lunes, 22 de julio de 2019

CAPITULO 48 (CUARTA HISTORIA)




Mientras atravesaba el jardín, los perros corrieron hacia él, con Fred pegado al costado de Sadie. Cuando dejaron de dar saltos, los acarició.


—¡Recordad el Álamo! —gritó Alex. Se hallaba con las piernas abiertas en el techo de su fuerte, con una espada de plástico en la mano—. Jamás nos tomaréis con vida.


—¿Ah sí? —incapaz de resistirse, Pedro se acercó—. ¿Y qué te hace pensar que os busco, pequeñajo?


—Que nosotros somos los patriotas y vosotros los invasores perversos.


Jazmin asomó la cabeza por una abertura que servía como ventana. Antes de que Pedro pudiera esquivarlo, recibió en medio del pecho un chorro de agua de su pistola. Alex soltó un grito triunfal mientras Pedro observaba ceñudo la camisa mojada.


—Supongo que sabéis que esto significa la guerra —expuso despacio.


Mientras Jazmin chillaba, la sacó por la ventana. 


Para deleite de la pequeña, la mantuvo boca abajo de modo que las dos coletas rubias rozaron la hierba.


—¡Ha tomado un rehén! —gritó Alex—. Hasta la muerte —entró en el fuerte para luego salir por la puerta blandiendo su espada. Pedro apenas dispuso de tiempo de enderezar a Jazmin antes de que el pequeño misil lo alcanzara—. Cortadle la cabeza —entonó Alex, seguido de su hermana.


Pedro aflojó el cuerpo y se llevó a los dos consigo al suelo.


Hubo gritos y risas mientras luchaba con ellos. 


No resultó tan fácil como había imaginado. Los dos eran ágiles y escurridizos, y lograron soltarse para atacarlo. Se encontró en desventaja cuando Alex se sentó en su pecho mientras Jazmin localizaba un punto para hacerle cosquillas.


—Voy a tener que ponerme duro —les advirtió. 


Maldijo al recibir un chorro de agua en la cara, provocando que ambos se partieran de risa. Con un movimiento veloz les arrebató la pistola y pasó a empaparlos a los dos. Con grititos y risitas, ambos se lanzaron sobre él. Fue una batalla mojada, y cuando al fin consiguió inmovilizarlos, todos estaban sin aliento.


—Os he aniquilado —logró decir Pedro—. Decid tío —Jazmin le clavó un dedo en las costillas. 


Para defenderse, bajó la mejilla al cuello de la pequeña y frotó la barba de un día sobre su piel.


—¡Tío, tío, tío! —gritó ella, desternillándose de risa.


Satisfecho, empleó la misma estratagema con Alex hasta que, victorioso, dio la vuelta y quedó boca abajo sobre la hierba.


—Nos has matado —reconoció Alex, en absoluto enfadado—. Pero estás moralmente herido.


—Sí, pero creo que quieres decir mortalmente.


—¿Vas a echarte una siesta? —Jazmin trepó a su espalda para dar saltos—. A veces Lila duerme en la hierba.


—Lila duerme en cualquier parte —musitó Pedro.


—Si quieres, puedes echarte una siesta en mi cama —invitó ella, luego apoyó un dedo curioso en la cicatriz que veía bajo la camiseta levantada—. Tienes una herida en la espalda.


—Mmm.


—¿Puedo ver? —preguntó Alex, que ya había empezado a trepar.


Pedro se puso tenso de forma automática, luego se obligó a relajarse.


—Claro.


Mientras Alex levantaba la camiseta, los ojos de ambos niños se agrandaron mucho. No se parecía a la cicatriz limpia y pequeña que habían admirado en la pierna de él. Esa era larga e irregular, e iba desde la cintura hasta un punto de la espalda que no lograban ver debido a que ya no podían levantarle más la camiseta.


—Cielos —fue lo único que se le ocurrió a Alex. Tragó saliva y luego, con valentía, acercó un dedo a la cicatriz—. ¿Te metiste en una pelea grande?


—No exactamente —recordó el dolor, el increíble resplandor de calor blanco —. Me atacó uno de los malos —respondió, con la esperanza de que eso bastara.


Al sentir que la boquita de Jazmin se posaba en su espalda, se quedó muy quieto.


—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó ella.


—Sí —tuvo que suspirar para controlar la voz—. Gracias —se volvió y se sentó para acariciarle el pelo.



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