jueves, 27 de junio de 2019

CAPITULO 38 (TERCERA HISTORIA)




Una hora más tarde, Pedro estaba sentado en la soleada terraza de su habitación, con un cuaderno olvidado en su regazo y la mente abarrotada de pensamientos que tenían a Paula como protagonista.


No conseguía comprenderla. Y estaba seguro de que no lo conseguiría aunque dedicara algunas décadas a analizar aquel problema. 


Pero le importaba, lo suficiente como para añadir una buena dosis de miedo al resto de los sentimientos que Paula despertaba en él. 


¿Qué tenía él, un lastimoso profesor de universidad, que ofrecer a una mujer maravillosa, exótica, con un espíritu completamente libre, que rezumaba sexo con la misma naturalidad con la que otras mujeres exudaban un perfume?


Él era tan penosamente inepto que tan pronto estaba tartamudeando a su alrededor como la agarraba como un neanderthal.


Quizá lo mejor que podía hacer era recordarse que siempre se había sentido más cómodo con los libros que con las mujeres.


¿Cómo podía llegar a decirle que la deseaba tan terriblemente que apenas podía respirar? ¿Que lo aterraba dejarse llevar por el deseo porque temía que, una vez que lo hiciera, ya nunca podría olvidarla? Lo que para ella sería una
aventura de verano, para él sería un acontecimiento que transformaría toda su vida. 


Se estaba enamorando de ella, lo cual era completamente ridículo. En su vida no había lugar para Paula, y esperaba ser suficientemente inteligente como para poder controlar sus sentimientos antes de que lo llevaran demasiado lejos. En unas pocas semanas, volvería a su agradable y ordenada rutina. Eso era lo que él quería. Y así era como tenía que ser.


Y si Paula conseguía embrujarlo, él no podría sobrevivir a su hechizo.


—¿Pedro? —Teo, que se dirigía hacia el ala oeste, se detuvo al verlo—. ¿Te interrumpo?


—No —Pedro bajó la mirada hacia la hoja en blanco que tenía en el regazo—. No interrumpes nada.


—Tienes aspecto de estar intentando resolver un problema de especial dificultad. ¿Es algo que tenga que ver con las esmeraldas?


—No —alzó la mirada y entrecerró los ojos para protegerse del sol—, con las mujeres.


—Vaya. Buena suerte —arqueó una ceja—. Particularmente si estás pensando en una Chaves.


—En Paula —Pedro se frotó la cara con expresión de agotamiento—. Cuanto más pienso en ella, menos la comprendo.


—Un principio perfecto en una relación —como él mismo había experimentado algo parecido, Teo decidió tomarse unos minutos y se sentó a su lado—. Es una mujer fascinante.


—Yo he decidido que la palabra más adecuada para describirla es «inestable» .


—Es una mujer muy hermosa.


—Pero no se le puede decir. Es capaz de arrancarte la cabeza —intrigado, estudió a Teo—. ¿Catalina te amenaza con pegarte cuando le dices que es guapa?


—No va tan lejos.


—Pensaba que podía tratarse de un rasgo familiar —comenzó a dar golpecitos con el bolígrafo sobre el cuaderno—. La verdad es que no sé mucho de mujeres.


—Bueno, entonces creo que debería decirte todo lo que sé yo —se recostó en su silla—. Son frustrantes, emocionantes, maravillosas e irritantes.


Pedro esperó un instante.


—¿Eso es todo?


—Sí —alzó la mirada y levantó la mano para saludar a Samuel, que se acercaba.


—¿Haciendo un descanso? —preguntó Samuel, y como la idea le pareció tentadora, sacó un cigarrillo.


—Tenemos una conversación sobre mujeres —le informó Teo—. Quizá quieras añadir algo a mi breve disertación.


Samuel encendió el cigarrillo lentamente.


—Son cabezotas como mulas, malintencionadas como un gato callejero, y el juego más condenadamente divertido de la ciudad —soltó una bocanada de humo y sonrió de oreja a oreja—. Te gusta Paula, ¿eh?


—Bueno, yo…


—No seas tímido —Samuel intensificó su sonrisa mientras fumaba el cigarrillo —. Estás entre amigos.


Pedro no estaba acostumbrado a hablar de mujeres, y mucho menos de sus sentimientos hacia cierta mujer en particular.


—Sería difícil no estar interesado en ella.


Samuel soltó una carcajada y le guiñó el ojo a Teo.


—Hijo, estarías muerto si no te interesara. Entonces, ¿dónde está el problema?


—No sé qué hacer con ella.


Teo curvó los labios en una sonrisa.


—Eso me resulta familiar. ¿Qué quieres hacer?


Pedro le dirigió a Teo una larga y lenta mirada que hizo reír a su interlocutor.


—Sí, eso es —Samuel chupó con aire satisfecho su cigarro—. Y ella, ¿está interesada?


Pedro se aclaró la garganta.


—Bueno, ella ha dado a entender que… bueno, esta tarde hemos ido a dar un paseo por los acantilados, y… sí, está interesada.


—¿Pero? —intervino Teo.


—No consigo comprenderla.


—Tendrás que seguir intentándolo —le dijo Samuel, mirando la brasa de su cigarrillo—. Por supuesto, si la haces desgraciada, yo tendría que machacarte la cara —volvió a dar una calada—. Le tengo mucho cariño a Paula.




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