lunes, 24 de junio de 2019

CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)




Mientras se alejaba, Pedro continuaba murmurando para sí. Él solo quería protegerla, ¿qué tenía eso de malo? Paula le importaba. Al fin y al cabo, le había salvado la vida. 


Frunciendo el ceño, se sentó en un asiento de piedra. La gente se arremolinaba alrededor del edificio. Los niños gimoteaban mientras sus padres los arrastraban o los llevaban en brazos hasta los coches. Algunas parejas paseaban lentamente de la mano mientras otros visitantes consultaban ávidamente las guías. Pedro vio a algunos turistas colorados como langostas a causa del sol.


Bajó la mirada hacia sus propios brazos y se sorprendió al verlos bronceados.


Las cosas estaban cambiando, comprendió. Se estaba poniendo moreno. No tenía ningún horario que cumplir, ningún itinerario que seguir. Y estaba fraguando una relación con una mujer misteriosa e increíblemente sensual.


—Bueno —Paula se colocó la correa del bolso en el hombro—, pareces muy satisfecho.


Pedro alzó la mirada y sonrió.


—¿Ah sí?


—Como un gato con un montón de plumas en la boca. ¿Quieres contarme el motivo?


—De acuerdo. Ven aquí —se levantó, tiró de Paula y cerró la boca sobre sus labios, depositando todas aquellas nuevas y sorprendentes sensaciones en el beso.


Aunque profundizó aquel beso más de lo que en un principio pretendía, aquello sirvió para aumentar el placer de su descubrimiento. Y si al besarla hizo que se alejara la gente que los rodeaba, aquello solo acentuó la sensación de novedad. Era un principio refrescante.


Era felicidad más que deseo lo que Paula percibía en aquel beso. Y aquello la confundía. 


O quizá fuera la manera en la que Pedro deslizaba los labios sobre los suyos la que empañaba todo pensamiento coherente. 


No se resistió. Ya había olvidado los motivos de su enfado. Lo único que sabía en aquel momento era que le parecía maravilloso, prácticamente perfecto, estar allí con él, en aquel patio soleado, sintiendo su corazón latiendo contra el suyo.


Cuando Pedro apartó los labios, Paula dejó escapar un largo y complacido susurro y abrió los ojos lentamente. Pedro sonreía radiante y la expresión de alegría de su rostro hizo que Paula le devolviera la sonrisa. Y como no estaba muy segura de qué hacer con la ternura que Pedro despertaba en ella, le palmeó cariñosamente la mejilla.


—No es que me esté quejando —comenzó a decir—, ¿pero a qué ha venido esto? —Simplemente me apetecía.


—Un excelente primer paso.


Riendo, Pedro le pasó el brazo por los hombros mientras se dirigían al aparcamiento.


—Tienes la boca más sexy que he probado en toda mi vida.


Pedro no pudo ver la sombra que oscureció la mirada de Paula. Y si la hubiera visto, ella no podría habérsela explicado. Al final todo terminaba siempre en una cuestión de sexo, supuso, mientras hacía un esfuerzo por olvidar la vaga desilusión que la embargaba. 


Normalmente, los hombres siempre la veían de esa forma y no había razón alguna para que empezara a molestarla en ese momento, sobre todo cuando había disfrutado del beso tanto como Pedro.


—Me alegro de poder decir lo mismo de la tuy a —contestó con aparente despreocupación—. ¿Por qué no conduces tú?


—De acuerdo, pero antes quiero enseñarte algo —después de sentarse en el asiento del conductor, sacó un sobre de papel Manila—. He estado consultando un montón de libros en la biblioteca. En algunas biografías y libros de historia se menciona a tu familia. Había uno en particular que he pensado que podría interesarte.


—Mmm —Paula ya se estaba estirando en su asiento, pensando en echarse una siesta.


—He hecho una fotocopia para ti. Es de una fotografía de Bianca.


—¿Una fotografía? —Paula volvió a erguirse en el asiento—. ¿De verdad?  Felipe destruyó todas sus fotografías después de que muriera, así que nunca he podido verla.


—Sí, la has visto —sacó la fotocopia y se la tendió—, cada vez que te miras en el espejo.


Paula no dijo nada, pero con los ojos fijos en aquella copia granulada, alzó la mano hacia su propio rostro. La misma barbilla, la misma boca, la nariz, los ojos.


¿Sería esa la razón por la que siempre se había sentido tan unida a Bianca?, se preguntó, mientras sentía que las lágrimas se agolpaban en su garganta.


—Era muy bella —dijo Pedro quedamente.


—Y tan joven —suspiró Paula—. Era más joven que yo cuando murió. Cuando le hicieron esta fotografía y a estaba enamorada, se ve en sus ojos.


—Llevaba el collar de esmeraldas.


—Sí, lo sé —al igual que había hecho Pedro, lo acarició con el dedo—. Qué difícil debió ser para ella estar atada a un hombre cuando estaba enamorada de otro. Y el collar… era un símbolo del poder que ese hombre tenía sobre ella, y el recuerdo de sus hijos.


—Así es como ves las esmeraldas, ¿cómo un símbolo?


—Sí, y creo que lo que Bianca sentía por ellas era algo muy fuerte. De otro modo, no las habría escondido —deslizó la fotografía en el interior del sobre—. Un buen día de trabajo, profesor.


—Y eso solo ha sido el principio.


Sin dejar de mirarlo, Paula entrelazó los dedos con los de Pedro.


—Me gustan los principios. Durante los principios todo está lleno de posibilidades. Vayamos a casa para enseñar la fotografía a todo el mundo. Pero antes deberíamos hacer un par de paradas.


—¿Un par de paradas?


—Es el momento para otro principio: necesitas ropa nueva.



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