viernes, 21 de junio de 2019
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Pedro ya había explorado parte de la casa, aquel laberinto de habitaciones, algunas vacías y otras atiborradas de muebles y cajas. Desde fuera, la casa era en parte una fortaleza y en parte una casa solariega, con sus brillantes ventanas y sus elegantes porches combinados con las torretas y parapetos. El interior era un enmarañado laberinto de pasillos sombríos, habitaciones bañadas por el sol, suelos gastados y relucientes pasamanos. Y ya lo había cautivado.
Paula lo condujo por una escalera circular hasta una puerta situada al final del ala este.
—Dale un empujón, ¿quieres, Pedro? —le pidió y este se vio forzado a empujar la robusta puerta de madera con su hombro bueno—. Tengo que pedirle a Samuel que la arregle —tomó la mano de Pedro y entró en el interior.
Era una habitación circular, rodeada de ventanas ovaladas. Una ligera capa de polvo cubría el suelo, pero alguien había cubierto de mullidos cojines un asiento empotrado bajo una de las ventanas. Cerca de él, habían colocado una vieja lámpara de suelo con una pantalla satinada y llena de borlas.
—Supongo que aquí tenía cosas preciosas —comenzó a decir Paula—, para que le hicieran compañía. Solía venir a esta habitación a estar sola, a pensar.
—¿Quién?
—Bianca, mi bisabuela. Mira qué vistas —sintiendo la necesidad de compartirlo con él, lo arrastró a la ventana.
Desde allí solo se veían las rocas y el mar.
Debía haberle parecido un lugar solitario, pensó Pedro. Pero le resultaba estimulante y desgarrador al mismo tiempo. Cuando posó una mano en el cristal, Paula lo miró sorprendida. Ella misma había hecho ese gesto incontables veces, como si estuviera intentando atrapar algo que estaba fuera de su alcance.
—Es… triste —pretendía decir «bello» o «impresionante» . Frunció el ceño.
—Sí, pero a veces también es un lugar reconfortante. Cuando estoy aquí, siempre me siento cerca de Bianca.
Bianca, aquel nombre era como un zumbido insistente en el cerebro de Pedro.
—¿Todavía no te ha contado la historia tía Coco?
—No. ¿Es que hay alguna historia?
—Por supuesto —lo miró con curiosidad—. Me preguntaba si te habría dado la versión de los Chaves, para contrarrestar lo que publicó la prensa.
Pedro comenzó a sentir que le palpitaba la sien, allí donde la herida se le estaba curando.
—Tampoco conozco esa versión.
Al cabo de unos segundos de silencio, Paula continuó.
—Bianca se tiró por esa ventana una de las últimas noches del verano de mil novecientos trece. Pero su espíritu continúa aquí.
—¿Por qué se suicidó?
—Es una larga historia —Paula se sentó en el asiento, a los pies de la ventana, con la barbilla cómodamente apoyada en las rodillas y se lo explicó.
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