lunes, 22 de julio de 2019

CAPITULO 47 (CUARTA HISTORIA)




Pedro esperaba a Teo en el cenador que había en el rompeolas. Encendió un cigarrillo y contempló el jardín de Las Torres. Unos andamios enmarcaban el ala oeste y el chillido de una sierra cortaba el aire. Un camión elevador estaba aparcado bajo la terraza y su mecanismo gemía mientras subía equipo a un trío de hombres con el torso desnudo. Una radio emitía rock duro.


Las ventanas de la habitación donde había pasado casi toda la noche con Paula le guiñaron sus ojos. Recordaba cada segundo de esas horas, cada suspiro, cada movimiento. También recordaba haberla dejado confusa. Estaba claro que la ternura no era su estilo, aunque había sido fácil manifestarla con ella.


Paula no le había pedido suavidad. No le había pedido nada. ¿Por eso se sentía impulsado a dar? Sin intentarlo, ella había llegado a algo en su interior que Pedro no sabía que existía… y con lo que aún se sentía más que un poco incómodo.


Descubrirlo y sentirlo lo dejaba tan vulnerable como ella.


Ella merecía la música, las velas, las flores. 


Merecía las palabras poéticas.


Iba a intentar dárselas, sin importar que lo hicieran sentirse como un tonto.


Mientras tanto, tenía un trabajo que cumplir. Iba a encontrar esas malditas esmeraldas para ella. 


E iba a poner a Livingston entre rejas.


Tiró el cigarrillo al ver a Teo salir de la casa. En el cenador iban a disfrutar de una relativa privacidad. Lo que dijeran allí nadie podría escucharlo.


Cualquiera que mirara desde la casa, vería a dos hombres que compartían una cerveza por la tarde, lejos de las mujeres.


Teo subió y le ofreció una botella.


—Gracias —se apoyó con indiferencia en un poste y alzó la cerveza—. ¿Has conseguido la lista?


—Sí —Teo se sentó en uno de los bancos de piedra para poder observar la casa mientras bebía—. Solo hemos contratado a cuatro hombres nuevos en el último mes.


—¿Referencias?


—Desde luego —la leve irritación en su tono de voz fue instintiva—. Samuel y yo somos bien conscientes de la seguridad.


Pedro simplemente se encogió de hombros.


—Un hombre como Livingston no tendría ningún problema en conseguir referencias. Le costaría dinero —bebió un buen trago—. Pero las conseguiría.


—Tú sabes más que yo de esas cosas —entrecerró los ojos al ver a dos hombres cambiar unos canalones en el techo del ala oeste—. Pero me cuesta creer que pudiera estar aquí, trabajando ante nuestras propias narices.


—Oh, está aquí —sacó otro cigarrillo, lo encendió y dio una calada pensativo —. Quienquiera que hurgara en mi casa, se enteró de la conexión casi al mismo tiempo que vosotros. Como no vais por ahí hablando de la situación en las fiestas, habrá oído algo aquí, en la casa. No formaba parte de la cuadrilla al empezar las obras, porque se hallaba ocupado en otra parte. Pero las últimas semanas… —
calló mientras los niños salían a la carrera en dirección al fuerte seguidos de los perros—. No iba a quedarse sentado a esperar, no mientras existiera la posibilidad de que derribarais una pared y aparecieran las esmeraldas. ¿Y qué mejor sitio para vigilarlo todo que desde dentro?


—Encaja —reconoció Teo—. Pero no me gusta la idea de que mi mujer, o cualquiera de los demás, esté tan cerca —pensó en Catalina, en el bebé que esperaba y su semblante se ensombreció—. Si hay una posibilidad de que tengas razón, quiero inspeccionarla.


—Dame la lista y la comprobaré. Todavía tengo algunos contactos —no apartó la mirada de los niños—. No va a lastimar a nadie. Te lo garantizo.


Teo asintió. Era un hombre de negocios y nunca había practicado algo más que un poco de boxeo en la universidad. Pero haría lo que fuera necesario para proteger a su mujer y a su hijo no nacido.


—Se lo he contado a Max, y Samuel y Amelia han decidido interrumpir la luna de miel. Deberían llegar en un par de horas.


«Eso está bien» , pensó Pedro. Era mejor tener a toda la familia en un solo lugar.


¿Qué le contó Samuel?


—Que había un problema en el trabajo —más cómodo una vez que los engranajes se habían puesto en marcha, Teo sonrió un poco—. Si Amelia averigua que la está engañando, se lo hará pagar.


—Cuanto menos sepan las mujeres, mejor.


En esa ocasión Teo rio.


—Si alguna te oye decir eso, perderías tres capas de piel. Son duras.


—Creen que lo son —pensó en Paula.


—No, lo son. Tardé bastante en aceptarlo. Individualmente son fuertes, de acero recubierto de terciopelo. Por no mencionar tercas, impulsivas y febrilmente leales. Juntas… —sonrió—. Bueno, reconozco que preferiría enfrentarme a un par de luchadores de sumo antes que a las mujeres Chaves.


—Cuando todo haya acabado, que se enfurezcan todo lo que quieran.


—Mientras estén a salvo —concluyó Teo, notando que Pedro observaba a los niños—. Unos chicos estupendos —comentó.


—Sí. Están bien.


—Tienen una madre extraordinaria —bebió un sorbo de cerveza—. Es una pena que no tengan un verdadero padre.


—¿Qué sabes de él? —hasta pensar en Bruno Dumont le hacía hervir la sangre.


—Más de lo que me gusta. Sé que hizo pasar a Paula por un infierno. Estuvo a punto de quebrantarla con el juicio por la custodia.


—¿Quiso quedarse con los niños? —lo miró aturdido.


—Fue por ella —corrigió Teo—. ¿Y que mejor manera que esa? Ella no habla del tema. Catalina me contó la historia. Al parecer a él lo molestó que solicitara el divorcio. No era bueno para su imagen, menos cuando tiene la vista puesta en un sillón del senado. La hizo pasar por una larga y fea lucha en los tribunales, tratando de demostrar que era una mujer inestable y no apta para educar a los niños.


—Canalla —ahogó la ira y se volvió para tirar el cigarrillo a las rocas.


—No los quería. La idea que tenía era meterlos en un internado. O esa era la amenaza. Retiró la demanda cuando Paula aceptó el acuerdo.


—¿Qué acuerdo? —aferraba con fuerza la barandilla de piedra.


—Ella cedió prácticamente todo. Él retiró los cargos para que el acuerdo se pudiera llevar en privado. Consiguió la casa y toda la propiedad, junto con un buen pellizco de la herencia de Paula. Podría haber luchado, pero los niños y ella ya se encontraban en un caos emocional. No quiso correr ningún riesgo con ellos ni someterlos a más tensión.


—No, no lo haría —bebió en un intento inútil de eliminar la amargura de su garganta—. Él ya no volverá a hacerle daño a ninguno de los tres. Me ocuparé de eso.


—Lo imaginaba —satisfecho, se puso de pie. Sacó una lista del bolsillo y la cambió por la botella vacía de Pedro—. Hazme saber qué averiguas.


—Sí.


—La sesión espiritista es esta noche —vio la mueca de Pedro y rio—. Puede sorprenderte.


—Lo único que me sorprende es que Coco me convenciera de asistir.


—Si piensas quedarte por aquí, tendrás que acostumbrarte a que te convenzan para todo tipo de cosas.


«Pienso quedarme, sí» , convino mentalmente mientras Teo se alejaba.


Solo necesitaba encontrar la manera adecuada de contárselo a Paula. Después de leer los nombres de la lista, se la guardó. Haría un par de llamadas para ver qué averiguaba.



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