viernes, 7 de junio de 2019

CAPITULO 19 (SEGUNDA HISTORIA)




Fingiendo que tenía apetito, Paula leyó el menú. 


El restaurante que había escogido Guillermo era un precioso y acogedor local con vistas a la Bahía del Francés. Sentados en la terraza, ante una mesa decorada con velas, disfrutaban de la fresca brisa del mar.


Paula le dejó que eligiera el vino e intentó convencerse de que iba a pasar una muy agradable velada.


—¿Te gusta Bar Harbor? —le preguntó.


—Mucho. Espero salir pronto a navegar, pero mientras tanto me contento con admirar el paisaje.


—¿Has visitado el parque?


—Aún no —miró la botella que le mostró el camarero, examinó la etiqueta y asintió con gesto aprobador.


—No debes perdértelo por nada del mundo. Las vistas desde la montaña Cadillac son maravillosas.


—Eso me han dicho —paladeó el vino, satisfecho, y esperó a que sirvieran a Paula—. Quizá puedas conseguir un poco de tiempo libre y enseñarme esos lugares.


—No creo que…


—Las normas del hotel ya se han flexibilizado —la interrumpió, chocando su copa con la suya.


—Precisamente quería preguntarte cómo lo habías conseguido.


—Muy sencillo. Le di al señor Stenerson a elegir. O hacía una excepción con sus normas, o me trasladaba a otro hotel.


—Entiendo —pensativa, tomó un sorbo de vino—. Me parece una medida demasiado drástica solo por una cena.


—Una cena muy deliciosa. Quería conocerte mejor. Espero que no te importe.


¿A qué mujer podría importarle?, se preguntó Paula, y se limitó a sonreír.


Le resultó imposible no relajarse, no sentirse cautivada por las historias que le contó, y halagada por sus constantes atenciones. Había viajado por todo el mundo, y durante la cena, escuchando sus palabras, llegó a vislumbrar París y Roma, Londres y Río de Janeiro.


Pero como sus pensamientos volvían una y otra vez a Pedro, llegó a dudar de su determinación de disfrutar realmente de aquella compañía.


—La cómoda de palorrosa de tu vestíbulo… —le comentó Guillermo, y a en los postres— …es una pieza única.


—Gracias. Es del período Regencia, creo…


—Crees bien —sonrió—. Si la hubiera conseguido en una subasta, me habría sentido muy afortunado.


—Mi bisabuelo se la trajo de Inglaterra cuando edificó la casa.


—Ah, la casa —se llevó la taza de café a los labios—. Impresionante. Casi esperaba ver a doncellas medievales paseando por el jardín.


—O murciélagos sobrevolando la torre —rio Paula—. Sí, nos encanta la casa. Y quizá la próxima vez que visites la isla, puedas alojarte en el Refugio de las Torres.


—El Refugio de Las Torres —murmuró, pensativo—. ¿Dónde he oído eso antes?


—¿El nuevo proyecto de la cadena hotelera St. James?


—Por supuesto. Leí algo acerca de ello hace unas semanas.


—Esperamos habilitar una parte del edificio como hotel. Para dentro de un año, más o menos.


—Fascinante. ¿Pero no existía cierta leyenda asociada a ese lugar? ¿Algo acerca de fantasmas y unas joyas desaparecidas?


—Las esmeraldas Chaves. Pertenecieron a mi bisabuela.


—Ah, ¿son reales? —esbozando una media sonrisa, ladeó la cabeza—. Yo pensaba que solo era un truco publicitario. «Alójese en una casa encantada y busque el tesoro perdido» . Ese tipo de cosas.


—No, de hecho no nos ha gustado nada que ese asunto trascendiera tanto. El collar existe… o al menos existió. Lo que no sabemos es dónde puede estar oculto. Mientras tanto, tenemos que soportar las constantes molestias de los periodistas o ahuyentar a los buscadores de tesoros.


—Vaya, lo siento.


—Tenemos que encontrarlo pronto para poner punto final a todo este absurdo. Una vez que comencemos las obras de reforma, tal vez aparezca debajo de una loseta.


—O detrás de una puerta disimulada en un panel —añadió Guillermo, haciéndola reír.


—Me temo que no tenemos ninguna de esas puertas… al menos que yo sepa.


—No puede ser. Una casa como la tuya merece tener al menos una puerta secreta —le puso una mano encima de la suya—. Quizá me permitas ayudarte a buscar ese collar… o, en todo caso, utilizarlo como excusa para volver a verte.


—Lo siento, pero durante los dos próximos días voy a estar muy ocupada. Mi hermana se casa el sábado.


—Siempre queda el domingo —sonrió—. Me gustaría verte otra vez, Paula. Me gustaría mucho —no insistió más, y ella retiró discretamente la mano.


Durante el trayecto de vuelta a casa charlaron sobre temas generales, tópicos. Paula agradeció que no volviera a presionarla. Guillermo Livingston era el tipo de hombre que sabía tratar a una mujer con tanto respeto como atención.


Todo lo contrario que Pedro.


Pero, entonces, ¿por qué se sintió tan abatida cuando, al detenerse frente a la casa, no vio por ninguna parte el coche de Pedro?


Intentando sobreponerse a su desánimo, esperó a que Guillermo saliera y le abriera la puerta.


—Gracias por la velada —le dijo ella—. Ha sido maravillosa.


—Sí. Y tú también —con extremada delicadeza, le puso las manos sobre los hombros antes de besarla en los labios. Fue un beso leve y tierno. Pero, para su decepción, la dejó completamente indiferente—. ¿De verdad que vas a hacerme esperar hasta el domingo para volver a verte?


Sus ojos le decían que aquel contacto, al revés que a ella, no lo había dejado indiferente. 


Paula esperó a sentir una mínima punzada de deseo. Nada.


—Guillermo, yo…


—Una comida juntos —la interrumpió, esbozando una encantadora sonrisa—. Una comida sencilla, en el hotel. Así podrás seguir hablándome de la casa.


—De acuerdo —se apartó antes de que pudiera besarla de nuevo—. Gracias de nuevo.


—Ha sido un verdadero placer, Paula —esperó, como un perfecto caballero, hasta que ella hubo entrado en la casa. Cuando la puerta se cerró a su espalda, su sonrisa se transformó ligeramente; se hizo más dura, más fría—. Créeme. Y el placer será aún mayor.


Volvió a su coche. Se alejaría de Las Torres, hasta perderse de vista. Pero luego volvería para dar una rápida y sigilosa vuelta por la finca, buscando algún acceso más discreto.


Si Paula Chaves podía servirle para penetrar en Las Torres, todo iría bien.


Y contaría con el beneficio de una aventura fácil con una mujer hermosa. Pero si ese no era el caso… simplemente y a encontraría un medio distinto para lograr el mismo fin.


En cualquier caso, no se marcharía de la isla Mount Desert sin las esmeraldas Chaves.



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