamos que Bianca se había arrojado desde la ventana. Pero anoche… —al tener un escalofrío, se frotó los brazos—. Sé que tú viste algo, que experimentaste algo.
—Sé que el collar es real —dijo Paula.
—Convendré que fue real cuando tenga un recibo en la mano.
—Fue y es. No creo que lo hubiera visto si hubiera estado empeñado o se hubiera tirado al mar. Puede parecer una locura, pero sé que Bianca quiere que lo encontremos.
—Suena como una chifladura —con un suspiro, Amelia se recostó en la silla desvencijada—. Y lo que resulta más chiflado es que y o también lo creo. Espero que nadie en el hotel se entere de que dedico mi tiempo libre a buscar un tesoro enterrado porque mi antepasada fallecida hace mucho tiempo así me lo ha dicho. ¡Oh!—
¿Lo has encontrado? —Paula y a había empezado a levantarse.
—No, no, es una agenda antigua. De 1912. La tinta está un poco descolorida, pero la caligrafía es preciosa… decididamente femenina. Debe ser de Bianca. Mira. « Enviar invitaciones» . Y aquí aparece la lista de invitados. Vaya fiesta.
Los Prentise —Amelia se quitó las gafas para mordisquear el extremo de una patilla—. Apuesto que son los dueños de Prentise Hall… una de las mansiones que ardió en el cuarenta y siete.
Paula se puso a leer por encima del hombro de su hermana.
—« Última prueba del vestido para el baile. Vi a Christian a las tres de la tarde» . ¿Christian? —apoyó una mano tensa en el hombro de Amelia—.¿Podría ser su artista?
—Tu conjetura es tan buena como la mía —se puso otra vez las gafas—. Pero mira aquí. «He hecho reforzar el cierre de las esmeraldas» . Podrían ser las que buscamos.
—Tienen que ser.
—Seguimos sin encontrar ningún recibo.
—¿Qué posibilidades tenemos? —Paula miró con expresión cansada los papeles que atestaban la habitación.
Hasta Amelia, con su habilidad para la organización, se sentía intimidada.
—Bueno, mejoran cada vez que eliminamos una caja.
—Amelia —Paula se sentó en el suelo a su lado—. Se nos agota el tiempo,¿verdad?
—Apenas le hemos dedicado unas horas.
—No me refiero a eso —apoyó la mejilla en el muslo de su hermana—. Sabes que no. Aunque encontremos el recibo, todavía tendremos que encontrar el collar. Podría llevarnos años, y no los tenemos. Nos veremos obligadas a vender,
¿verdad?
—Hablaremos de ello mañana por la noche, en la reunión familiar — atribulada, acarició el cabello de Paula—. ¿Por qué no vas a echarte un poco? En serio, tienes aspecto de estar muy agotada.
—No —se levantó y se puso a caminar sin pisar los papeles—. Estaré mejor si mantengo las manos y la mente ocupadas. De lo contrario, podría estrangular a alguien.
—¿A Pedro, por ejemplo?
—Un excelente sitio por el que empezar. No —suspiró y metió las manos en los bolsillos—. No, en realidad este lío no es culpa suya.
—¿Seguimos hablando de la casa?
—No lo sé —infeliz, volvió a sentarse en el suelo. Al menos podía dar las gracias de haber agotado todas sus lágrimas la noche anterior—. He llegado a la conclusión de que todos los hombres son estúpidos, egoístas y absolutamente innecesarios.
—Estás enamorada de él.
—Bingo —sonrió con ironía—. Y para responder tu siguiente pregunta, no me corresponde. No está interesado en mí, ni en un futuro ni en una familia, y lamenta mucho no habérmelo aclarado antes de que yo cometiera el error de enamorarme de él.
—Lo siento, Paula —después de quitarse las gafas, Amelia se levantó para ir a sentarse en el suelo junto a su hermana—. Sé lo mucho que debe doler, pero solo lo conoces desde hace unos días. El embobamiento…
—No es eso —convirtió la receta de la mermelada en un avión de papel—. He descubierto que enamorarse no tiene nada que ver con el tiempo. Puede requerir un año o un instante. Sucede cuando es el momento de que suceda.
Amelia le pasó un brazo por los hombros.
—Bueno, yo no sé nada sobre eso —al oírse frunció el ceño, aunque el gesto solo duró un instante—. Pero sí sé que, si te ha hecho daño, haremos que lamente haberse cruzado con una Chaves.
Paula rio y lanzó el avión de arándanos por el aire.
—Es tentador, pero creo que se trata más de una cuestión de haberme lastimado a mí misma —movió la cabeza—. Vamos, es hora de volver al trabajo.
CAPITULO 22 (PRIMERA HISTORIA)
La bata había resbalado por un hombro, desnudándolo. Tenía los ojos tan brillantes como las esmeraldas que había imaginado. Sonriendo, alzó una mano temblorosa a la mejilla de él.
—¿Quieres que me quede esta noche?
—Sí… no —mantenerla a distancia era lo más difícil que había tenido que hacer jamás—. Paula… —comprendió que deseaba que se quedara. No solo esa noche, y no solo por ese glorioso cuerpo. El hecho de que lo quisiera le daba más importancia a la necesidad de aclarar las cosas—. Yo no… no he sido justo contigo, y esto se ha descontrolado con demasiada rapidez —se le escapó un suspiro agitado—. Dios, eres hermosa. No —añadió con presteza al verla sonreír y dar un paso adelante—. Necesitamos hablar. Solo hablar.
—Creía que lo habíamos hecho.
Si seguía mirándolo de esa manera, terminaría por olvidarse de la justicia. O de su propia supervivencia.
—No me he explicado con claridad —comenzó despacio—. Si hubiera sabido, si me hubiera dado cuenta de lo absolutamente inocente que eres, yo no habría, bueno, quiero creer que habría sido más cauteloso. Ahora solo me queda tratar de compensar mi precipitación.
—No entiendo.
—No, ese es el problema —se alejó, y a que necesitaba establecer algo de distancia—. Dije que me sentía atraído por ti, muy atraído. Y es obvio que es la verdad. Pero de haberlo sabido jamás me habría aprovechado de ti.
De pronto ella sintió frío y cerró la bata en torno a su cuerpo.
—¿Te molesta que no haya estado antes con un hombre?
—Molestarme, no —frustrado, se volvió hacia ella—. No es esa la palabra. Me cuesta encontrar una. ¿Sabes?, hay reglas —pero Paula no dejaba de mirarlo —. Paula, una mujer como tú espera… merece… más de lo que yo puedo dar.
Ella bajó la vista a las manos mientras apretaba el cinturón de la bata.
—¿Y qué es eso?
—Compromiso. Un futuro.
—Matrimonio.
—Sí.
—Supongo que piensas que esto… lo que yo he dicho… es parte de los planes de la tía Coco.
—No —si se hubiera atrevido, se habría acercado a ella—. Desde luego que no.
—Bueno —se afanó por conseguir que sus dedos se relajaran—. Es algo… imagino.
—Sé que tus sentimientos son sinceros, exagerados, tal vez, pero sinceros. Y todo es por mi culpa. Si esto no hubiera pasado con tanta rapidez, desde el principio te habría explicado que no está en mi intención casarme, jamás. No creo que dos personas puedan ser leales la una a la otra, mucho menos felices, durante una vida entera.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —la miró fijamente—. Porque simplemente no funciona. He visto a mi padre ir de matrimonio a divorcio y otra vez a matrimonio. Es como observar un partido de tenis. La última vez que supe algo de mi madre, iba por su tercer matrimonio. Sencillamente, no es práctico hacer votos sabiendo que los vas a romper.
—Práctico —repitió con un gesto de la cabeza—. No te permites sentir nada por mí porque sería poco práctico.
—El problema es que siento algo por ti.
—No lo suficiente —solo lo suficiente para romperle el corazón—. Bueno, me alegro de que lo hayamos aclarado —destrozada, se volvió hacia la puerta—. Buenas noches.
—Paula—apoyó una mano en el hombro de ella antes de que pudiera encontrar el pomo.
—No te disculpes —rezó para que su control aguantara unos minutos más—. No es necesario. Lo has explicado todo a la perfección.
—Maldita sea, ¿por qué no me gritas? Llámame algunos nombres que sé que me merezco —habría preferido eso a la serena desolación que había visto en sus ojos.
—¿Gritarte? —se obligó a encararlo—. ¿Por ser justo y honesto? ¿Insultarte? ¿Cómo puedo insultarte, Pedro, cuando lo siento tanto por ti? —la mano de él cayó despacio. Paula irguió la cabeza. Bajo el dolor, justo por debajo de su superficie, había orgullo—. Estás dejando pasar algo… no, no dejas pasar —corrigió—. Con educación devuelves algo que nunca más vas a volver a tener. Lo que has expulsado de tu vida, Pedro, habría sido su mejor parte —lo dejó allí con la incómoda sensación de que no se equivocaba.
****
preguntado si él habría notado mi estado de distracción, o lo a menudo que paseaba por los riscos por las tardes, o las muchas horas que había empezado a pasar en la torre, soñando. Pero no lo parece.
Habían asistido los Greenbaum, y los McAllister y los Prentise. Estaban todos los que pasan el verano en la isla y que Felipe considera que debíamos ver. La sala de baile se hallaba rodeada de gardenias y rosas rojas. Felipe había
contratado una orquesta de Nueva York y la música era vivaz y agradable. Creo que Sarah McAllister bebió mucho champán, ya que su risa comenzó a crisparme mucho antes de que se sirviera la cena.
Creo que mi nuevo vestido dorado encajaba perfectamente con la ocasión, porque recibió muchos cumplidos. Sin embargo, cuando bailé con Ira Greenbaum, sus ojos se posaron en las esmeraldas. Colgaban como un grillete de mi cuello.
¡Qué injusta soy! Son hermosas, y solo mías porque Elias es mío.
Durante la velada, subí a la habitación de los niños para comprobar cómo estaban, aunque sé lo cariñosa que es la niñera con todos ellos.
Elias se despertó y adormilado me preguntó si le había llevado un poco de tarta.
Todos mis pequeños parecen ángeles mientras duermen. Mi amor por ellos es tan rico, tan profundo, que me pregunto por qué mi corazón no puede transferir nada de ese dulce sentimiento al hombre que los hizo nacer.
Quizá la culpa está en mí. Sin duda debe ser así. Al besarlos y darles las buenas noches para volver a salir al pasillo, con desesperación deseé que en vez de tener que regresar al salón para bailar y reír, pudiera correr a los riscos para erguirme allí con el viento en mi cabello, rodeada por doquier por el sonido y los olores del mar.
¿Vendría entonces él a mí, si yo me atreviera a algo así? ¿Vendría para erguirnos allí juntos, en las sombras, a la espera de algo que no debemos desear, mucho menos tomar?
No fui a los riscos. Mi deber es mi esposo, y hacia él me dirigí. Al bailar con él mi corazón se sintió tan frío como las joyas que rodean mi cuello. Sin embargo, sonreí cuando alabó mi habilidad como anfitriona. La mano que ceñía mi cintura era distante pero al mismo tiempo posesiva. Mientras nos movíamos con la música, sus ojos estudiaban el salón, aprobando lo que era suyo, escudriñando a sus invitados, convencido de que estaban impresionados.
Cuánto sé lo que representa para el hombre con el que me casé el rango y la opinión de los demás. Y lo poco que al parecer han llegado a significar para mí.
Quería gritarle. «Felipe, por el amor de Dios, mírame. Mírame y ve. Haz que te ame, ya que el miedo y el respeto no pueden ser suficientes para ninguno de los dos. Haz que te ame para que nunca más gire mis pasos hacia los riscos y lo que allí me aguarda».
Pero no grité. Cuando con impaciencia me dijo que era necesario que bailara con Cecil Barkley, musité mi asentimiento.
Ahora la música ha terminado y las lámparas están apagadas. Me pregunto cuándo volveré a ver a Christian. Me pregunto qué será de mí.
CAPITULO 21 (PRIMERA HISTORIA)
Paula ni siquiera trató de dormir. Se abrigó con su bata de franela y, con la casa crujiendo bajo sus pies, se dirigió a la habitación de Pedro.
Desde el cuarto de Amelia le llegó el murmullo de la última edición de las noticias. Desde el de
Lila el sonido leve de cítaras. No se le ocurrió sentirse incómoda o titubear.
Simplemente llamó a la puerta y aguardó a que él respondiera.
Cuando abrió con la camisa abierta y los ojos un poco adormilados, ella experimentó los primeros nervios.
—¿Paula?
—Necesito hablar contigo —miró hacia la cama, luego apartó la vista—.¿Puedo pasar?
—Quizá sería mejor esperar hasta la mañana —se preguntó cómo podía mantener la ecuanimidad cuando hasta una bata de franela le resultaba erótica.
—No estoy segura de poder.
—De acuerdo —el nudo en su estómago se apretó—. Claro —cuanto antes se explicara con ella, mejor. Eso esperaba. La dejó pasar y cerró la puerta—. ¿Quieres sentarte?
—Tengo demasiada energía nerviosa —cruzó los brazos y fue hasta la ventana—. Ha dejado de nevar. Me alegro. Sé que Susana estaba preocupada por algunas de sus flores. La primavera es muy impredecible en la isla —al volverse se mesó el pelo—. Hablo de naderías y odio eso —se calmó respirando hondo—. Pedro, necesito saber qué piensas sobre lo ocurrido esta noche. De verdad.
—¿Sobre esta noche? —repitió con cautela.
—La sesión espiritista —se pasó las manos por la cara—. Dios, me siento como una imbécil incluso al decirlo, pero sucedió algo —alargó las manos inquietas, a la espera de que él las tomara—. Soy muy realista, muy literal. Lila
es quien cree en esas cosas. Pero ahora… Pedro, necesito saberlo. ¿Sentiste algo
tú?
—No sé a qué te refieres. Ciertamente en varias ocasiones me sentí tonto.
—Por favor —le dio un tirón impaciente—. Sé sincero conmigo. Es importante.
—De acuerdo, Paula —después de todo, ¿no era eso lo que se había prometido que haría?—. Dime qué sentiste tú.
—El aire se tornó muy frío. Luego fue como si algo… alguien… estuviera de pie detrás de nosotros. Detrás y entre nosotros dos. No me asustó. Me sorprendió, pero sin temor. Estábamos con las manos juntas, como ahora. Y entonces…
Esperaba que él lo dijera, lo reconociera. Esos enormes ojos verdes lo exigían.
Cuando Pedro habló, lo hizo con gran renuencia.
—Fue como si alguien apoyara una mano sobre las nuestras.
—Sí —con los ojos cerrados, acercó la mano de él a los labios—. Sí, exacto.
—Una alucinación compartida —comenzó, pero ella lo cortó con una carcajada.
—No quiero oír eso. Nada de explicaciones racionales —se llevó la mano de Pedro a la mejilla—. No soy una persona fantasiosa, pero sé que significó algo, algo importante. Lo sé.
—¿El collar?
—Solo una parte de ello, y no esa. El resto… el collar, la leyenda, y a lo descifraremos tarde o temprano. Creo que tendremos que hacerlo porque está escrito. Pero esto… esto fue como una bendición.
—Paula.
—Te amo —con los ojos oscuros y brillantes, le tocó la mejilla—. Te amo y nada en mi vida ha parecido jamás tan correcto.
Se quedó sin habla. Una parte de él quiso retroceder, sonreír con amabilidad y decirle que se estaba dejando llevar por el momento. El amor no surgía en una cuestión de días. Si alguna vez llegaba a pasar, lo cual era raro, tardaba años.
Otra parte, enterrada en lo más hondo de su ser, quiso abrazarla para que el momento no terminara nunca.
—Paula…
Pero ella y a se había acomodado en sus brazos, que parecían esperarla.
Como si no tuviera control sobre ellos, la envolvieron. El calor de ella lo penetró como una droga.
—Creo que lo supe la primera vez que me besaste —apoyó la mejilla en la de él—. No lo quería, no lo pedí, pero jamás había sido así para mí. Creo que nunca lo había esperado. Ahí estabas, de forma tan súbita y completa entraste en mi vida. Bésame otra vez, Pedro. Bésame ahora.
No pudo hacer otra cosa. Sus labios ya ardían por sentirla. Cuando se encontraron, ese fuego solo pudo avivarse. Ella era líquido en sus brazos y enviaba lenguas de fuego por su organismo. Cuando Pedro no logró evitar que su
demanda aumentara, Paula no titubeó, sino que se pegó a su cuerpo, ofreciéndole todo.Deslizó las manos bajo la camisa de él, encantada de sentir el temblor veloz e involuntario que le provocó. Los músculos de Pedro se tensaron bajo sus dedos con el tipo de fuerza que ella quería, necesitaba.
El viento suspiró más allá de la ventana igual que ella suspiró en sus brazos.
Pedro no tenía suficiente. Descubrió que quería devorarla mientras le recorría la cara con los labios, para pasar al cuello y mordisquearle la piel delicada. El aroma a madreselva remolineó en su cabeza. Ella se arqueó y los gemidos roncos de placer que emitió martillearon en su sangre.
Tenía que tocarla. Se volvería loco si no lo hacía. Y también si lo hacía.
Cuando le separó la bata, gimió al darse cuenta de que estaba desnuda para él.
Desesperado, llenó su mano con ella.
En ese momento Paula supo lo que era que le hirviera la sangre.
Prácticamente podía sentirla correr por sus venas, ardiendo allí donde él la tocaba.
Experimentaba una debilidad gloriosa, mezclada con una especie de fuerza maníaca. Quiso darle ambas cosas y encontró el modo cuando Pedro la besó con frenesí en la boca.
Ella tembló incluso al responder. Se entregó mientras se encendía. Cuando la cabeza le cayó hacia atrás y clavó con fuerza los dedos en los hombros de él, Pedro sintió que por su interior se movía algo que era más que deseo y más profundo que la pasión.
Felicidad. Esperanza. Amor. Al reconocer los sentimientos, a ellos se sumó el terror.
Con la respiración entrecortada, se separó de ella.
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