lunes, 10 de junio de 2019

CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)





—No me imaginaba que me pondría tan nerviosa —Catalina contemplaba fijamente
el vestido de boda, de seda y encaje, colgado en el armario—. Quizá sería mejor que me pusiera simplemente una ropa normal…


—No seas ridícula. Y estate quieta —Paula se inclinó hacia ella para añadir un poco de colorete a sus mejillas—. Se suponía que tenías que estar tranquila.


—Es verdad —disgustada consigo misma, Catalina se llevó una mano al estómago—. Amo a Teo y quiero casarme con él. ¿Por qué habría de ponerme nerviosa ahora, cuando eso va a suceder? —volvió a mirar el vestido y tragó saliva—. Queda menos de una hora.


—Quizá debería llamar a tía Coco para que te diera ánimos —sonrió Paula.


—Muy gracioso. ¿Cuándo vendrá Susana?


—Ya te lo dije, tan pronto como termine de vestir a los niños. A Jazmin le encanta la idea de vestirse de damita de honor, pero Alex no parece muy contento con la idea de tener que llevar los anillos en un cojín de satén. Y, antes de que me lo preguntes otra vez, se supone que Lila tiene que quedarse abajo y ocuparse de los detalles de última hora. Aunque todavía no sé por qué diablos tenemos que confiar en ella…


—Lo hará muy bien. Nunca falla en los momentos importantes —la tranquilizó Catalina—. Y este lo es, Pau.


—Lo sé, cariño. Es el día más importante de tu vida —con los ojos nublados de emoción, acercó una mejilla a la suya—. Oh, tengo la sensación de que debería decir algo profundo, pero lo único que se me ocurre decirte es que seas feliz. 


—Lo seré. Y no te apenes, que no es como si fuera a irme de casa. Viviremos aquí la mayor parte del tiempo, excepto cuando… cuando estemos en Boston — se le hizo un nudo en la garganta.


—No empieces otra vez —le advirtió Paula—. Hablo en serio. Después de todo el trabajo que me ha costado ponerte bonita, no te vas a echar a llorar ahora. Bueno, y ahora déjame ayudarte a vestirte.


Cuando Susana bajó poco después, con un niño en cada mano, también ella tuvo que hacer un esfuerzo por no llorar.


—¡Oh, Catalina! ¡Estás maravillosa!


—¿Seguro? —nerviosa, se ajustó un lazo del cuello. El vestido era de una elegante sencillez, casi sin adornos—. Quizá tendría que haberme puesto algo menos formal…


—No, es perfecto —comentó, y se dirigió luego a su hijo—. Alex, estate quieto, por favor.


—Odio las chaquetas.


—Ya lo sé, pero tendrás que aguantarte. Tengo algo para ti —le dijo a Catalina mientras le tendía una pequeña caja. Dentro había un zafiro en forma de lágrima, al extremo de una cadena de oro.


—La cadena de mamá.


—Tía Coco me la dio cuando… el día de mi boda —abrazó a su hermana, emocionada—. Quiero que la lleves y conserves como si fuera tuya.


Catalina cerró los dedos sobre el zafiro.


—Ya no estoy nerviosa.


—Ahora soy yo la que está al borde del llanto —temerosa de decir más, Paula le dio un rápido beso—. Voy a bajar para asegurarme de que todo está listo. 


—Pau…


—Sí, le diré a Lila que suba —y salió de la habitación para bajar corriendo las escaleras. Solo se detuvo un instante en el pasillo para atusarse el peinado ante el espejo, pero fue entonces cuando vio a Pedro.


—Estás preciosa. Sencillamente preciosa.


—Gracias.


Se miraron durante unos instantes. Él, vestido de frac, y ella con un precioso vestido largo de color melocotón.


—Er… ¿sabes dónde está Teo?


—Necesitaba unos minutos de soledad. Su padre quería darle algunos consejos… —sonrió—. Cuando un hombre se ha casado tantas veces como el señor St. James, siempre se cree con derecho a dar algún que otro consejo interesante —y se echó a reír al ver la expresión de Paula—. No te preocupes, que me lo llevé al jardín para que tomara una copa de champán con Coco. Parece que son viejos amigos.


—Creo que se conocen desde hace mucho tiempo —al ver que se acercaba a ella, Paula empezó a hablar con rapidez, parloteando de puro nerviosismo—. Estás magnífico. No imaginaba que te quedaría tan bien el frac —y añadió, cuando él se echo a reír—. No, no quería decir eso, sino que…


—Te pones muy guapa cuando te ruborizas.


—Bueno, debo irme —pronunció—. Empezaremos dentro de unos minutos. Hay que ocuparse de los invitados.


—La mayor parte están ya en el jardín.


—El fotógrafo.


—Ya he hablado yo con él.


—El champán.


—En hielo —dio un paso hacia ella y le alzó la barbilla con un dedo—. ¿Te ponen tan nerviosa las bodas, Chaves?


—Esta sí.


—¿Me reservarás un baile?


—Por supuesto.


Se puso a jugar con las flores que adornaban su cabello.


—¿Y después?


—Yo…


—¡Catalina y a está lista! —gritó de pronto Alex, apareciendo en lo alto de las escaleras.


—Muy bien —sonrió Pedro—. Ya me aseguraré yo de que el novio está en su puesto.


—De acuerdo… ¡maldita sea! —exclamó Paula cuando sonó su teléfono móvil—. ¿Diga? Oh, Guillermo, no puedo hablar ahora contigo. Va a empezar la boda… ¿mañana? —se llevó una mano al peinado, con gesto distraído—. No, por supuesto. Hum… sí, está bien. A primera hora de la tarde sería lo mejor. ¿Las tres? Te veré a esa hora —cuando cortó la llamada, se volvió para descubrir a Pedro mirándola con frialdad.


—Estás corriendo grandes riesgos, Chaves.


—¿Qué quieres decir? —le preguntó, frunciendo el ceño.


—Ya hablaremos de eso después. Tenemos una boda por delante.


—Tienes toda la razón.



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