Teo encontró el bar, y Pedro la botella. Iba ya por la segunda copa de whisky cuando le contó la conversación que había tenido con Susana.
—¿Bruno Dumont es el padre de Kevin? No me lo habías dicho.
—Le di a Marina mi palabra de que no se lo contaría a nadie. Ni siquiera lo saben sus amigos.
Teo se quedó en silencio por un momento, pensativo.
—Resulta difícil imaginar que un canalla tan egoísta como él haya podido engendrar tres hijos tan maravillosos.
—Sí, es un verdadero enigma. El caso es que me desahogué con Susana — se interrumpió, jurando entre dientes—. Maldita sea, Teo, nunca olvidaré la manera en que me miró cuando le dije todas esas cosas.
—Lo superará. Por lo que Catalina me ha contado, Susana se ha enfrentado a cosas peores.
—Ya, quizá. El caso es que me encontraba en ese estado de ánimo cuando Paula la tomó conmigo.
—No me extraña. Las dos están muy unidas. ¿Pero por qué no se lo explicaste todo a ella?
—No era asunto suyo.
—Pero a mí acabas de explicármelo.
—Es distinto.
—Oye, ¿no quieres pedir algo de comer con eso? —señaló su copa de whisky.
—No.
Permanecieron durante un rato en silencio.
Como sentía lástima de sí mismo, Pedro estaba empezando a disfrutar de la sensación de emborracharse poco a poco. Y Teo, que reconocía los síntomas, se mantenía sobrio.
—¿Sabes? Esa maldita mujer me ha estado volviendo loco desde la primera que vez que la vi —le confesó Pedro, refiriéndose a Paula.
—Ya —recostándose en su asiento, Teo sonrió—. Creo que entiendo la sensación.
—Primero se acerca a mí, y luego me despide dándome una patada en el trasero. Apenas puedo pronunciar dos palabras sin que me clave las garras — después de pedir otra copa, se inclinó sobre la mesa—. Hace diez años que me conoces. ¿No es verdad que soy un tipo de hombre afable, de buen carácter?
—Absolutamente —sonrió Teo—. Excepto cuando lo pierdes y te pones de mal humor.
—Ahí está —dio un manotazo en la mesa y sacó un cigarro—. Entonces, ¿qué diablos le pasa a esa mujer?
—No sé. Dímelo tú.
—Yo te lo diré. Tiene un carácter endiablado y la terquedad de una mula.
Al ver que apuraba de un solo trago otra copa, Teo esbozó una mueca.
—¿Voy a tener que llevarte en brazos a casa?
—Muy probablemente. ¿Por qué quieres casarte, Teo? Con lo bien que se está solo, sin complicaciones de ningún tipo…
—Porque amo a Catalina.
—Ya —suspiró—. Siempre se las arreglan para conseguirlo. Te lían y te enredan hasta que dejas de pensar con lógica. ¿Has visto la manera que tiene de moverse? ¿La forma que tiene de ladear la cabeza cuando te riñe, o te grita? — tomó otro trago de whisky —. Me quema por dentro. Me aturde. Pierdo la consciencia. Y cuando me recupero, estoy como atontado, tembloroso.
Cuidadosamente, Teo dejó su copa sobre la mesa y observó detenidamente a su amigo.
—Pedro, ¿esto está llegando al punto al que parece que está llegando, o simplemente estás borracho?
—No lo suficiente. Desde que la vi, no he podido dormir ni una sola noche bien. Y desde que puse por primera vez los ojos en ella es como si y a no existiera nadie más. Como si ya no fuera a existir nadie más —acodándose en la mesa, se
frotó la cara con las dos manos—. Estoy locamente enamorado de ella, Teo.
—Suele pasar con las Chaves—comentó, sonriendo—. Bienvenido al club.
****
Para mí, fue uno de aquellos días tan agradables que las madres siempre recuerdan: la risa de los niños, las graciosas preguntas que suelen hacer, la dulzura con que se duermen en tu regazo cuando se acerca la hora de la siesta…
Creo que el recuerdo de ese sencillo día es uno de los más hermosos que he tenido nunca. O que tendré. Porque muy pronto mis niños comenzarán a dejar de serlo. Carolina ya está hablando de bailes y vestidos largos. Eso me ha hecho preguntarme cómo habría sido mi vida si hubiera estado casada con Christian. Él no se habría mostrado indiferente con sus hijos.
Habría jugado y reído con ellos.
Sí, se habría reído, como lo oí reír durante aquellas preciosas horas robadas en los acantilados.
Y habría sido feliz, sin ese amargo dolor que me corroe el corazón. Sin esta culpa. Entonces… no habría necesitado buscar el silencio y la soledad de mi torre, o quedarme sentada sola contemplando la lluvia gris mientras recojo mis pensamientos en este diario.
Habría podido vivir mis propios sueños.
Pero todo esto no deja de ser una fantasía, como uno de esos cuentos que les leo a los niños en la cama. Un cuento con final feliz, de preciosas princesas y hermosos príncipes. Y mi vida no es un cuento de hadas. Pero, quizá, algún día alguien lea estas páginas y descubra mi historia. Espero que esa persona tenga un
amable y generoso corazón, y no me condene por deslealtad a un marido al que nunca he amado, sino que se regocije conmigo por aquellos pocos momentos compartidos con un hombre al que amaré incluso después de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario