sábado, 13 de julio de 2019

CAPITULO 18 (CUARTA HISTORIA)




—¿Crees que vendrá? —le preguntaba Catalina a Paula al terminar de limpiar el cristal de las paredes con espejos.


—Lo dudo.


—No veo por qué no —Catalina se apartó el pelo negro al echarse hacia atrás en busca de alguna marca—. Y quizá si le insistimos todos, termine por ceder y unirse a nosotros.


—No es de esos —Paula miró alrededor y vio a los dos hombres con la mesa—. Oh, va contra esa pared. Gracias.


—De nada —logró responder Rick con los dientes apretados.


Marshall simplemente sonrió y no dijo nada.


—Quizá si ve la foto de Bianca y escucha la cinta de la entrevista que Max y Lila tuvieron con la doncella que solía trabajar aquí entonces, lo acepte. Es el único familiar vivo de Christian.


—¡Eh! —Rick contuvo un juramento cuando a Marshall se le ladeó la mesa.


—No me parece que le importe mucho la familia —indicó Paula—. Una cosa que no ha cambiado en Pedro Alfonso es que se trata de un solitario.


Pedro Alfonso. Marshall fijó el nombre en su memoria antes de decir:
—¿Hay algo más que podamos hacer por ustedes, señoras?


—No, ahora no —respondió Paula por encima del hombro con gesto distraído—. Muchas gracias.


—No tiene que darlas —Marshall sonrió.


—Qué guapas son, ¿verdad? —musitó Rick al marcharse.


—Oh, sí —pero Marshall pensaba en las esmeraldas.


—Te diré una cosa, amigo, me gustaría… —Rick se interrumpió cuando otras dos mujeres con un niño pequeño llegaron hasta lo alto de las escaleras. Les dedicó a ambas una sonrisa de grandes dientes. Lila le devolvió una perezosa y siguió andando—. Tío, tío —Rick se llevó una mano al corazón—. Este lugar está lleno de nenas.


—Disculpa las miradas —indicó Lila con voz suave—. Casi todos son inofensivos.


La rubia esbelta esbozó una sonrisa débil. Dos obreros lascivos en ese momento eran la última de sus preocupaciones.


—De verdad que no quiero ser un incordio —comenzó con su delicado acento del sudoeste—. Sé lo que dijo Samuel, pero de verdad creo que sería mejor si Kevin y y o pasáramos la noche en un hotel.


—Con la temporada tan avanzada, no conseguiríais pasar la noche ni en una tienda de campaña. Y os queremos aquí. Todos nosotros. La familia de Samuel ahora es nuestra familia —Lila le sonrió al pequeño de pelo oscuro que miraba boquiabierto todo lo que aparecía a la vista—. Es un lugar peculiar, ¿verdad? Tu tío se está encargando de que no se caiga sobre nuestras cabezas —entró en el salón de baile.


Paula se hallaba en una escalera, sacándole brillo a un cristal, mientras Catalina, sentada en el suelo, se ocupaba de la superficie inferior.


Paula giró la cabeza. Los esperaba desde hacía semanas. Pero verlos allí, sabiendo quiénes eran, le tensó los nervios.


La mujer no solo era la hermana de Samuel, ni el pequeño solo su sobrino.


Hacía poco Paula se había enterado de que Marina O’Riley había sido amante de su marido, y el pequeño, hijo de aquel. La mujer que la miraba en ese momento, con la mano del niño en la suya, apenas tenía diecisiete años cuando
Bruno la sedujo con juramentos de amor eterno y promesas de matrimonio para llevársela a la cama. Pero en todo momento había planeado casarse con Paula.


«¿Cuál de nosotras ha sido la otra?» , se preguntó Paula. Mientras bajaba se dijo que ya no importaba. No cuando podía ver con toda claridad los nervios en los ojos de Marina O’Riley, la tensión en su cuerpo y su valor en el ángulo del mentón.


Lilla realizó las presentaciones con tanta suavidad que alguien de fuera habría creído que reinaba una atmósfera placentera en el salón. 


Cuando Paula le ofreció la mano, Marina solo pudo pensar en que se había excedido en la
forma de vestirse. Se sintió rígida y tonta con su traje sobrio de color bronce, mientras Paula parecía tan relajada y hermosa con sus vaqueros viejos.


Esa era la mujer a la que durante años había odiado por arrebatarle el hombre al que había amado y robarle el padre de su hijo. Incluso después de que Samuel le hubiera explicado la inocencia de Paula, incluso al saber que el odio había sido en balde, Marina no era capaz de relajarse.


—Me alegro tanto de conocerte —Paula tomó la mano rígida de Marina entre las suyas.


—Gracias —incómoda, Marina retiró la mano—. Tenemos ganas de asistir a la boda.


—Y todas nosotras —tras un momento de incertidumbre, Paula se permitió bajar la vista a Kevin, el hermanastro de sus hijos. El corazón se le derritió un poco. Era más alto que su hijo y un año mayor. Pero los dos habían heredado el
atractivo moreno de su padre. 


Inconscientemente, alargó la mano para apartarle un mechón de pelo de la frente, igual que el de Alex. Marina rodeó los hombros del pequeño en un gesto instintivo de defensa. 


Paula bajó la mano—. Es un placer conocerte, Kevin. Alex y Jazmin casi no pudieron dormir anoche al saber que vendrías hoy.


Kevin le ofreció una sonrisa fugaz, luego miró a su madre. Le había dicho que iba a conocer a sus hermanastros y no sabía muy bien si eso lo alegraba.


Creía que a su madre le pasaba lo mismo.


—¿Por qué no bajamos a buscarlos? —Catalina apoyó una mano en el hombro de Paula.


Marina notó que Lila ya la había flanqueado por el otro lado. No las culpó por apoyarse contra una extraña.


—Quizá sería mejor si…


Nunca llegó a terminar la frase. Alex y Jazmin entraron corriendo en el salón, jadeantes y acalorados.


—¿Está aquí? —quiso saber Alex—. La tía Coco ha dicho que sí, y queremos ver… —se interrumpió al dejar de patinar sobre el suelo recién lustrado.


Los dos niños se observaron, interesados y cautos, como dos sabuesos. Alex no supo si le gustaba que su nuevo hermano fuera más grande que él, pero ya había decidido que estaría bien tener algo más que una hermana.


—Soy Alex, y esta es Jazmin —dijo, ocupándose de las presentaciones—. Solo tiene cinco años.


—Cinco y medio —corrigió Jazmin y se acercó a Kevin—. Y puedo vencerte si tengo que hacerlo.


—Jazmin, no creo que eso sea necesario —Paula habló con suavidad, pero sus cejas enarcadas lo decían todo.


—Bueno, pero podría —musitó Jazmin, sin dejar de evaluarlo—. Pero mamá dice que hemos de ser agradables porque somos familia.


—¿Conoces a algún indio? —inquirió Alex.


—Sí —Kevin ya no se aferraba a la mano de su madre—. A muchos.


—¿Quieres ver nuestro fuerte? —preguntó Alex.


—Sí —miró a su madre con expresión de súplica—. ¿Puedo?


—Bueno, yo…


—Lila y yo nos los llevaremos —Catalina apretó por última vez el hombro de Paula.


—Estarán bien —le aseguró Paula a Marina cuando sus hermanas se llevaron a los niños—. Samuel diseñó el fuerte, así que es robusto —volvió a recoger el trapo para limpiarse las manos—. ¿Lo sabe Kevin?


—Si —Marina no dejó de darle vueltas al bolso—. No quería que conociera a tus hijos sin entenderlo —respiró hondo y se preparó para lanzarse al discurso que había preparado—. Señora Dumont…


—Paula. Esto es difícil para ti.


—No imagino que sea fácil o cómodo para ninguna de nosotras. No habría venido de no ser tan importante para Samuel —continuó—. Quiero a mi hermano y no haría nada para estropear su boda, pero tienes que comprender que se trata de una situación imposible.


—Veo que es doloroso para ti. Lo siento —alzó 
las manos, luego las dejó caer —. Ojalá hubiera sabido antes… sobre ti, sobre Kevin. Es improbable que hubiera podido cambiar algo en lo referente a Bruno, pero ojalá lo hubiera sabido
—bajó la vista al trapo que sostenía con manos tensas, después lo dejó—. Marina, comprendo que mientras tú dabas a luz a Kevin, sola, yo me encontraba en Europa, de luna de miel con el padre de Kevin. Tienes derecho a odiarme por eso.


Marina solo pudo mover la cabeza y mirarla fijamente.


—No eres nada de lo que había esperado. Se suponía que tenías que ser indiferente, distante y estar ofendida.


—Me sería imposible guardarle rencor a una joven de diecisiete años a la que se traicionó y abandonó para criar sola a su hijo. Yo no era mucho mayor cuando me casé con Bruno. Sé lo encantador y convincente que puede ser. Y también cruel.


—Pensé que después viviríamos felices para siempre —Marina suspiró—. Bueno, no tardé en madurar y aprender —miró a Paula—. Te odié por tener todo lo que yo quería. Incluso cuando dejé de amarlo a él, odiarte me ayudó a seguir adelante. Y me aterraba conocerte.


—Otra cosa que tenemos en común.


—No me creo que esté aquí, hablándote de esta manera —para aliviar sus nervios, dio vueltas por el salón—. Lo he imaginado tantas veces en el pasado. Me enfrentaría a ti, exigiría mis derechos —rio en voz baja—. Incluso hoy tenía pensado un discurso. Era muy sofisticado, maduro… quizá un poco cruel. No quería creer que no habías sabido nada de Kevin, que tú también habías sido una víctima. Porque resultaba mucho más fácil considerarme la única a la que habían traicionado. Pero entonces aparecieron tus hijos —cerró los ojos—. ¿Cómo superas el dolor, Paula?


—Te lo haré saber cuando lo descubra.


Con una leve sonrisa, Marina miró por la ventana.


—A ellos no los ha afectado. Mira.


Paula se acercó. En el patio pudo ver a sus hijos y al hijo de Marina subir al fuerte de madera.




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