martes, 25 de junio de 2019

CAPITULO 31 (TERCERA HISTORIA)




Había visto antes mapas como aquel. Algún espíritu emprendedor lo había dibujado y se lo vendía a los crédulos turistas. Tras guardárselo en el bolsillo, Paula decidió darle a sus inesperados invitados una ración extra de estímulo. Los seguiría. Dispuesta a aullar como un fantasma, se adentró en el jardín.


Pero su aullido se transformó en un gruñido al tropezar con otra sombra.


Detenido a media carrera, Pedro perdió el equilibrio, se balanceó y terminó cayendo en el suelo encima de ella.


—¿Qué demonios está haciendo aquí?


—Soy yo —consiguió contestar Paula y tomó aire—. ¿Qué demonios estás haciendo tú?


—He visto a alguien. Quédate aquí.


—No —lo agarró del brazo para mantenerlo a su lado—. Solo eran un par de adolescentes con un mapa del tesoro. Acabo de asustarlos.


—Tú… —furioso, se incorporó sobre un codo. A pesar de la oscuridad, se distinguía perfectamente su enfado en la mirada—. ¿Es que te has vuelto loca? — le preguntó—. ¿Cómo se te ocurre venir aquí sola y enfrentarte a dos intrusos?


—A dos adolescentes aterrorizados con un mapa del tesoro —lo corrigió y alzó la barbilla—. Estoy en mi casa.


—Me importa un comino de quién sea esta casa. Podrían haber sido Caufield y Hawkins. Podría haber sido cualquiera. A nadie con un mínimo de sentido común se le ocurriría enfrentarse solo a dos posibles ladrones en medio de la noche.


Paula contuvo la respiración y lo miró atentamente.


—¿Y qué estabas haciendo tú?


—Pensaba ir tras ellos —comenzó a decir, entonces advirtió su expresión—. Pero eso es diferente.


—¿Por qué, porque soy una mujer?


—No. Bueno, sí.


—Eso es una estupidez, falso y además sexista.


—Eso es algo sensato, cierto y sexista —discutían mediante furiosos susurros.
De pronto, Pedro suspiró—. Paula, podrían haberte hecho daño.


—El único que me ha hecho daño has sido tú, con ese placaje.


—No te he hecho ningún placaje —musitó—. Lo que ha pasado ha sido que estaba mirándolos y no te he visto. Y, desde luego, no esperaba encontrarte merodeando en medio de la noche.


—No estaba merodeando —sopló para apartar un mechón de pelo de sus ojos —. Estaba haciendo de fantasma, y con mucho éxito por cierto.


—Haciendo de fantasma —Pedro cerró los ojos—. Ahora ya estoy seguro de que estás completamente loca.


—Pues ha funcionado —le recordó.


—Esa no es la cuestión.


—Esa es precisamente la cuestión. Y la otra cuestión es que me has tirado antes de que pudiera terminar mi trabajo.


—Ya me he disculpado.


—No, no te has disculpado.


—De acuerdo. Lo siento si… —comenzó a apartarse de ella y cometió el error de bajar la mirada.


La bata de seda se había abierto durante la caída y había quedado abierta hasta la cintura. 


Los senos de Paula resplandecían como si fueran de alabastro bajo la luz de la luna.


—Oh Dios —consiguió decir Pedro a través de sus labios repentinamente secos.


Paula había vuelto a quedarse sin respiración. 


Permanecía muy quieta, observando cómo cambiaban los ojos de Pedro. De la irritación a la sorpresa, de la sorpresa al asombro, y del asombro a un profundo y oscuro deseo. Cuando Pedro deslizó la mirada por su cuerpo hasta encontrarse con sus ojos, Paula se sintió
como si cada uno de sus músculos se derritiera como la cera bajo el fuego.


Nadie la había mirado nunca de esa forma. 


Había tanta intensidad en su mirada… Era la misma concentración que había visto en sus ojos cuando Pedro intentaba bloquear y luchar contra el dolor. Sus ojos vagaron por su boca y quedaron detenidos sobre ella hasta que los labios de Paula se entreabrieron para susurrar su nombre.


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