martes, 23 de julio de 2019
CAPITULO 50 (CUARTA HISTORIA)
Lo observó partir con el ceño fruncido y quizá lo hubiera seguido, pero la llamaban desde la terraza de la primera planta. Se protegió los ojos y vio a su hermana.
—¡Amelia! —riendo, corrió por el jardín hasta los escalones de piedra—.¿Qué haces de vuelta? —abrazó con fuerza a la recién casada—. Se te ve maravillosa, aunque se suponía que no volvíais hasta dentro de una semana. ¿Sucede algo?
—No, nada —besó las dos mejillas de Paula—. Vamos, te pondré al día.
—¿Adónde vamos?
—A la torre de Bianca. Reunión familiar.
Subieron y luego ascendieron por la estrecha escalera circular que conducía a la torre.
—¿Y la tía Coco? —preguntó Paula.
—Le comunicaremos lo que acordemos —repuso Amelia—. Pero parecería demasiado sospechoso si ahora la trajéramos aquí.
—¿Solo reunión de mujeres? —Paula asintió y se sentó en el suelo a los pies de Lila.
—Es lo que se merecen —dijo Catalina, cruzando los brazos—. Llevan días escapándose para sus reuniones de club de chicos. Es hora de encarrilar las cosas.
—Max se trae algo entre manos, eso seguro —intervino Lila—. Actúa con demasiada inocencia. Y los últimos días se ha mantenido cerca de los obreros.
—Supongo que no querrá aprender a poner un tejado —murmuró Paula.
—Si fuera así, ya habría comprado veinte libros sobre el tema —Lila se recostó—. Y esta tarde cuando llegué a casa del trabajo, vi a Teo y a Pedro charlando en el cenador. Alguien que no los conociera habría podido pensar que solo tomaban una cerveza, pero planeaban algo.
—De modo que conocen algo que no nos están diciendo —pensativa, Paula martilleó los dedos sobre las rodillas. Había tenido la sensación de que pasaba algo, pero Pedro la había distraído tan bien, que no actuó según su instinto.
—Hace dos días Samuel mantuvo una larga y sigilosa conversación con Teo por teléfono. La justificó diciendo que había unos problemas con los materiales que debía supervisar en persona —Amelia agitó el pelo con una mueca en la
cara—. Y pensó que era lo bastante estúpida como para creérmelo. Quería volver de luna de miel porque traman algo… y pretenden mantener a las mujercitas fuera del camino.
—Que ni lo sueñen —musitó Catalina—. Yo voto para que bajemos ahora mismo y les exijamos que nos cuenten lo que saben. Si Teo cree que me voy a quedar sentada sin hacer nada mientras él lleva un asunto de las Chaves, ya verá lo equivocado que está.
—Tortura con agujas de bambú —musitó Lila, no muy incómoda con la imagen—. Eso potenciará su terquedad. Están en juego los egos masculinos, señoras. Hay que ponerse los cascos y los chalecos antibalas.
Paula rio y le palmeó la pierna.
—Repasemos lo que sabemos. Llaman de vuelta a Samuel, de modo que deben creer que están cerca. No me parece que se mostraran tan sigilosos si pensaran que habían dado con las esmeraldas.
—Yo tampoco —como reflexionaba mejor de pie, Amelia se puso a caminar—. ¿Recordáis lo obstinados que fueron cuando decidimos buscar el barco desde el que había saltado Max? Samuel amenazó con… ¿cómo era? Atarme
a una estaca boca arriba como tratara de encontrar a Livingston —repuso con vehemencia.
—Teo ni siquiera trata el tema de Livingston conmigo —añadió Catalina, luego frunció la nariz—. Dice que no es bueno que esté inquieta en mi condición delicada.
—Me gustaría que un hombre pasara por un parto y tuviera las agallas de llamar delicada a una mujer —comentó Lila desde el asiento del mirador.
—Pedro dice que Livingston está fuera de nuestra liga. De la nuestra —explicó Paula, haciendo un movimiento circular con el dedo—. No de la suya.
—Idiota —Catalina se dejó caer en el asiento al lado de Lila—. ¿Estamos de acuerdo? Tienen una pista sobre Livingston y se la están reservando.
El voto fue unánime.
—Y ahora necesitamos averiguar qué es lo que saben —Amelia dejó de caminar para mover el pie arriba y abajo—. ¿Alguna sugerencia?
—Bueno… —Paula contempló sus uñas y sonrió—. Yo estoy a favor de dividir y conquistar. Las cuatro deberíamos ser capaces de obtener información de ellos… cada una a su propia manera. Y mañana a la misma hora nos reuniremos aquí para armar el rompecabezas.
—Me gusta —Lila se levantó para apoyar una mano en el hombro de Paula—. Los pobres no tienen ni una sola posibilidad.
Paula alzó la mano para apoyarla sobre la de Lila; Amelia y Catalina, añadieron las suyas.
—Y cuando todo haya terminado —dijo—, quizá se den cuenta de que las mujeres Chaves saben cuidar de sus asuntos.
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