domingo, 9 de junio de 2019
CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro tenía el cerebro lleno de hombrecillos blandiendo picos y haciendo ruido. O al menos esa era su sensación. En un intento por acallarlos, dio un par de vueltas en la cama. Craso error, y a que aquel movimiento parecía haber dado la señal para que una diminuta banda de música ejecutara una marcha marcial, con todo lujo de instrumentos de percusión.
En vano se tapó una y otra vez la cabeza con la almohada, porque no tardó en darse cuenta de que el ruido que torturaba su sistema nervioso no procedía solamente de su resaca. Alguien estaba llamando a su puerta. Al fin, dándose por vencido, se levantó de la cama y fue a abrir.
Paula advirtió de inmediato que tenía un aspecto lamentable, con aquellas ojeras, la barba crecida y el gesto avinagrado. Llevaba puestos unos vaqueros, sin abrochar, como si se hubiera quedado dormido antes de desnudarse del todo.
—Vaya, parece que has pasado una noche estupenda.
Ella, por el contrario, tenía un aspecto fresco y descansado.
—Si has venido a estropearme el día, llegas demasiado tarde —intentó cerrar la puerta, pero ella se lo impidió y entró en la habitación.
—Tengo algo que decirte.
—Ya me lo has dicho.
—Supongo que te sentirás bastante mal —comentó, conmovida por su tono abatido.
—¿Bastante mal? —entrecerró los ojos—. No, me siento perfectamente. Me encantan las resacas.
—Lo que necesitas es una ducha fría, una aspirina y un desayuno decente.
—Chaves, estás pisando un terreno peligroso —volvió al dormitorio.
—No te entretendré demasiado —lo siguió, decidida a cumplir su misión—. Solo quiero hablar contigo de… —se interrumpió cuando Pedro le cerró la puerta del baño en las narices—. Vaya —suspirando, apoyó las manos en las caderas.
Dentro del cuarto de baño, Pedro se quitó los vaqueros y entró en la ducha.
Apoyándose en la pared de azulejo, abrió a tope el grifo del agua fría. La maldición que soltó resonó en toda la habitación. Poco después salió y se tomó una aspirina.
Se dijo, irónico, que la resaca no había desaparecido, pero al menos y a estaba lo suficientemente despierto como para disfrutarla. Después de enrollarse una toalla a la cintura, salió del cuarto de baño.
Había pensado que Paula captaría su mensaje, pero allí estaba, inclinada sobre su mesa de dibujo. Antes se había dedicado a ordenar la habitación, vaciando ceniceros, retirando tazas y platos, apartando la ropa sucia. De hecho, en aquel instante tenía las manos cargadas de ropa mientras contemplaba sus dibujos, con las gafas de lectura puestas.
—¿Qué diablos estás haciendo?
Alzó la mirada y sonrió, decidida a mostrarse amable.
—Oh, ya has salido —al verlo vestido únicamente con una pequeña toalla, procuró por todos los medios no bajar la mirada de sus ojos—. Solo estaba echando un vistazo a tu trabajo.
—No me refería a eso. ¿Por qué no te has ido? Tú no trabajas en el servicio de habitaciones, ¿verdad?
—No entendía cómo podías trabajar en medio de un caos semejante, así que te he ordenado un poco esto.
—Me gusta trabajar en el caos. Si no fuera así, habría ordenado yo mismo esta maldita habitación.
—Estupendo —repentinamente furiosa, lanzó al aire el montón de ropa que hasta ese momento había estado cargando en los brazos—. ¿Mejor así?
Lentamente Pedro recogió la camiseta que había aterrizado sobre su cabeza.
—Chaves, ¿sabes qué es más peligroso que un hombre con resaca?
—No.
—Nada —ya había dado un paso hacia ella cuando volvieron a llamar a la puerta.
—Es tu desayuno —lo informó Paula cuando fue a abrir—. Yo misma te lo había encargado.
Dándose por vencido, Pedro se dejó caer en el sofá.
—No quiero ningún maldito desayuno.
—Bueno, pues te lo comerás y dejarás de compadecerte a ti mismo —firmó la factura y recogió la bandeja para depositarla en la mesa baja, frente a él—. Café solo, tostadas y zumo de tomate con salsa picante.
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