lunes, 15 de julio de 2019
CAPITULO 26 (CUARTA HISTORIA)
Por insistencia de Paula, también se llevaron a Sadie. Ella fue en la parte de atrás de la camioneta, sonriendo al viento. Cuando llegaron a Las Torres, descubrieron a Lila y a Max sentados en el jardín. Fred, al ver el vehículo, emprendió la carrera y se detuvo aturdido cuando con agilidad Sadie saltó desde
atrás.
Con el cuerpo agitado, se acercó a ella. Los perros se dedicaron a olerse con minuciosidad. Con el rabo oscilando, Sadie marchó por el patio. Por encima del hombro le lanzó una mirada de invitación a Fred, quién de inmediato se puso a seguirla.
—Parece que el viejo Fred ha tenido un amor a primera vista —comentó Lila mientras iba en compañía de Max hasta la camioneta—. Nos
preguntábamos adónde habías ido —pasó una mano por el brazo de Paula, dejando que supiera sin palabras que estaba al corriente de la llamada de Bruno.
—¿Los chicos andan por aquí?
—No, se fueron al pueblo con Marina y los padres de ella para ayudar a Kevin a elegir unos recuerdos antes de marcharse.
Paula asintió y tomó la mano de su hermana.
—Hay algo que tienes que ver —retrocedió y señaló. A través de la puerta abierta de la camioneta, Lila vio el cuadro. Sus dedos se tensaron en los de su hermana.
—Oh, Pau.
—Lo sé.
—Max, ¿lo ves?
—Sí —con delicadeza le besó la coronilla y contempló el retrato de una mujer que era exacta a la que él amaba—. Era hermosa. Es un Alfonso —miró a Pedro y se encogió de hombros—. He estado estudiando la obra de tu abuelo las últimas dos semanas.
—Lo has tenido en todo momento —comenzó Lila.
Pedro dejó que la acusación le resbalara.
—No supe que era Bianca hasta que te vi ayer.
Ella estudió su rostro y cedió.
—No eres tan desagradable como te gusta que piense la gente. Tu aura es muy clara.
—Deja el aura de Pedro en paz, Lila —rio Paula—. Quiero que lo vea la tía Coco. Oh, cómo me gustaría que Samuel y Amelia no se hubieran ido de luna de miel.
—Solo estarán ausentes dos semanas —le recordó su hermana.
Dos semanas. Paula se esforzó en mantener la sonrisa en su sitio mientras Pedro llevaba el retrato dentro.
En cuanto lo vio, Coco lloró. Pero eso no extrañó a nadie. Pedro lo había apoyado en un sofá en el salón, y Coco estaba sentada en el sillón, mojando el pañuelo.
—Después de todo este tiempo. Que una parte de ella hay a vuelto a esta casa.
—Una parte de ella siempre ha estado aquí —Lilh tocó el hombro de su tía.
—Oh, lo sé, pero poder mirarla —se secó los ojos—. Y mirarte a ti.
—Debió amarla mucho —con los ojos húmedos, Catalina apoyó la cabeza en el hombro de Teo—. Es tal como la imaginé, tal como sabía que sería aquella noche en que la sentí.
Pedro mantuvo las manos en los bolsillos.
—Mirad, sentimientos y sesiones espiritistas aparte, lo que necesitáis son las esmeraldas. Si queréis mi ayuda, entonces necesito estar al corriente de todo.
—Una sesión —Coco se secó los ojos—. Deberíamos celebrar otra. Colgaremos el retrato en el comedor. Con eso como centro, tendremos éxito. He de comprobar las cartas astrológicas —se puso de pie y salió de la estancia.
—Sin restarle mérito a Coco —dijo Teo—, quizá sea mejor que ponga a Pedro al corriente de un modo más convencional.
—Prepararé café —Paula le echó un último vistazo al retrato antes de ir a la cocina.
Mientras molía granos de café pensó que no había mucho que Teo pudiera decirle. Pedro y a conocía la leyenda, la investigación que habían realizado, el peligro al que se habían visto expuestas sus hermanas. Era posible que gracias a su entrenamiento pudiera exprimir más que ellos dicha información. Pero no sabía si le importaría tanto como a su familia.
Sabía que la motivación emocional podía cambiar las vidas. Y que sin ella no se podía conseguir nada importante.
Él tenía pasión. Pero ¿esas pasiones irían más allá de la necesidad física? «No conmigo» , se aseguró, midiendo el café. Había hablado en serio cuando le dijo que no quería relacionarse.
No podía permitirse volver a estar enamorada.
Temía que él tuviera razón en lo referente a una aventura. Si no era lo bastante fuerte como para resistirlo, esperaba disponer de la fuerza necesaria para mantener separados su corazón y su cuerpo. No podía estar mal necesitar ser tocada y deseada. Quizá al entregarse a él de un modo físico, podría demostrarse que no era un fracaso como mujer.
Dios, quería volver a sentir como mujer, a experimentar ese torrente de placer y liberación. Tenía casi treinta años, y el único hombre con el que había mantenido intimidad había censurado su deseo. ¿Durante cuánto tiempo podría continuar preguntándose si había tenido razón?
Se sobresaltó al sentir unas manos en los hombros.
Despacio, consciente de la facilidad con la que había palidecido, Pedro la hizo darse la vuelta para que lo mirara.
—¿Dónde estabas?
—Oh, hasta el cuello arrancando malas hierbas.
—Es una buena mentira si pusieras más vida en ella —pero no la presionó—. Me voy a hablar con el teniente Koogar. Dejaremos el café para otra vez.
—De acuerdo, te llevaré.
—Me voy con Max y con Teo.
—Ya veo, solo hombres —enarcó las cejas.
—A veces funciona mejor de esa manera —le pasó el pulgar por el ceño en un gesto tierno que los sorprendió a los dos. Conteniéndose, dejó caer la mano—. Te preocupas demasiado. Te llamaré.
—Gracias. No olvidaré lo que haces por nosotros.
—Olvídalo —la acercó y la besó hasta dejarle flojas todas las extremidades —. Preferiría que recordaras esto.
Se marchó y Paula se sentó débil en una silla.
No le quedaría más elección que recordarlo.
CAPITULO 25 (CUARTA HISTORIA)
La condujo hasta el ático. Desgarrada entre la curiosidad y la furia, Paula lo siguió. Lo único de lo que estaba segura en ese momento era de que, desde que había vuelto a ver a Pedro Alfonso, sus emociones habían viajado en una
montaña rusa. Lo único que deseaba de la vida era un viaje suave y tranquilo.
—Él trabajaba aquí arriba.
—¿Lo conociste bien? —preguntó con interés.
—No creo que nadie lo conociera bien —fue a abrir una claraboya—. Iba y venía según le apetecía. Volvía aquí por unos días, o unos meses. A veces yo me sentaba a verlo trabajar. Si se cansaba de mi compañía, me decía que me fuera a pasear al perro o al pueblo a comprarme un helado.
—Todavía hay pintura en el suelo —incapaz de resistirse, se agachó para tocarla. Alzó la vista, se encontró con los ojos de Pedro y lo entendió.
Había querido a su abuelo. Esas manchas de pintura, más que la propia cabaña, eran recuerdos. Alargó la mano para tomar la suya, y se levantó cuando los dedos se unieron.
Entonces vio el retrato.
El lienzo se hallaba apoyado contra la pared, en un marco antiguo y trabajado. La mujer le devolvió el escrutinio, con ojos llenos de secretos, tristeza y amor.
—Bianca —susurró, y dejó que las lágrimas cayeran con libertad—. Sabía que debía haberla pintado. Tenía que haberlo hecho.
—No estuve seguro hasta que ayer vi a Paula.
—Nunca lo vendió —murmuró Paula—. Se lo guardó, porque era lo único que le quedaba de ella.
—Tal vez —no se sentía del todo cómodo con que también a él se le hubiera ocurrido lo mismo—. He de concluir que había algo entre ellos. No sé cómo puede acercarte eso a las esmeraldas.
—Pero tú nos ayudarás.
—Dije que lo haría.
—Gracias —se volvió para mirarlo. «Sí, nos ayudará» , pensó. No rompería su palabra, sin importar lo mucho que lo irritara respetarla—. Lo primero que he de pedirte es si quieres llevar el retrato a Las Torres para que lo vea mi familia. Significará mucho para ellos.
CAPITULO 24 (CUARTA HISTORIA)
También en eso tenía razón. Durante un breve instante ella se permitió caer en el beso, en el calor. Necesitaba algo, a alguien. Si no podía conseguir cariño o compasión, se conformaría con el deseo. Pero cuanto más tomaba, más anhelaba su cuerpo algo que se hallaba fuera de su alcance. Algo que no podía permitirse el lujo de querer o necesitar otra vez.
—Esto va demasiado deprisa —musitó sin aire, apartándose—. Lo siento, comprendo que debes parecer que te envío señales confusas.
Él observó sus ojos, solo sus ojos, mientras el cuerpo le palpitaba.
—Creo que puedo separarlas.
—No quiero iniciar algo que no sea capaz de terminar —se humedeció los labios aún cálidos del contacto con los de Pedro—. Y ahora mismo tengo demasiadas responsabilidades, demasiado de qué preocuparme como para pensar siquiera en…
—¿Una aventura? —concluyó él—. Vas a tener que pensar en ello —sin dejar de mirarla a los ojos, agarró un puñado de su pelo—. Adelante, tómate unos días. Puedo ser paciente mientras consiga lo que quiero. Y te quiero a ti.
—Por encontrarte atractivo físicamente, no quiere decir que me meteré en la cama contigo —respondió llena de nervios.
—No me importa si te metes, si saltas o si hay que arrastrarte. Más adelante podremos decidir el método a emplear —antes de que ella pudiera insultarlo, sonrió, la besó y retrocedió—. Una vez arreglado eso, te enseñaré el retrato.
—Si crees que está arreglado porque… ¿qué retrato?
—Échale un vistazo y luego me lo dices.
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