jueves, 30 de mayo de 2019
CAPITULO 30 (PRIMERA HISTORIA)
«Vaya, vaya, vaya» , pensó Paula Le maravilló la diferencia que podían marcar un día y un vestido ajustado de seda. Con los labios fruncidos, giró delante del espejo agrietado que había en un rincón de su dormitorio. El vestido era una pizca demasiado pequeño para ella, incluso con los rápidos retoques que le había hecho Susana.
Parecía manifestar: Te encantaría tenerme.
Paula se pasó las manos por las caderas. Y él podría desearlo hasta que le estallara la cabeza.
El vestido era un ceñido resplandor de fuego cuyas lenguas descendían desde un escote de vértigo hasta un bajo abreviado. Susana lo había recortado para que le llegara a la mitad de los muslos. Las mangas largas terminaban en punta sobre las muñecas. Y Paula había añadido los pendientes de diamantes falsos de Coco con su perverso centelleo.
Los treinta minutos que había dedicado a maquillarse parecían haber dado sus frutos.
Gracias a la contribución de Amelia, tenía los labios tan rojos como el vestido. Y a la aportación de Lila, en los ojos lucía una sombra de color cobre y esmeralda. Llevaba el cabello tan reluciente como el ala de un cuervo, echado hacia atrás en las sienes.
Al volverse, pensó que a Pedro Alfonso III le esperaba una sorpresa.
—Susana dijo que necesitabas unos zapatos —Lila entró y se frenó con un bostezo a medias. Observó fijamente a su hermana con los zapatos colgándole de los dedos—. Sin duda he entrado en un universo paralelo.
—¿Qué te parece? —Paula sonrió y dio una vuelta.
—Que Pedro va a necesitar oxígeno —con expresión de aprobación, le pasó unos zapatos de piel de serpiente con tacones de aguja—. Pequeña, pareces peligrosa.
—Bien —se calzó—. Ahora solo me falta poder caminar con estos zapatos sin caerme de bruces.
—Practica. Voy a buscar a Amelia.
Unos momentos después, las tres hermanas supervisaban el andar de Paula.
—Vas a cenar —indicó Amelia, haciendo una mueca con cada amago de traspié—. De modo que permanecerás sentada la mayor parte del tiempo.
—Empiezo a mejorar —musitó Paula—. Lo que pasa es que no estoy acostumbrada a los tacones. ¿Cómo trabajáis todo el día con estas cosas?
—Talento.
—Camina más despacio —sugirió Lila—. De forma despreocupada. Como si dispusieras de todo el tiempo del mundo.
—Hazle caso —convino Amelia—. Es una experta en lentitud.
—En este caso… —Lila la miró con desaprobación—… la lentitud es sexy. ¿Ves?
Siguiendo el consejo de su hermana, Paula caminó con una intencionalidad cautelosa cuyo resultado fue de provocación. Amelia extendió las manos.
—Me disculpo. ¿Qué abrigo vas a llevar?
—No lo he pensado.
—Puedes ponerte mi capa negra de seda —decidió Amelia—. Te helarás, pero te sentará de maravilla. Perfume. La tía Coco tiene aquel perfume francés delicioso que le regalamos en Navidad.
—No —Susana movió la cabeza—. Debería seguir con su perfume habitual —ladeó la cabeza para estudiar a su hermana y sonreír—. El contraste lo enloquecerá.
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