sábado, 13 de julio de 2019
CAPITULO 19 (CUARTA HISTORIA)
Pedro se lo pensó mucho. Hasta el momento en que sacó el traje del armario había tenido la certeza de que no iba a asistir. ¿Qué diablos se suponía que iba a hacer en una boda? No le gustaban los actos sociales, ni las conversaciones intrascendentes ni comer esos canapés diminutos. Nunca se sabía de qué estaban hechos.
No le gustaba estrangularse con una corbata o tener que planchar una camisa.
Se preguntó por qué lo hacia.
Se aflojó el odiado nudo de la corbata y, ceñudo, se observó en el espejo que había encima de la mesa. Porque era un idiota y quería ver otra vez a Paula.
Había pasado más de una semana desde que plantaron el arbusto amarillo.
Una semana desde que la había besado. Y una semana desde que había reconocido que ese beso, sin importar lo turbulento que había sido, no iba a ser suficiente.
Quería comprenderla y pensaba que el mejor modo para conseguirlo era observarla en medio de la familia que parecía querer tanto. No estaba muy seguro de si era la princesa indiferente y remota de su juventud, la mujer ardiente que había tenido en brazos o la mujer vulnerable cuyos ojos acosaban sus sueños.
Pedro era un hombre al que le gustaba saber exactamente a qué se enfrentaba, ya fuera un sospechoso, un motor estropeado o una mujer.
En cuanto analizara a Paula, se movería a su propio ritmo.
No quería admitir que lo había conmovido con su ardiente creencia de que existía una conexión entre sus antepasados. Más aún, odiaba reconocer que la visita de Coco McPike lo había hecho sentir culpable y responsable.
Se recordó que no iba a la boda para ayudar a nadie. No iba a establecer compromiso alguno. Iba para satisfacerse a sí mismo. En esa ocasión no iba a tener que detenerse en la puerta de la cocina.
No era un trayecto muy largo, pero se tomó su tiempo. El primer vistazo de Las Torres lo devolvió doce años al pasado. Era, como siempre había sido, un lugar llamativo, un laberinto de contrastes. Estaba construido con piedra sombría, pero flanqueado por torres románticas. Desde un ángulo parecía formidable, desde otro grácil. En ese momento había un andamio en el lado oeste, pero en vez de afear la construcción, parecía algo productivo.
El jardín en pendiente era de un verde esmeralda, protegido por árboles nudosos y dignos y moteado con flores fragantes y frágiles. Ya había muchos coches, y Pedro se sintió tonto entregando las llaves de su viejo Chevy al aparcacoches uniformado.
La boda iba a celebrarse en la terraza. Como estaba a punto de comenzar, se mantuvo en la parte de atrás de la multitud. Sonó una música de órgano. Se oyeron unos pocos comentarios murmurados y suspiros cuando las damas de honor avanzaron por la larga alfombra blanca que cubría la hierba.
Casi no fue capaz de reconocer a Catalina como la deslumbrante diosa enfundada en el vestido rosa con su larga cola. «No cabe duda de que las chicas Chaves siempre han sido atractivas» , pensó, clavando la vista en la mujer que iba detrás de ella. El vestido que llevaba era del color de la espuma de mar, pero apenas lo notó.
Era la cara… la cara del retrato que había en el ático de su abuelo. Pedro soltó el aire contenido.
Lila Chaves era una copia de su bisabuela.
Y Pedro ya no iba a ser capaz de negar la conexión.
Metió las manos en los bolsillos y deseó no haber asistido.
Entonces vio a Paula.
Esa era la princesa de su imaginación juvenil. El cabello de un oro pálido caía en suaves rizos hasta sus hombros bajo un velo de un azul tenue. El vestido del mismo color fluía a su alrededor animado por la brisa. En las manos llevaba flores; había más diseminadas por su pelo. Cuando pasó a su lado, con ojos tan suaves y soñadores como el vestido, él sintió un anhelo tan profundo, tan intenso, que apenas consiguió contenerse de pronunciar su nombre.
No recordó nada de la ceremonia breve y bonita excepto la expresión de la cara de Paula cuando la primera lágrima cayó por su mejilla.
Tal como había sucedido tantos años atrás, el salón de baile estaba lleno de luz, música y flores. En cuanto a la comida, Coco se había superado. Los invitados fueron agasajados con croquetas de langosta, almejas al vapor y mousse de salmón, todo acompañado con champán. Docenas de sillas se habían acomodado en las esquinas y a lo largo de las paredes con espejos; las puertas de la terraza se habían abierto para permitir que los invitados salieran al exterior.
Pedro se mantuvo apartado, bebiendo champán frío y dedicándose a observar.
Como su primera visita a Las Torres, decidió que era un espectáculo. Los espejos devolvían el reflejo de mujeres de pie, sentadas o bailando. La música y la fragancia a gardenias llenaban el aire.
La novia estaba arrebatadora, alta e imponente en encaje blanco, el rostro luminoso mientras bailaba con el hombre alto y de pelo broncíneo que en ese momento era su marido. «Hacen una buena pareja» , pensó Pedro. « Como se supone que sucede cuando estás enamorado» . Vio a Coco bailar con un hombre alto y rubio que parecía haber nacido con el esmoquin.
Entonces volvió a contemplar a Paula. En ese momento se inclinaba para decirle algo a un niño de pelo oscuro. Se preguntó si sería su hijo. Era evidente que el pequeño se hallaba al borde de una especie de rebelión. Movía los pies y tiraba de la pajarita. Se ganó la simpatía de Pedro. No podía haber nada peor para un niño que estar vestido con un mini esmoquin una noche de verano y alternar con adultos.
Paula le susurró algo al oído, luego le tiró de la oreja. La expresión amotinada del pequeño quedó dominada por una sonrisa.
—Veo que sigues rumiando en las esquinas.
Se volvió y una vez más quedó asombrado por el parecido que tenía Lila Chaves con la mujer que había pintado su abuelo.
—Solo observo el espectáculo.
—Vale el precio de la entrada. Max… —Lila apoyó una mano en el brazo del hombre alto y delgado que la acompañaba—. Te presento a Pedro Alfonso, de quién estuve locamente enamorada durante veinticuatro horas hace unos quince años.
—Nunca me lo contaste —Pedro enarcó una ceja.
—Claro que no. Al terminar el día decidí que no quería estar enamorada de alguien hosco y peligroso. Te presento a Max Quartermain, el hombre al que voy a amar el resto de mi vida.
—Felicidades —Pedro aceptó la mano extendida de Max. Apretón y ojos firmes y una sonrisa ligeramente abochornada—. Eres el profesor, ¿verdad?
—Lo era. Y tú eres el nieto de Christian Alfonso.
—Así es —convino con voz más distante.
—No te preocupes, no vamos a hostigarte mientras seas un invitado —Lila lo estudió—. Lo dejaremos para más tarde. Le diré a Max que te enseñe la cicatriz que ganó mientras realizábamos nuestro montaje publicitario.
—Lila —la voz de Max sonó suave con una orden subyacente.
Esta se encogió de hombros y bebió champán.
—¿Te acuerdas de Catalina? —indicó cuando su hermana se reunió con ellos.
—Recuerdo a una chica desgarbada con grasa en la cara —se relajó lo suficiente como para sonreír—. Se te ve bien.
—Gracias. Mi marido, Teo. Pedro Alfonso.
Mientras los dos hombres realizaban un comentario cortés durante la presentación, Pedro vio que se trataba del compañero de baile de Coco.
—Y los novios —anunció Lila, brindando por la pareja antes de volver a beber.
—Hola Pedro —aunque aún resplandecía, los ojos de Amelia irradiaban firmeza y cautela—. Me alegro de que hay as podido venir.
Mientras ella le presentaba a Samuel, Pedro comprendió que lo habían rodeado.
No lo presionaron. En ningún momento se mencionaron las esmeraldas. «Pero han unido filas» , pensó; habían formado una sólida pared de determinación que tuvo que admirar, aun cuando le desagradaba.
—¿Qué es esto, una reunión familiar? —inquirió Paula al llegar a su lado—. Se supone que debéis mezclaros con los invitados, no juntaros en una esquina. Oh, Pedro—la sonrisa vaciló un poco—. No sabía que estuvieras aquí.
—Tu tía me invitó.
—Si, lo sé pero… —calló y recompuso su sonrisa de anfitriona—. Me complace que pudieras venir.
«Y un cuerno» , pensó él al levantar la copa.
—Ha sido… interesante hasta ahora.
Ante una señal muda, la familia se dispersó, dejándolos solos en el rincón junto a unas gardenias.
—Espero que no te hayan incomodado.
—Puedo manejarlo.
—Es posible, pero no quiero que te importunen en la boda de mi hermana.
—Pero no te molesta si es en otra parte.
Antes de que pudiera replicar, unas manos pequeñas e impacientes tiraban de su vestido.
—Mamá, ¿cuándo podemos comer la tarta?
—Cuando Amelia y Samuel estén preparados para cortarla —bajó un dedo por la nariz de Alex.
—Pero tenemos hambre.
—Entonces ve a la mesa del bufé y come lo que quieras.
El pequeño emitió una risita, pero no cejó en su empeño.
—La tarta…
—Es para más tarde. Alex, te presento al señor Alfonso.
No demasiado interesado en conocer a otro adulto que le daría una palmadita en la cabeza y le diría lo grande que era, lo miró con un mohín. Cuando le ofreció un apretón de manos de hombre, se irguió un poco.
—¿Es usted el policía?
—Lo fui.
—¿Recibió alguna vez un disparo en la cabeza?
—No, lo siento —vio que perdía imagen—. Pero una vez me dieron en la pierna.
—¿Si? —Alex se animó—. ¿No paró de sangrar?
—Mucho —tuvo que sonreír.
—Vaya. ¿Le disparó a muchos hombres malos?
—A docenas.
—¡Vale! Espere un momento —salió corriendo.
—Lo siento —comenzó Paula—. Está pasando por una fase de asesinato y mutilación.
—Oh, no pasa nada —rio.
—Lo compensaste al decirle que le habías disparado a un montón de tipos malos —se preguntó si habría contado la verdad, aunque no lo manifestó en voz alta.
—Paula, ¿querrías…?
—Eh —Alex frenó seguido de otros dos niños—. Les dije que te habían pegado un tiro en la pierna.
—¿Dolió? —quiso saber Jazmin.
—Un poco.
—No paró de sangrar —comentó Alex con entusiasmo—. Esta es Jazmin, es mi hermana. Y este es mi hermano Kevin.
Paula quiso besarlo. Quiso levantarlo en brazos y llenarlo de besos por aceptar con tanta facilidad lo que los adultos habían complicado tanto. Le pasó la mano por el pelo.
Los tres bombardearon a Pedro a preguntas hasta que Paula puso fin a la situación.
—Creo que por el momento ha habido demasiada sangre.
—Pero, mamá…
—Pero, Alex —imitó ella—. ¿Por qué no vais a beber un poco de ponche?
Como les pareció una buena idea, se marcharon.
—Vaya pandilla —murmuro Pedro, y miró a Paula—. Creía que tenías dos hijos.
—Y así es.
—Me dio la impresión de ver a tres.
—Kevin es el hijo de mi ex marido —respondió con frialdad—. Y ahora, si me disculpas.
La frenó con una mano en el brazo. «Otro secreto» , pensó, y decidió que ya buscaría esa respuesta. No en ese instante. En ese momento iba a hacer algo en lo que había pensado desde que la vio caminar por la alfombra de satén enfundada en su etéreo vestido azul.
—¿Querrías bailar?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario