lunes, 15 de julio de 2019

CAPITULO 25 (CUARTA HISTORIA)




La condujo hasta el ático. Desgarrada entre la curiosidad y la furia, Paula lo siguió. Lo único de lo que estaba segura en ese momento era de que, desde que había vuelto a ver a Pedro Alfonso, sus emociones habían viajado en una
montaña rusa. Lo único que deseaba de la vida era un viaje suave y tranquilo.


—Él trabajaba aquí arriba.


—¿Lo conociste bien? —preguntó con interés.


—No creo que nadie lo conociera bien —fue a abrir una claraboya—. Iba y venía según le apetecía. Volvía aquí por unos días, o unos meses. A veces yo me sentaba a verlo trabajar. Si se cansaba de mi compañía, me decía que me fuera a pasear al perro o al pueblo a comprarme un helado.


—Todavía hay pintura en el suelo —incapaz de resistirse, se agachó para tocarla. Alzó la vista, se encontró con los ojos de Pedro y lo entendió.


Había querido a su abuelo. Esas manchas de pintura, más que la propia cabaña, eran recuerdos. Alargó la mano para tomar la suya, y se levantó cuando los dedos se unieron. 


Entonces vio el retrato.


El lienzo se hallaba apoyado contra la pared, en un marco antiguo y trabajado. La mujer le devolvió el escrutinio, con ojos llenos de secretos, tristeza y amor.


—Bianca —susurró, y dejó que las lágrimas cayeran con libertad—. Sabía que debía haberla pintado. Tenía que haberlo hecho.


—No estuve seguro hasta que ayer vi a Paula.


—Nunca lo vendió —murmuró Paula—. Se lo guardó, porque era lo único que le quedaba de ella.


—Tal vez —no se sentía del todo cómodo con que también a él se le hubiera ocurrido lo mismo—. He de concluir que había algo entre ellos. No sé cómo puede acercarte eso a las esmeraldas.


—Pero tú nos ayudarás.


—Dije que lo haría.


—Gracias —se volvió para mirarlo. «Sí, nos ayudará» , pensó. No rompería su palabra, sin importar lo mucho que lo irritara respetarla—. Lo primero que he de pedirte es si quieres llevar el retrato a Las Torres para que lo vea mi familia. Significará mucho para ellos.



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