viernes, 26 de julio de 2019

CAPITULO 61 (CUARTA HISTORIA)




Pedro regresó a Las Torres de malhumor. Habían dado con la casa. Vacía. No tuvieron dudas de que Livingston vivía allí. Había entrado con sigilo para inspeccionar el lugar con meticulosidad. Habían encontrado los papeles Chaves robados, las listas que había hecho el ladrón y una copia de los planos originales de Las Torres.


También habían localizado una copia mecanografiada de la agenda semanal de cada una de las mujeres, junto con comentarios manuscritos que no dejaban dudas sobre el hecho de que Livingston había seguido y observado a cada una de ellas. Había un inventario de las habitaciones que había inspeccionado y de los artículos que consideraba lo bastante valiosos como para robar.


Habían esperado una hora su regreso, luego, incómodos por haber dejado solas a las mujeres, le transmitieron la información a Koogar. Mientras la policía sometía a vigilancia la casa alquilada de Bar Island, Pedro y sus compañeros regresaron a Las Torres.


Ya solo era cuestión de esperar. Era algo que había aprendido a hacer bien durante sus años en el departamento de policía. Pero en ese momento no se trataba de un trabajo, y cada momento lo crispaba más.


—Oh, mi querido muchacho —Coco voló hacia él nada más entrar en la casa.


La tomó por las robustas caderas mientras ella lo llenaba de besos.


—Eh —fue lo único que pudo decir mientras la mujer lloraba sobre su hombro. Notó que su pelo ya no era negro, sino de un rojo fuego—. ¿Qué le ha hecho al pelo?


—Oh, era hora de cambiar —se echó para atrás con el fin de limpiarse la nariz con el pañuelo que llevaba en la muñeca, para luego volver a caer en sus brazos.


Impotente, Pedro le palmeó la espalda y miró a los hombres sonrientes que lo rodeaban en busca de ayuda.


—Le sienta bien —aseguró, preguntándose si lloraba por eso—. De verdad.


—¿Te gusta? —volvió a apartarse y se lo ahuecó—. Pensé que necesitaba un toque divertido, y el rojo es tan hermoso —enterró la cara en el pañuelo empapado—. Soy tan feliz —sollozó—. Tan feliz. Verás, lo había esperado. Y las hojas de té indicaban que funcionaría, aunque no pude evitar preocuparme. Ella lo ha pasado tan mal, y también sus dulces y pequeños hijos. Ahora todo va a salir bien. Pensé que podría ser Teo, pero Catalina y él formaban una pareja tan perfecta. Luego Samuel y Amelia. Después, casi antes de que pudiera parpadear, nuestros queridos Max y Lila. ¿Es extraño que me sienta abrumada?


—Supongo que no.


—Y pensar que hace tantos años tú traías langostas a la entrada de servicio. Y aquella ocasión en que cambiaste para mí una rueda de mi coche y fuiste demasiado orgulloso para dejar que te diera las gracias. Y ahora, ahora, vas a casarte con mi pequeña.


—Felicidades —Teo sonrió y palmeó la espalda de Pedro mientras Max sacaba un pañuelo seco para Coco.


—Bienvenido a la familia —Samuel le ofreció una mano—. Imagino que sabes en qué te estás metiendo.


—Empiezo a comprenderlo —repuso Pedro mientras estudiaba a la llorosa Coco.


Dejad de dar tantos maullidos —Carolina bajó por la escalera—. Podía oír vuestros gimoteos hasta en mi habitación. Por el amor del cielo, llevaos esa mata de pelo rojo a la cocina —indicó con el bastón—. Dadle té hasta que recupere la cordura. Fuera, todos vosotros —añadió—. Quiero hablar con este muchacho.


«Son como ratas abandonando un barco que se hunde» , pensó Pedro mientras lo dejaban solo. Carolina le indicó que lo siguiera y se dirigió hacía el salón.


—Así que piensas que te vas a casar con mi sobrina nieta.


—No. Voy a casarme con ella.


—Te diré una cosa, como no te comportes mejor que esa basura con la que se casó la primera vez, responderás ante mí —se sentó, complacida con el joven —. ¿Cuáles son tus planes?


—¿Mis qué?


—Planes —repitió con impaciencia—. Ni sueñes con que te vas a pegar a mi dinero cuando te pegues a ella.


Él entrecerró los ojos, lo que satisfizo aún más a Carolina.


—Puede tomar su dinero y …


—Muy bien —asintió con aprobación—. ¿Cómo piensas mantenerla?


—No necesita que la mantengan. Y no necesita que usted ni nadie más se meta en sus cosas. Lo ha hecho muy bien por su cuenta, mejor que bien. Salió del infierno y logró recomponer su vida, cuidar de sus hijos e iniciar un negocio. Lo único que va a cambiar es que va a dejar de matarse a trabajar, y los chicos tendrán a alguien que quiere ser su padre. Puede que yo no sea capaz de darle diamantes ni llevarla a fiestas sofisticadas, pero la haré feliz.


Carolina martilleó los dedos sobre la empuñadura del bastón.


—Lo harás. Si tu abuelo se pareció en algo a ti, no me extraña que mi madre lo amara. Entonces… —fue a levantarse, pero en ese momento vio el retrato sobre la repisa. Donde había estado la cara severa de su padre se veía la hermosa de su madre—. ¿Qué hace eso ahí?


Pedro metió las manos en los bolsillos.


—Me pareció que ese era su sitio natural. Ahí es donde mi abuelo habría querido que estuviera.


—Gracias —se dejó caer otra vez en el sillón. Tenía la voz ahogada, pero su mirada permanecía intensa—. Y ahora vete. Quiero estar sola.


La dejó, sorprendido de ver que empezaba a encariñarse con ella. Aunque no deseaba participar en otra escena, fue a la cocina a preguntarle a Coco dónde podía encontrar a Paula.


Pero él mismo la encontró siguiendo la música que llegaba hasta el recibidor.


Estaba sentada al piano y tocaba una melodía cautivadora que Pedro no reconoció.


Aunque la música era triste, Paula sonreía. 


Cuando ella alzó la vista, sus dedos se quedaron quietos, pero no perdió la sonrisa.


—No sabía que tocaras el piano.


—Todas recibimos clases. Yo fui la única que continuó estudiándolo —tomó la mano de Pedro—. Esperaba que tuviéramos un momento a solas, para que pudiera decirte lo maravilloso que habías estado esta mañana con los niños.


Sin soltarle los dedos, estudió el anillo que le había regalado.


—Estaba nervioso —rio un poco—. No sabía cómo se lo iban a tomar. Cuando Jazmin me preguntó si podía llamarme papi… es gracioso con qué rapidez te puedes enamorar. Creo que ahora comprendo lo que sentiría un padre y lo que haría para garantizar que sus hijos estuvieran a salvo. Me gustaría tener más. Sé que necesitarás meditarlo, y no quiero que pienses que Jazmin y Alex van a importarme menos.


—No tengo que meditarlo —le besó la mejilla—. Siempre he querido tener una familia grande.


La abrazó y Paula apoyó la cabeza en su hombro.


—Paula, ¿sabes dónde estaba el cuarto de los niños cuando Bianca vivía aquí?


En la segunda planta del ala este. Desde que tengo uso de memoria se utiliza como almacén —se irguió—. ¿Crees que escondió allí el collar?


—Creo que lo escondió en algún lugar donde Felipe no miraría. Y no lo imagino pasando mucho tiempo en el cuarto de los niños.


—No, pero lo lógico es que alguien lo hubiera encontrado ya. No sé por qué digo eso —corrigió—. La habitación está llena de cajas y muebles viejos.


—Muéstramela.




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