sábado, 20 de julio de 2019

CAPITULO 41 (CUARTA HISTORIA)



Paula pensó que no había luz de velas ni de luna, pero sí que era un romance.


No había creído que pudiera volver a encontrarlo o quererlo. Sonrió mientras regresaba a Las Torres.


Desde luego, una relación con Pedro Alfonso tenía muchas aristas, aunque también sus momentos más suaves. Había disfrutado descubriéndolos durante los últimos días. Y noches.


Seguía siendo un hombre exigente, a menudo brusco, pero jamás la hacía sentir menos que lo que ella quería ser. Cuando la amaba, lo hacía con una urgencia y ferocidad que no dejaban dudas sobre su deseo.


Al aparcar la camioneta detrás del coche de Pedro, se repitió que no había buscado un romance. Pero se sentía terriblemente contenta de haberlo encontrado.


—Te he estado esperando —soltó Lila en cuanto su hermana abrió la puerta.


—Eso veo —enarcó una ceja. Lila seguía con su uniforme del parque.Conociendo su horario, estaba segura de que llevaba en casa casi una hora.Debería haberse puesto algo cómodo—. ¿Qué sucede?


—¿Puedes hacer algo con el galán hosco con el que te has enredado?


—Si te refieres a Pedro, no mucho —se quitó la gorra para mesarse el pelo—. ¿Por qué?


—Ahora mismo está arriba desmontando mi habitación centímetro a centímetro. Ni siquiera pude cambiarme de ropa —miró en dirección a la escalera—. Le dije que ya habíamos mirado ahí, y que si hubiera estado durmiendo todos estos años en el mismo cuarto que las esmeraldas, lo sabría.


—Y no te hizo caso.


—No solo eso, sino que me echó de mi propia habitación. Y Max —siseó y se sentó en el escalón—. Max sonrió y dijo que era una idea estupenda.


—¿Quieres que nos unamos contra ellos?


En los ojos de Lila centelleó un brillo perverso.


—Sí —se levantó y pasó un brazo por los hombros de Paula mientras subían—. Vas en serio con él, ¿verdad?


—Voy paso a paso.


—A veces, cuando amas a alguien, es mejor avanzar de golpe —bostezó y maldijo—. Me he perdido mi siesta. Me gustaría poder decir que me ha desagradado su actitud, pero no puedo. Hay algo demasiado sólido y firme bajo sus malos modales.


—Has vuelto a mirar su aura.


Lila rio y se detuvo en lo alto de la escalera.


—Es un buen tipo, a pesar de las ganas que ahora tengo de azotarlo. Me gusta verte feliz otra vez, Pau.


—No he sido infeliz.


—No, simplemente no has sido feliz. Hay una diferencia.


—Supongo que sí. Hablando de ser feliz, ¿cómo van los planes para la boda?


—Ahora mismo la tía Coco y la pariente venida del infierno están en la cocina discutiendo sobre ello —la miró con ojos risueños—. Pasándoselo en grande. La tía abuela Carolina finge que solo quiere cerciorarse de que el acontecimiento estará a la altura de la reputación de los Chaves, pero la verdad es que le encanta hacer la lista de invitados y cuestionar los menús de la tía Coco.


Paula se detuvo ante la puerta de Lila. Pedro se hallaba concentrado en su trabajo. Nunca había sido una habitación muy ordenada, pero daba la impresión de que alguien hubiera soltado todos los muebles al azar. En ese momento, Pedro tenía la cabeza metida en la chimenea y Max iba a gatas por el suelo.


—¿Os divertís, chicos? —preguntó Lila con sorna.


Max levantó la vista y sonrió. Llegó a la conclusión que estaba furiosa. Había aprendido a disfrutar de su temperamento.


—He encontrado la otra sandalia que buscabas. Estaba debajo del cojín de la silla.— Una buena noticia —enarcó una ceja y notó que Pedro estaba sentado en la chimenea, mirando a Paula y que esta también lo miraba—. Necesitas un descanso, Max.


—No, estoy bien.


—Es evidente que necesitas un descanso —se acercó para tomarle la mano y ayudarlo a levantarse—. Luego puedes volver a echarle una mano a Pedro en la invasión de mi intimidad.


—Te dije que no iba a gustarle —comentó Paula cuando Lila se llevó a Max de la habitación.


—Es una pena.


—¿Has encontrado algo? —con las manos en las caderas, inspeccionó los daños.


—No a menos que cuentes los dos pendientes de parejas distintas y una de esas cosas de encaje que encontramos detrás de la cómoda —ladeó la cabeza—. ¿Tienes tú algo de ropa interior con encaje?


—No —bajó la vista a la sudadera que llevaba—. Hasta hace unos días, no pensé que fuera a necesitarla.


—Llevas muy bien la ropa vaquera, cariño —se puso de pie y como ella no se movió, se acercó él—. Y… —bajó las manos por la espalda de Paula—, … me vuelve loco quitártela —la besó con ardor, del modo profundo y urgente que ella había empezado a esperar, luego le mordisqueó el labio y sonrió—. Pero cuando quieras pedirle prestado a Lila una de esas cosas escuetas…


—Puede que te sorprenda —rio y lo abrazó con cariño—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—Un rato —movió la cabeza y volvió a dedicarse a buscar en la chimenea


 —¿No quieres que te recompense? —inquirió ella.


—Desde luego —Pedro perdió interés en buscar si había algún ladrillo flojo.


—Iré a traerte una cerveza.


—Preferiría tener…


—Lo sé —rio al salir—. Pero tendrás que conformarte con una cerveza. Por el momento.


Pensó que era agradable poder bromear de esa manera. Sin sentirse avergonzada o nerviosa. 


No había necesidad de sentir otra cosa que no fuera satisfacción al saber que él se preocupaba por ella. Con el tiempo, quizá pudieran tener algo más profundo.





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