martes, 16 de julio de 2019
CAPITULO 27 (CUARTA HISTORIA)
Pedro se dijo que no jugaba a ser un buen samaritano. Después de tener unos datos más claros de la situación, hacía lo que consideraba mejor. Alguien tenía que vigilarla hasta que atraparan a Livingston. El mejor modo de no perderla de vista era mantenerse cerca de ella.
Entró en el aparcamiento y se situó al lado de la camioneta. Vio que Paula se hallaba en el exterior con unos clientes, así que se puso a dar una vuelta.
Ya había pasado por delante de Jardines de la Isla, pero nunca se había detenido. No había tenido motivo para ello. Había muchas plantas sobre mesas de madera o en macetas llamativas. Aunque no sabría distinguirlas, sí podía reconocer su atractivo. O quizá se debía al hecho de que el aire olía a Paula.
Llegó a la conclusión de que era evidente que ella sabía lo que hacía allí.
Reinaba un gran orden, potenciado por una informalidad que invitaba a los curiosos a echar un vistazo, al tiempo que los tentaba a comprar.
Miraba una bandeja de dragoncillos cuando oyó el crujido de hojas en el arbusto de atrás. Se puso tenso por acto reflejo, y los dedos buscaron el arma que ya no llevaba. Suspiró y se maldijo. Tenía que superar esa reacción. Ya no era policía y no era probable que alguien le saltara por la espalda para clavarle un cuchillo de dieciséis centímetros.
Giró un poco la cabeza y vio al joven en cuclillas detrás de un expositor de peonías. Alex sonrió y se puso de pie.
—¡Te tengo! —bailó alegre alrededor de las flores—. Era un pigmeo y te alcancé con un dardo envenenado.
—Soy afortunado de ser inmune al veneno de los pigmeos. Si hubiera sido veneno de los ubangi, estaría muerto. ¿Y tu hermana?
—En el invernadero. Mamá nos dio semillas y esas cosas, pero me aburría. Puedo venir aquí —se apresuró a explicar, sabiendo la rapidez con la que los adultos podían complicar una situación—. Siempre y cuando no me acerque a la calle o tire algo.
—¿Has matado a muchos clientes hoy ? —no quería estropearle la diversión.
—Todo va muy lento. Según mamá, porque es lunes. Por eso podemos venir a trabajar con ella y Carola tener el día libre.
—¿Te gusta venir aquí?
Pedro no supo cómo había pasado, pero el chico y él caminaban por entre las flores y tenía la mano de Alex en la suya.
—Claro, está bien. Plantamos cosas y las regamos. A veces llevamos las compras de los clientes hasta los coches y recibimos monedas de cuarto.
—Parece un buen trato.
—Y mamá cierra al mediodía. Paseamos hasta la pizzería y jugamos en las videoconsolas. Venimos todos los lunes. Excepto… —calló y pateó la grava.
—¿Excepto qué?
—Que la semana próxima estaremos de vacaciones y mamá no vendrá.
Pedro observó la cabeza inclinada del niño y se preguntó qué diablos hacer.
—Ah… supongo que está muy ocupada aquí.
—Podría trabajar Carola u otra persona y ella venir. Pero no lo hará.
—¿No crees que os acompañaría si pudiera?
—Supongo —volvió a dar una patada a la grava y cuando Pedro no lo reprendió, lo hizo una tercera vez—. Tenemos que ir a un sitio llamado Martha’s Vineyard, con mi padre y su nueva esposa. Mamá dice que será divertido, que iremos a la playa y tomaremos helados.
—Suena estupendo.
—Yo no quiero ir. No sé por qué tengo que ir. Yo quiero ir a Disney World con mamá.
Cuando al pequeño se le quebró la voz, Pedro suspiró y se puso en cuclillas.
—Cuesta hacer cosas que no se desea hacer. Supongo que tendrás que cuidar de Jazmin mientras estéis fuera.
—Supongo —Alex se encogió de hombros y aspiró el aire—. Ella tiene miedo de ir. Pero solo tiene cinco años.
—Contigo estará bien. Te diré lo que haremos; durante vuestra ausencia, yo cuidaré de vuestra madre.
—Vale —sintiéndose mejor, Alex se limpió la nariz con el dorso de la mano —. ¿Puedo ver dónde te dispararon en la pierna?
—Claro —Pedro señaló una cicatriz de unos diez centímetros en la pierna izquierda, justo encima de la rodilla.
—Vaya —como a Pedro no parecía importarle, pasó un dedo por encima—. Supongo que al haber sido policía, cuidarás bien de mamá.
—Desde luego que lo haré.
Paula no estuvo segura de lo que sintió al ver a Pedro. Pero supo que algo cálido se agitó en su interior cuando Pedro le acarició el pelo a Alex.
—Vaya, ¿y qué es esto?
Los dos varones intercambiaron una mirada rápida y privada antes de que Pedro se incorporara.
—Una charla de hombres —dijo, y apretó la mano de Alex.
—Sí —el pequeño sacó pecho—. Una charla de hombres.
—Comprendo. Bueno, odio interrumpirla, pero si quieres pizza, será mejor que vayas a lavarte las manos.
—¿Puede venir él? —preguntó Alex.
—Su nombre es señor Alfonso —indicó Paula.
—Su nombre es Pedro —Pedro le guiñó un ojo al pequeño y recibió una sonrisa a cambio.
—¿Puede?
—Ya veremos.
—Eso lo dice mucho —confió Alex, y luego salió corriendo en busca de su hermana.
—Supongo que es verdad —Paula suspiró y
se volvió hacia Pedro—. ¿Qué puedo hacer por ti?
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