lunes, 17 de junio de 2019
CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)
Paula había bajado, siguiendo una sinuosa carretera, hasta la base de los acantilados. Se había levantado un viento terrible, que sintió aullar con fiereza y azotar su pelo en cuanto salió del coche. No sabía por qué se había sentido impulsada a acercarse hasta allí, a permanecer sola en aquel estrecho y rocoso pedazo de playa esperando la tormenta.
Pero allí estaba, y sentía la euforia entrando a raudales en su interior, corriendo bajo su piel, imprimiendo velocidad a su corazón. Cuando rio, el sonido de su risa flotó en el viento y el eco lo repitió. El poder y la pasión explotaban a
su alrededor en medio de una guerra que contemplaba con deleite.
El agua se estrellaba contra las rocas, explotaba hasta quedar pulverizada sobre ellas y se alzaba hasta donde estaba Paula. Estaba tan fría que se estremeció, pero no retrocedió. Cerró los ojos, elevó el rostro hacia el cielo y absorbió aquella sensación.
El ruido era terrible, salvaje, primitivo. En el cielo, y cada vez más cerca, se cernía la tormenta. Inmensa, oscura y tempestuosa. La lluvia se sentía con tanta fuerza en el aire que casi se podía saborear, tocar, pero eran los relámpagos los que dominaban la tormenta, cruzando los cielos mientras el retumbar del trueno competía con la violencia del agua y del viento.
Paula tenía la sensación de estar sola en medio de un cuadro, pero no experimentaba soledad y mucho menos miedo. Era anticipación lo que cosquilleaba en su piel. Una pasión tan oscura como la propia tormenta palpitaba en su sangre.
Algo iba a ocurrir, pensó nuevamente, mientras elevaba el rostro hacia el cielo.
Si no hubiera sido por los relámpagos, no lo habría visto. Al principio, observó la oscura forma que se adivinaba en el agua y se preguntó si un delfín habría podido acercarse tanto a las rocas. Con curiosidad, caminó sobre las rocas de esquisto, apartándose con la mano el pelo que el viento llevaba a su rostro.
No era un delfín, advirtió con una punzada de pánico. Era un hombre.
Demasiado estupefacta para moverse, continuó observándolo. Seguramente serían imaginaciones suyas, se dijo. Se había dejado atrapar por la tormenta, por su misterio y por aquella sensación apremiante que la embargaba. Era una locura pensar que había visto a alguien luchando contra las olas en aquel solitario y convulso palmo de agua.
Pero cuando la figura apareció otra vez, flotando, Paula se quitó las sandalias y corrió hacia el agua helada.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario