jueves, 11 de julio de 2019

CAPITULO 12 (CUARTA HISTORIA)




Se hallaban cerca; las rodillas se rozaban y los torsos se buscaban. Él notó que las manos de Paula eran duras, con callos, un contraste directo y fascinante con los ojos suaves y la piel de porcelana. Había una fuerza en sus dedos que lo habría sorprendido si no hubiera visto por sí mismo lo duro que trabajaba. Por motivos que no consiguió entender, le resultó increíblemente erótico.


—Tienes unas manos fuertes, Paula.


—Manos de jardinera —comentó, tratando de mantener ligero el tono de voz —. Y las necesito para terminar de plantar el arbusto.


Apretó más cuando ella intentó soltarse.


—Ya nos ocuparemos de eso. ¿Sabes? Llevo quince años pensando en besarte —vio cómo la sonrisa de ella se desvanecía y una expresión de alarma se apoderaba de sus ojos. No le importó. Podría ser mejor para ambos si ella le tenía miedo—. Es mucho tiempo para pensar en algo —le soltó una mano, pero antes de que ella pudiera suspirar aliviada, le había tomado la nuca con dedos firmes y decididos—. Voy a quitármelo de la cabeza.


Ella no dispuso de tiempo para rechazarlo. Pedro fue rápido. Antes de que pudiera negarse o protestar, sintió su boca en los labios, cubriéndoselos y conquistando. No tenía nada suave. La boca, las manos, el cuerpo cuando la pegó a él, todo era duro y exigente. Intentó interponer una mano entre los dos, pero fue como querer mover una roca.


Pero entonces el miedo se transformó en anhelo. Cerró la mano y se obligó a luchar contra sí misma, no contra Pedro.


Estaba tensa como un cable. Él pudo sentir los nervios de ella crepitar y romperse al pegarla a su cuerpo. Sabía que estaba mal, que era injusto, incluso despreciable, pero necesitaba quitarse esa fiebre que no paraba de arder en él.


Necesitaba convencerse de que no era más que otra mujer, que las fantasías que tenía sobre ella no eran otra cosa que los restos de los sueños tontos de un joven.


Entonces ella experimentó un escalofrío, seguido de un sonido suave de entrega. Y entreabrió los labios bajo los de Pedro, en invitación irresistible y ávida.


Maldiciendo, él le echó la cabeza atrás y se zambulló en sus profundidades, para poder tomar más de lo que Paula ofrecía sin esfuerzo.


La boca de ella era un banquete, y él estaba demasiado hambriento para contener la codicia. 


Olía su cabello, fresco como el agua de lluvia, su piel, encendida por el trabajo, y la rica y primitiva fragancia de la tierra levantada.


Paula no podía respirar, ni pensar. Todas las preocupaciones serias se desvanecieron. En su lugar surgieron unas sensaciones desbocadas. Los músculos tensos de Pedro bajo sus dedos, el sabor caliente y desesperado de la boca de él, el trueno de sus propios latidos que corrían a una velocidad de vértigo. En ese momento lo rodeaba con sus extremidades, le clavaba los dedos y su boca era tan urgente e impaciente como la de él.




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