jueves, 11 de julio de 2019
CAPITULO 13 (CUARTA HISTORIA)
Hacía tanto tiempo que no la tocaban. Tanto tiempo que no probaba el deseo de un hombre en sus labios. Tanto desde que había deseado a un hombre… Pero en ese instante quería sentir las manos de él, ásperas y exigentes, que le cubrieran el cuerpo sobre la hierba suave y soleada. Ser salvaje y lujuriosa hasta mitigar ese anhelo que la carcomía.
Sintió que el poder de ese deseo la recorría y salía de sus labios en un gemido húmedo.
Los dedos de él se hallaban cerrados sobre la camiseta de Paula, casi la había roto antes de contenerse y maldecirse. Y soltarla. La respiración entrecortada de ella era al mismo tiempo una condena y una seducción. Los ojos de Paula habían adquirido una tonalidad cobalto y estaban muy abiertos por la conmoción.
«No me extraña» , pensó lleno de desprecio hacia sí mismo. La había aplastado contra la tierra y a punto había estado de poseerla a plena luz.
—Espero que ahora te sientas mejor —ella bajó las pestañas antes de que él pudiera ver la vergüenza.
—No —tenía las manos tan inseguras que las cerró—. No es así.
Ella no lo miró, no fue capaz. Tampoco pudo permitirse el lujo de pensar en lo que había hecho. Para consolarse, comenzó a extender turba alrededor del arbusto recién plantado.
—Si se queda seco, tendrás que regarlo con regularidad hasta que se asiente.
Por segunda vez, le tomó las manos. En esa ocasión ella se sobresaltó.
—¿No vas a pegarme?
Ella se obligó a relajarse y levantó la vista. En sus ojos había algo oscuro y apasionado, pero su voz sonó muy serena.
—No tendría mucho sentido. Estoy segura de que eres de la opinión de que una mujer como yo estaría… necesitada.
—No pensaba en tus necesidades cuando te besé. Fue un acto puramente egoísta, Paula. Se me da bien ser egoísta.
—Seguro que lo eres —como la sujetaba con suavidad, logró soltarse. Se pasó las palmas por los vaqueros antes de levantarse. Lo único que tenía en la cabeza era largarse, pero se obligó a cargar la carretilla con calma. Hasta que él le aferró el brazo y la obligó a darse la vuelta.
—¿Qué diablos es esto? —en su voz bullía la tormenta y era tan áspera como sus manos. Quería que ella le gritara… lo necesitaba para aplacar la conciencia —. Prácticamente te poseí en la tierra, sin importarme un bledo que te gustara o no, ¿y ahora piensas cargar tu carretilla e irte?
Paula temía mucho que le hubiera gustado. Por eso era imperativo que mantuviera la calma y el control.
—Si quieres tener una pelea o una amante casual, Pedro, has recurrido a la persona equivocada. Mis hijos me esperan en casa, y ya estoy cansada de ser agarrada.
«Sí, su voz está serena» , pensó él, «incluso firme, pero el brazo le tiembla un poco» .
Comprendió que allí había algo, algunos secretos que guardaba tras esos ojos tristes y hermosos. La misma terquedad que lo había impulsado a atravesar su escudo dorado hacía que fuera esencial que los descubriera.
—¿Agarrada en general o solo por mí?
—Eres tú quien me está agarrando —empezaba a agotársele la paciencia—. No me gusta.
—Es una pena, porque tengo la impresión de que lo volveré a hacer antes de que hayamos acabado.
—Quizá no me he explicado. Hemos acabado —se soltó y sujetó las asas de la carretilla.
—Ahora empiezas a ponerte furiosa —sonrió despacio y paralizó la carretilla poniendo todo su peso sobre ella. No estaba seguro de si Paula comprendía que acababa de lanzar un desafío irresistible.
—Sí. ¿Te sientes mejor?
—Sí. Prefiero que trates de arrancarme los ojos antes que verte huir como un pájaro herido.
—No huyo —soltó con los dientes apretados—. Me voy a mi casa.
—Olvidas la pala —comentó, todavía sonriendo. Ella se la quitó y la arrojó a la carretilla. Pedro esperó hasta que avanzó unos diez pasos—. Paula.
—¿Qué? —soltó por encima del hombro, sin detenerse.
—Lo lamento.
—Déjalo —se encogió de hombros y el malhumor se mitigó un poco.
—No —metió las manos en los bolsillos—. Lamento no haberte besado de esa manera hace quince años.
Con un juramento contenido, ella aceleró el paso. Cuando la perdió de vista, Pedro observó la planta. Volvió a pensar que lo lamentaba, pero estaba decidido a recuperar el tiempo perdido.
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