martes, 23 de julio de 2019

CAPITULO 51 (CUARTA HISTORIA)




Pedro nunca se había sentido más ridículo en la vida. Iba a tomar parte de una sesión espiritista. 


Y si eso no era bastante malo, antes de que acabara la noche iba a pedirle a la mujer, que en ese momento se reía de él, que fuera su mujer.


—No es un pelotón de fusilamiento —riendo, Paula le palmeó la mejilla—. Relájate.


—Es una absoluta estupidez, eso es lo que es —desde un extremo de la mesa, Carolina observó ceñuda a todos—. La idea de hablar con espíritus… bobadas. Y tú… —apuntó a Coco con un dedo—. No es que alguna vez tuvieras algo de sentido común en esa cabeza de chorlito, pero habría pensado que hasta tú sabrías que no era lógico despertar a las chicas por semejante insensatez.


—No es una insensatez —como siempre, la mirada acerada la hizo temblar, pero se sentía bastante a salvo con la extensión de la mesa separándolas—. Ya lo verás una vez que empecemos.


—Lo que veo es una mesa de chalados —aunque su rostro se mantuvo severo, se le derritió el corazón al levantar la vista hacia el retrato de su madre, que habían colgado sobre la chimenea—. Te ofrezco diez mil por él.


—No está en venta.


—Si crees que vas a engatusarme, joven, te equivocas. Sé reconocer un timo.


Le sonrió. Habría dado hasta el último centavo a favor de que ella misma había organizado más de uno.


—No lo vendo.


—Además, vale mucho más —intervino Lila, incapaz de seguir en silencio —. ¿No es verdad, profesor?


—Bueno, en realidad, sí —Max se aclaró la garganta—. La primera época de Christian Alfonso está subiendo de valor. Hace dos años en Sotheby ’s, uno de sus paisajes marinos alcanzó los treinta y cinco mil dólares.


—¿Y tú qué eres? —espetó Carolina—. ¿Su agente?


—No, señora —Max contuvo una sonrisa.


—Entonces, cállate. Quince mil, y ni un centavo más.


—No estoy interesado —Pedro se pasó la lengua por los dientes.


—Tal vez si nos ocupáramos del asunto que nos ha reunido —Coco contuvo el aliento, a la espera de la cólera de su tía. Cuando Carolina solo farfulló algo apagado y frunció el ceño, se relajó—. Amelia, querida, enciende las velas.
Ahora todos debemos tratar de vaciar nuestras mentes de preocupaciones, de dudas. Concentrémonos en Bianca —cuando las velas ardieron y la luz se apagó, echó un último vistazo alrededor de la mesa—. Juntad las manos.


Pedro gruñó en voz baja, pero tomó la mano de Paula en la derecha y la de Lila en la izquierda.


—Concentraos en el cuadro —susurró Coco, cerrando los ojos para llevarlo a su mente, ya que lo tenía en la pared a su espalda—. Está cerca de nosotros, muy cerca. Quiere ayudar.


Pedro dejó que su mente vagara porque eso lo ayudaba a olvidar lo que hacía.


Trató de imaginar cómo sería cuando Paula y él se hallaran a solas en la cabaña. Había comprado velas con olor a jazmín.


En la nevera se enfriaba champán. Incluso en ese momento el estuche le quemaba un agujero en el bolsillo.


«Esta noche daré el paso» , pensó. Las palabras saldrían exactamente como las había planeado. Sonaría música. Ella abriría el estuche, miraría dentro…


Las manos de Paula estaban cubiertas de esmeraldas. Frunció el ceño y se sacudió mentalmente. Eso no estaba bien. No le había comprado esmeraldas, pero la imagen era muy nítida… Paula de rodillas sosteniendo unas
esmeraldas. Tres hileras resplandecientes flanqueadas por unos diamantes helados en cuyo centro refulgía una piedra con forma de lágrima de un verde soñador.


El collar Chaves. Sintió frío en el cuello y no le prestó atención. Había visto la foto que Max había encontrado en el viejo libro de la biblioteca. Sabía que aspecto tenían las esmeraldas. Era la atmósfera, el silencio vibrante y las velas que titilaban lo que hacía que pensara en ellas. Eso había hecho que las viera.


No creía en visiones. Pero cuando cerró los ojos para despejar su mente, esa visión parecía estar grabada allí. Paula de rodillas en el suelo con esmeraldas que colgaban de sus dedos.


Sintió una mano en el hombro y giró la cabeza. 


No había nadie, solo un juego de sombras y luz provocado por las velas. Pero la sensación persistió, con una urgencia que le erizó el vello de la nuca.


«Es una locura» , se dijo. Y ya era hora de poner fin a tanta insensatez.


—Escuchad... —comenzó. Y el retrato de Bianca se desplomó al suelo.


Coco soltó un chillido y se levantó de un salto de la silla.


—Santo cielo. Santo cielo —murmuró, dándose palmaditas sobre el acelerado corazón.


Amelia fue la primera en ponerse en movimiento.


—Oh, espero que no se haya dañado.


—No lo creo —Lila soltó la mano de Pedro—. ¿Y tú?


La mirada clara y firme lo puso incómodo. Sin prestarle atención, se volvió hacia Paula. Sentía su mano helada.


—¿De qué se trata? ¿Qué ha pasado?


—Nada —pero tuvo un veloz escalofrío—. Creo que será mejor que compruebes el retrato.


Se incorporó para acercarse a los demás que se encontraban en cuclillas. Al agacharse, Paula miró en dirección a su tía abuela, en el otro extremo de la mesa. La piel blanca de Carolina había palidecido como el cristal. Tenía los ojos
húmedos. Sin decir una palabra, Paula se levantó y le sirvió un brandy.


—No pasa nada —susurró, apoyando una mano en el hombro delgado.


—El marco se ha resquebrajado —Samuel pasó un dedo por la grieta antes de ponerse de pie—. Es curioso que cayera de esa manera. Esos clavos son robustos.


Pedro iba a descartar el comentario, pero al inclinarse para ver por dónde se había separado el marco de la madera de sujeción, se quedó muy quieto.


—Hay algo entre el lienzo y la parte de atrás —alzó el retrato y lo depositó cara abajo sobre la mesa—. Necesito un cuchillo.


Samuel sacó su navaja de bolsillo y se la ofreció. 


Pedro realizó un corte fino y largo justo debajo de la grieta del marco y extrajo varias hojas de papel.


—¿Qué es? —preguntó Coco con voz amortiguada por las manos que se había llevado a la boca.


—Es la caligrafía de mi abuelo —lo embargó la emoción—. Parece una especie de diario. Es de mil novecientos sesenta y cinco.


—Siéntate, querido —Coco apoyó una mano en su hombro—. Teo, ¿quieres servir el brandy ? Yo prepararé té para Catalina.



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