domingo, 28 de julio de 2019

CAPITULO 1 (QUINTA HISTORIA)




No le gustaba asumir riesgos. Siempre se aseguraba de pisar suelo firme antes de dar el siguiente paso. Era parte de su personalidad, al menos, así había sido durante casi diez años. 


Se había entrenado para ser práctica, cautelosa. 


Paula Chaves era una mujer que, por las noches, siempre se aseguraba de tener cerradas las puertas con llave.


Para el vuelo de Oklahoma a Maine, había preparado meticulosamente una bolsa de mano para ella y para su hijo, y había encargado que le enviaran el resto de sus pertenencias en un vuelo de carga. Era una tontería, se decía, perder tiempo esperando en la cinta de recogida de equipajes.


El traslado al Este no respondía a un impulso. 


Llevaba seis meses pensando en ello. Era un viaje práctico y, al mismo tiempo, con cierta dosis de aventura, tanto para ella como para Kevin. La adaptación no podía ser muy difícil, pensó observando a su hijo, apoyado en la ventanilla, adormilado. Tenían familia en Bar Harbor y Kevin era presa de la excitación desde que le dijo que estaba pensando en trasladarse a vivir cerca de su tío y de sus medio hermanos. 


Y primos, pensó. Había cuatro nuevos miembros en la familia desde que estuvo en Maine por vez primera, hacía ya algunos años, para asistir a la boda de su hermano con Amelia Calhoun.


Observó dormir a su hijo, a su pequeño. Aunque ya no era tan pequeño, tenía casi nueve años. 


Sería bueno para él formar parte de una gran familia. Los Calhoun eran generosos con sus afectos, gracias a Dios.


Nunca olvidaría cómo Susana Calhoun Dumont, Bradford de segundas nupcias, la había recibido el año anterior. Había sido cálida y afectuosa, incluso sabiendo que Paula había sido amante de su marido, Bruno Dumont, antes de su matrimonio, y que él le había dado un hijo.


Por supuesto, cuando se enamoró de Bruno, Paula ni siquiera conocía la existencia de Paula. Tenía solo diecisiete años y era ingenua y crédula, ansiosa por creer en promesas de amor eterno. No, no sabía que Bruno estaba comprometido con Susana Calhoun.


Cuando nació su hijo, Bruno estaba en su luna de miel. Luego, nunca reconoció o vio al niño que Paula Chaves le había dado.


Años después, cuando el destino unió al hermano de Paula, Samuel, con la hermana de Susana, Amelia, la historia salió a la luz.


Finalmente, gracias a las vueltas y caprichos del destino, Paula y su hijo vivirían en la casa donde Susana y sus hermanas habían crecido. Kevin tendría una familia: un medio hermano, una media hermana, primos y un montón de tías y tíos, todos viviendo en la misma casa, y menuda casa.


—Las Torres —musitó Paula. La gloriosa y antigua estructura de piedra a la que Kevin todavía seguía llamando castillo.


Se preguntó cómo sería vivir allí, trabajar allí.


Había sido remozada, y un ala de la misma se utilizaba como hotel, el Hotel St. James, una idea de Teo St. James III, que se había casado con la menor de las Calhoun, Catalina.


Los hoteles St. James eran conocidos en el mundo entero por su calidad y su clase. La oferta de unirse a la empresa en calidad de administradora general, después de mucha reflexión, era demasiado tentadora como para resistirse a ella.


Y se moría por ver a su hermano, Samuel, al resto de la familia y a la propia casa.


Se decía que era una tontería estarlo, pero aun así, estaba nerviosa. El traslado era un paso muy práctico y muy lógico. Su nuevo cargo, administradora general, satisfacía sus ambiciones y, aunque nunca había tenido problemas de dinero, el salario, desde luego, no era despreciable.


Y lo más importante de todo, podría pasar más tiempo con Kevin.


Cuando anunciaron la maniobra de aproximación al aeropuerto, Paula se inclinó
a un lado y acarició a su hijo. Kevin abrió los ojos con gesto soñoliento.


—¿Ya hemos llegado?


—Casi. Pon recto el respaldo del asiento. Mira, se puede ver la bahía.


—Iremos a montar en barca, ¿verdad? —dijo Kevin. De haber estado completamente despierto tal vez habría pensado que era demasiado mayor para ponerse a dar saltos en el asiento, pero acababa de despertarse, de modo que saltó con excitación—. Y quiero ir a ver ballenas, y montar en el barco del padre nuevo de Alex.


A Paula, la idea de montar en barco le dio náuseas, pero sonrió.


—Claro que sí.


—¿Vamos a vivir en el castillo? —dijo Kevin mirando a su madre.


Era un niño precioso, de cabello negro y rizado y piel dorada.


—Tú dormirás en la antigua habitación de Alex.


—Hay fantasmas —dijo el niño, sonriendo. Le faltaban algunos dientes.


—Eso dicen. Pero fantasmas buenos.


—Puede que no todos sean buenos —dijo Kevin, al menos, eso esperaba él—. Alex dice que hay muchos, y que algunas veces gritan y se quejan. El año pasado un hombre se cayó de la ventana de la torre y se rompió todos los huesos.


Paula se estremeció. Aquella historia era verdad. Las esmeraldas de los Calhoun, descubiertas un año antes, habían dado lugar a más de una leyenda y habían ocasionado un robo y un asesinato.



—Pero ahora ya no hay peligro, Kevin, Las Torres son seguras.


—Ya.


Era un niño, y esperaba que, al menos, hubiera algo de peligro.



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