domingo, 26 de mayo de 2019
CAPITULO 16 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro se llevó las manos de Paula a los labios y vio que la confusión oscurecía sus ojos. La mano que sostenía se quedó laxa. Ella abrió la boca y permaneció de ese modo, sin emitir sonido alguno.
—Se supone que un beso lo cura —señaló, y por motivos absolutamente egoístas, le rozó la mano con los labios.
—Creo que… sería mejor si… —«Dios, el cuarto es pequeño» , pensó distraída. Y se empequeñecía por momentos—. Gracias —logró decir—. Estoy segura de que ya está bien.
—Hay que vendarla.
—Oh, bueno, yo no…
—Si no, se ensuciará —pasándoselo en grande, sacó un rollo de venda y comenzó a envolverle la mano.
Creyendo que de esa manera pondría algo de distancia entre ellos, Paula se volvió. Como si siguiera los movimientos de un baile, Pedro también lo hizo.
Quedaron cara a cara en vez de costado. Él se movió y la espalda de ella se clavó contra la pared.
—¿Le duele?
Lo negó con la cabeza. «No me duele» , decidió Paula.… «Solo estoy loca».
Una mujer tenía que estar loca para que el corazón le martilleara como un martillo neumático porque un hombre le pasara una venda por los nudillos despellejados.
—Paula —con movimientos competentes fijó la venda en su sitio—. ¿Puedo hacerle una pregunta personal? —se hallaban tan cerca como la noche anterior, durante la discusión. Pedro concluyó que eso era mucho más agradable—. ¿Va a arreglarme el radiador?
—Desde luego.
—¿Entonces me perdona por lo sucedido anoche?
—No he dicho eso —enarcó las cejas.
—Me gustaría que lo reconsiderara —con la mano de ella entre los dos, se acercó un poco más—. Verá, si eso va a representar mi perdición, costará aún más resistir el impulso de pecar otra vez.
—No creo que lamente nada de lo que hizo —aturdida, ella se pegó a la pared.
—Me temo que tiene razón —repuso, observando los ojos abiertos, la boca tentadora.
Mientras ella se sentía indecisa entre el terror y el gozo, el teléfono comenzó a sonar.
—He de contestar —ágil como un sabueso, se escabulló fuera del cuarto.
Sorprendido consigo mismo, él la siguió más despacio. Otra mujer, ciertamente una que tuviera el matrimonio en la cabeza, habría sonreído… o hecho un mohín. Lo habría rodeado con los brazos o fingido que lo mantenía a raya. Pero otra mujer no se habría quedado con la espalda contra la pared como
si se enfrentara a un pelotón de fusilamiento.
Otra mujer no lo habría observado con ojos muy grandes y desvalidos, ni habría tartamudeado.
Tampoco le habría resultado tan irresistible.
En la oficina, Paula alzó el auricular, pero tenía la mente en blanco. Miró por el cristal con el auricular pegado al oído durante diez segundos silenciosos antes de que la voz que escuchaba la devolviera a la realidad.
—¿Qué? Oh, sí, sí, soy Paula Lo siento. ¿Eres tú, Finney ? —soltó el aliento contenido mientras escuchaba—. ¿Te has vuelto a dejar las luces encendidas? ¿Estás seguro? Vale, vale. Puede que sea el motor de encendido —con gesto distraído se pasó una mano por el pelo y comenzó a sentarse en el escritorio antes de ver a Pedro. Entonces se irguió como un muelle—. ¿Qué? Lo siento, ¿podrías repetirlo? Mmm. ¿Por qué no paso a echarle un vistazo de camino a casa? A eso de las seis y media —sonrió—. Claro, soy incapaz de rechazar una langosta. Puedes apostarlo. Adiós.
—Un mecánico que hace visitas —comentó Pedro.
—Entre vecinos nos cuidamos —«relájate» , se ordenó. «Relájate ahora mismo» —. Además, resulta fácil cuando te espera un especial de langosta de Albert Finney.
—¿Cómo va la mano? —sintió una irritación que se esforzó en soslayar.
—Bien —ella movió los dedos—. ¿Por qué no cuelga las llaves de su coche en el tablero?
—¿Se da cuenta de que jamás ha pronunciado mi nombre? —inquirió mientras obedecía.
—Claro que sí.
—No, me ha llamado nombres, pero nunca el mío —descartó el pensamiento con un gesto—. En cualquier caso, necesito hablar con usted.
—Escuche, si es sobre la casa, no es el momento ni el lugar.
—No lo es, desde luego.
—Oh —lo miró y sintió ese extraño sobresalto en el pecho—. Se me hace tarde. ¿No puede esperar hasta que venga a recoger su coche?
—No tardaré mucho —no estaba acostumbrado a esperar por nada—. Considero que debo advertirla, ya que creo que desconocía tanto como y o los planes de su tía.
—¿La tía Coco? ¿Qué planes?
—Esos que involucran un vestido blanco.
—¿Matrimonio? —su expresión pasó de desconcierto a suspicacia—. Es absurdo. La tía Coco no planea casarse. Ni siquiera sale con alguien de manera seria.
—No creo que sea ella la candidata —se acercó sin quitarle la vista de encima—. Es usted.
Rio divertida y con ganas al sentarse en el borde del escritorio.
—¿Yo? ¿Casada? Es una tontería.
—En absoluto.
La risa murió. Bajó del escritorio y habló con voz muy fría.
—¿Qué es exactamente lo que quiere dar a entender?
—Que su tía, por razones que únicamente ella conoce, me invitó aquí no solo para echarle un vistazo a la casa, sino también a sus cuatro atractivas sobrinas.
Ella se puso muy pálida, señal de que se sentía profundamente enfadada.
—Es insultante.
—Es un hecho.
—Salga de aquí —lo empujó con fuerza en dirección a la puerta—. Salga de aquí. Recoja sus llaves, su coche y sus ridículas acusaciones y salga de aquí.
—Cállese un momento —la agarró con firmeza por los hombros—. Solo un minuto, y cuando hay a terminado, y si todavía piensa que estoy siendo ridículo, me marcharé.
—Sé que es ridículo. Y taimado, y arrogante. Si por un instante piensa que yo… yo tengo planes para usted…
—Usted no —corrigió—. Su bienintencionada tía. « Paula.… ¿por qué no le enseñas a Pedro los jardines? Las flores son exquisitas a la luz de la luna» .
—Solo estaba mostrándose cortés.
—¿Sabe cómo pasé la mañana?
—No me interesa en absoluto.
—Mirando álbumes de fotos —vio que la ira se transformaba en angustia e insistió—. Docenas de fotos. Fue una niña adorable, Paula.
—Oh, Dios.
—Y también brillante, según su extasiada tía. Fue campeona de ortografía en tercer grado —con un gemido ahogado, ella volvió a sentarse sobre el escritorio —. No tiene ni una sola caries.
—No me lo creo —logró musitar Paula.
—Eso y más. Matrícula de honor en su clase de mecánica en el instituto. Empleó el grueso de su herencia para comprarle este taller a su jefe. Tengo entendido que es una mujer muy sensata que sabe cómo mantener los pies en la tierra. Desde luego, con su excelente historial de cerebro y belleza, sería una esposa excelente para el hombre adecuado.
Paula había cambiado la palidez por un rubor furioso.
—El simple hecho de que la tía Coco esté orgullosa de mí no significa que pretenda nada por el estilo.
—¿No después de acabar relatando sus virtudes y mostrarme sus fotos, preciosas por cierto, en el baile de graduación?
—Santo… —Paula cerró los ojos.
—Luego se puso a interrogarme acerca de lo que pensaba sobre el matrimonio y los hijos, soltando insinuaciones bastante directas de que un hombre en mi posición necesita una relación estable con una mujer estable. Como usted.
—De acuerdo, de acuerdo. Ya basta —volvió a abrir los ojos—. La tía Coco a menudo imagina que sabe lo que es mejor para mis hermanas y para mí. Y se pasa —apretó los dientes—. Pero en esos casos solo es porque nos quiere y se siente responsable de nosotras. Siento que lo haya incomodado.
—No se lo he contado para avergonzarla o conseguir una disculpa — incómodo de pronto, se metió las manos en los bolsillos—. Pensé que era mejor que supiera por dónde iban los pensamientos de su tía antes de que, bueno, algo se descontrolara.
—¿Descontrolarse? —repitió Paula.
—O se malinterpretara —«es extraño» , pensó; por lo general, le resultaba fácil establecer pautas. Desde luego, con anterioridad no recordaba haber tenido problemas para exponer una idea—. Es decir, después de lo de anoche…
comprendo que usted ha estado protegida hasta cierto punto —vio que ella movía los dedos de su mano buena sobre una rodilla. Consideró que era mejor empezar de nuevo—. Creo en la sinceridad, Paula.… tanto en mis negocios como en mis relaciones personales. Anoche, entre el malhumor y la luz de la luna… supongo que podríamos decir que perdimos un poco el control —le pareció una descripción pobre de lo que había pasado—. No quisiera que su falta de experiencia y las fantasías de su tía condujeran a un malentendido.
—A ver si lo he comprendido. Le preocupa que por haberme besado anoche, y que mi tía haya sacado el tema del matrimonio junto con unas fotos mías de pequeña, pueda hacerme una idea descabellada de que yo podría ser la próxima señora Alfonso.
—Más o menos —aturdido, se mesó el pelo—. Pensé que sería mejor, desde luego más justo, si se lo contaba directamente, de forma que usted y yo pudiéramos manejarlo de forma razonable. Así no…
—¿No desarrollaría ninguna ilusión de grandeza? —sugirió Paula.
—No ponga palabras en mi boca.
—¿Cómo podría? No queda espacio con su pata en ella.
—Maldita sea —odió el hecho de que ella tuviera toda la razón—. Solo intento ser absolutamente honesto con usted, para que no haya ningún malentendido cuando le diga que me siento muy atraído por usted.
Ella únicamente enarcó una ceja, demasiado furiosa para ver que las palabras que él acababa de pronunciar lo habían dejado mudo.
—Ahora, supongo, debo sentirme halagada.
—No se supone que deba hacer nada. Solo trato de exponer los hechos.
—Yo le daré algunos hechos —le clavó una mano en el pecho—. No se siente atraído por mí, lo atrae la imagen del perfecto y envidiable Pedro Alfonso III. Las fantasías de mi tía, como usted las llama, son el resultado de un corazón cariñoso y maravilloso. Algo que estoy segura usted no puede entender. Por lo que a mí respecta, no se me pasaría por la cabeza estar cinco minutos con usted, mucho menos la vida. Es posible que termine en posesión de mi hogar, pero no me tendrá a mí —se encendía y se sentía muy bien—. Si viniera arrastrándose hasta mí con un diamante como mi puño en sus dientes, me reiría en su cara.
Esos son los hechos. Sabrá cómo encontrar la salida —dio media vuelta y marchó pasillo abajo.
Pedro hizo una mueca al oír el portazo.
—Bueno —murmuró, frotándose los ojos—. No cabe duda de que hemos aclarado ese punto.
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