viernes, 24 de mayo de 2019
CAPITULO 10 (PRIMERA HISTORIA)
—Y bien, ¿cómo es? —Lila Chaves cruzó sus largas piernas sobre el brazo del sofá y apoyó la cabeza en el otro. La media docena de pulseras que llevaba en el brazo sonó al señalar a P. P.—. Cariño, te he dicho que poner esa mueca solo produce arrugas y malas vibraciones.
—Si no quieres que la ponga, no me preguntes por él.
—De acuerdo, se lo preguntaré a Susana —desvió sus ojos verde mar hacia su hermana mayor—. Suéltalo.
—Atractivo, educado e inteligente.
—De modo que es un cocker spaniel —Lila suspiró—. Y yo que esperaba un pitbull. ¿Cuánto tiempo vamos a tenerlo?
—La tía Coco se muestra un poco vaga en los detalles —Susana miró a sus hermanas con expresión divertida—. Lo que significa que no lo va a decir.
—Quizá Amelia consiga sonsacarle algo —Lila movió los dedos de sus pies descalzos y cerró los ojos. Era el tipo de mujer que sentía que había algo intrínsecamente malo con cualquiera que se tumbara en un sofá y no dormitara.
—Creo que deberíamos deshacernos de él —P. P. se levantó y, para mantener las manos inquietas ocupadas, se puso a encender un fuego.
—Susana y a ha comentado que intentaste tirarlo por el parapeto.
—No —corrigió aquella—. Dije que la detuve antes de que se le ocurriera tirarlo —se incorporó para entregarle a P. P. las cerillas para la chimenea—. Y así como estoy de acuerdo en que es incómodo tenerlo aquí cuando nos encontramos tan indecisas, y a, no hay marcha atrás. Lo menos que podemos hacer es darle la oportunidad de que plantee su oferta.
—Siempre una pacificadora —musitó Lila somnolienta, sin percatarse de la mueca que provocó en su hermana—. Bueno, quizá no haga falta ahora que ha visto todo el lugar. Mi conjetura es que planteará alguna excusa inteligente y regresará a Boston.
—Cuanto antes, mejor —musitó P. P. mientras observaba cómo las llamas lamían la madera.
—Me ha echado —anunció Amelia. Entró en la habitación con la misma celeridad que empleaba para todo lo demás. Se mesó el pelo castaño claro que le llegaba a la barbilla y se acomodó sobre el apoyabrazos de un sillón—. Tampoco
quiere hablar —las manos inquietas tiraron de la falda de su traje de trabajo—. Pero sé que trama algo, algo más que una transacción inmobiliaria.
—La tía Coco siempre trama algo —Susana se dirigió al antiguo armario Belker para servirle a su hermana un vaso con agua mineral—. Nunca se la ve más feliz que cuando trama algo.
—Puede que sea verdad. Gracias —añadió, aceptando el vaso—. Pero me pongo nerviosa cuando no consigo atravesar su guardia —pensativa, bebió y luego miró a sus hermanas—. Ha vuelto a usar la vajilla de Limoges.
—¿La Limoges? —Lila se incorporó sobre los codos—. No la empleamos desde la fiesta de compromiso de Susana —tuvo ganas de morderse la lengua —. Lo siento.
—No seas tonta —repuso Susana—. No ha recibido a mucha gente en los últimos dos años. Estoy segura de que es algo que ha echado de menos. Lo más probable es que esté entusiasmada por tener compañía.
—Él no es compañía —intervino P. P.—. No es más que un incordio…
—Señor Alfonso —Susana se levantó con rapidez, cortando el final de la opinión de su hermana.
—Pedro, por favor —le sonrió, luego con ironía a Paula.
Había disfrutado de todo un espectáculo antes de que Susana lo viera en el umbral. Las mujeres Chaves reunidas, y por separado, eran un conjunto que cualquier hombre que respirara tenía que apreciar. Con sus piernas largas y esbeltas, estaban sentadas, de pie o tumbadas en la habitación.
Susana estaba de pie de espaldas a la ventana, y la última luz de la tarde primaveral provocaba un halo alrededor de su pelo. Habría dicho que se encontraba relajada, salvo por un vestigio de tristeza en los ojos.
No cabía duda de que la que se hallaba en el sofá estaba relajada… y prácticamente dormida. Lucía una falda larga de motivos florales que casi le llegaba a los pies descalzos, y al apartarse la mata de pelo rojo que caía hasta su cintura lo contempló a través de unos ojos somnolientos y divertidos.
Otra se sentaba en el apoyabrazos de un sillón, como a punto de saltar y entrar en acción ante el sonido de una campanilla que solo ella podía oír.
« Competente y profesional» , pensó a primera vista. Sus ojos no eran soñadores ni tristes, sino calculadores.
Luego venía Paula. Había estado sentada en la chimenea de piedra, con el mentón sobre las manos, rumiando como una Cenicienta moderna. Pero notó que se había incorporado con rapidez, a la defensiva, para quedarse recta con el fuego a la espalda. No era una mujer que pudiera esperar con paciencia hasta que un príncipe le pusiera el zapato de cristal en el pie.
Imaginó que, si lo intentaba, le daría una patada en la espinilla o en algún lugar más doloroso.
—Señoras —saludó, pero con la vista clavada en P. P. sin siquiera darse cuenta de ello—. Paula.
—Permita que lo presente —intervino Susana con presteza—. Pedro Alfonso, mis hermanas, Amlia y Lila. ¿Qué le parece si le preparo una copa mientras…?
El resto de la invitación quedó ahogado por un grito de guerra y pies que corrían. Como remolinos gemelos, Alex y Jazmin irrumpieron en la habitación.
Fue la mala suerte lo que quiso que Pedro estuviera en la línea de fuego.
Chocaron con él como dos misiles, enviándolo sobre el sofá encima de Lila.
Ella simplemente rió y reconoció que era un placer conocerlo.
—Lo lamento tanto —Susana sujetó a los dos niños y miró a Pedro con simpatía—. ¿Se encuentra bien?
—Sí —se desenredó y se puso de pie.
—Son mis hijos, Desastre y Calamidad —los sujetaba con un firme brazo maternal—. Disculpaos.
—Lo sentimos —le dijeron. Alex, unos centímetros más alto que su hermana, alzó la vista entre una mata de pelo negro—. No lo vimos.
—No —convino Jazmin, esbozando una sonrisa cautivadora.
Susana decidió que los reprendería luego por entrar a la carrera en una habitación y los guió hacia la puerta.
—Id a preguntarle a la tía Coco si la cena está lista. ¡Vamos! —añadió con firmeza pero sin esperanza.
Antes de que nadie pudiera reanudar la conversación, se oyó un sonido metálico y atronador.
—Santo cielo —musitó Amelia sobre el vaso—. Ha vuelto a sacar el gong.
—La cena está lista —si había algo que podía hacer que Lila se moviera con rapidez, era la comida. Se incorporó, pasó el brazo por el de Pedro y le sonrió—. Le mostraré el camino. Dígame, Pedro, ¿qué opina sobre las proyecciones astrales?
—Ah… —miró por encima del hombro y vio que Paula sonreía.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario