domingo, 30 de junio de 2019
CAPITULO 47 (TERCERA HISTORIA)
Cuando el sol se elevó en el cielo para verter sus dorados rayos por las ventanas y ahuyentar las últimas sombras de la noche, Paula estaba todavía en sus brazos.
A Pedro le resultaba increíble saber que su cabeza estaba sobre su hombro y su mano, ligeramente cerrada, sobre su corazón. Paula dormía como una niña, profundamente, acurrucada contra él, en busca de calor y cariño.
Aunque la noche había terminado, Pedro permanecía muy quieto, renuente a despertarla. Los pájaros y a habían comenzado su coro mañanero. Pero el silencio era tal que podía oír el viento deslizándose a través de las hojas de los árboles. Pedro sabía que las sierras y los martillos pronto perturbarían aquella paz y los harían regresar a la realidad.
Así que permanecía aferrado a ese corto interludio entre el misterio de la noche y el ajetreo del día.
Paula suspiró y se estrechó contra él mientras Pedro acariciaba su pelo. Pedro recordaba lo generosa que había sido durante aquellas oscuras horas de sueño.
Había tenido la sensación de que le bastaba desearla para que Paula se volviera hacia él. Habían hecho el amor una y otra vez, en silencio y con una compenetración absoluta.
Pedro quería creer en los milagros, creer que aquella noche había sido tan especial para ella como para él. Pero tenía miedo de darle algún valor a las palabras de Paula.
«Nadie me ha hecho sentirme como tú» .
Por mucho que intentara olvidarlas, aquellas palabras se repetían una y otra vez en su cabeza, dándole esperanzas. Si tenía cuidado y paciencia, si medía cada uno de sus pasos antes de darlo, quizá consiguiera el milagro.
Aunque sabía que no se ajustaba demasiado bien al papel de príncipe azul, inclinó el rostro para despertarla con un beso.
—Mmm —Paula sonrió, pero no abrió los ojos—. ¿Puedes darme otro?
Su voz, ronca por el sueño, encendió al instante el deseo sobre la piel de Pedro.
Se olvidó de ser prudente. Se olvidó de ser paciente. La segunda vez, tomó sus labios con una desesperación que hizo arder todos los circuitos de Paula antes de que se hubiera despertado por completo.
—Pedro —lo abrazó estremecida—, te deseo. Ahora. Ahora mismo.
Pedro ya estaba dentro de ella, preparado para llevarla a donde ambos estaban deseando alejarse. El viaje fue rápido, furioso; los elevó a ambos hasta la cumbre en la que permanecieron jadeantes y aturdidos.
Cuando Paula deslizó las manos por la espalda húmeda de Pedro, todavía no había abierto los ojos.
—Buenos días —consiguió decir—. Acabo de tener un sueño increíble.
Aunque todavía no se había repuesto del aturdimiento, Pedro se incorporó sobre sus brazos para mirarla.
—Cuéntamelo.
—Estaba en la cama con el hombre más atractivo del mundo. Tenía los ojos azules y el pelo negro, que siempre llevaba caído sobre la frente —sonriendo, abrió los ojos y le echó el pelo hacia atrás—. Y un cuerpo de músculos estilizados —sin dejar de mirarlo, comenzó a acariciarlo—. Yo no quería despertarme, pero cuando lo hacía, resultaba que la realidad era mejor que el sueño.
Temiendo aplastarla, Pedro cambió de postura.
—¿Qué posibilidades tenemos de pasar el resto de nuestras vidas en esta cama?
Paula le besó en el hombro.
—Estoy dispuesta —y de pronto gimió al oír el zumbido de las herramientas irrumpiendo en el silencio de la mañana—. No pueden ser las siete y media.
Tan renuente como ella, Pedro miró el despertador de la mesilla.
—Me temo que pueden.
—Dime que hoy es mi día libre.
—Me gustaría poder decírtelo.
—Miénteme —sugirió Paula.
—¿Me dejas llevarte al trabajo?
Paula hizo una mueca.
—No digas esa palabra.
—¿Me dejarás llevarte después a dar una vuelta?
Paula volvió a alzar la cabeza.
—¿Adónde?
—A donde sea.
Inclinando la cabeza, Paula sonrió.
—Ese es mi lugar favorito.
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