lunes, 1 de julio de 2019

CAPITULO 50 (TERCERA HISTORIA)




Para cuando hubo transmitido la información a Samuel y a Teo, ordenado mentalmente la descripción e informado de ella a la policía, estaba agotado.


Podía ser por la tensión o porque solo había dormido dos horas la noche anterior, pero cedió a ella, se tumbó en la cama y se olvidó del mundo hasta la hora de la cena.


Ya recuperado del cansancio, bajó al piso de abajo. Pensó en ir a buscar a Paula y preguntarle si quería dar un paseo por el jardín después de cenar. O quizá pudieran dar una vuelta en coche, a la luz de la luna. No había sido una mentira de las peores y, tras haber puesto al corriente a la policía, no tenía por qué mantenerla. En cualquier caso, si decidía que lo mejor era marcharse, quizá no pudiera disfrutar de otra noche con ella.


Sí, irían a dar una vuelta en coche. Quizá pudiera preguntarle si le gustaría ir a verlo cuando estuviera en Nueva York. O proponerle que quedaran para pasar juntos un fin de semana en cualquier parte. Su relación no tenía por qué terminar; no, si él era capaz de dar los pasos adecuados.


Entró en el salón, lo encontró vacío y volvió a salir otra vez. Solos, ellos dos, observando la luna sobre el agua, quizá incluso saliendo a dar un paseo por la playa. Podría comenzar a cortejarla como era debido. Imaginaba que a Paula le haría gracia que utilizara aquella expresión, pero eso era precisamente lo que él quería hacer.


Siguiendo el sonido del piano, llegó hasta el estudio de música. Susana estaba sola, tocando para ella. La música se adecuaba a la expresión de sus ojos. Había en ellos tristeza, una tristeza demasiado profunda para que nadie más pudiera sentirla. Pero en cuanto vio a Pedro, se interrumpió y le sonrió.


—No pretendía interrumpirte.


—No te preocupes. En cualquier caso, y a era hora de que volviera al mundo real. Amelia se ha llevado a los niños al pueblo, así que estaba aprovechando este momento de calma.


—Estaba buscando a Paula.


—Oh, se ha ido.


—¿Que se ha ido?


Susana estaba alejándose del piano cuando Pedro ladró aquella frase.


—Sí, ha salido.


—¿Adónde? ¿Con quién?


—Ha salido hace un rato —Susana lo estudió mientras cruzaba la habitación —. Creo que tenía una cita.


—¿Una… cita? —se sintió como si alguien acabara de golpearle con un mazo en pleno plexo solar.


—Lo siento, Pedro —preocupada, posó la mano sobre la suya. No creía haber visto nunca a un hombre tan miserablemente enamorado—. No me he dado cuenta. Es posible que haya quedado con algunas amigas. O que se haya ido ella sola.


No, pensó Pedro, sacudiendo la cabeza. Tenía que haber ocurrido lo peor. Si había salido sola y Caufield estaba cerca… Intentó sacudirse el pánico. No era detrás de Paula de quien iba aquel hombre, sino de las esmeraldas.


—No importa, solo quería comentarle algo.


—¿Ella sabe lo que sientes?


—No… Sí. No lo sé —contestó con escasa convicción. Veía cómo todos sus sueños románticos de un cortejo a la luz de la luna se convertían en humo—. No importa.


—A ella le importaría. Paula no se toma los sentimientos de los demás a la ligera, Pedro.


Nada de ataduras, pensó Pedro. Ni de trampas. 


Bueno. Él ya había caído en la trampa y sentía sus propios sentimientos como una soga al cuello. Pero ese no era el problema.


—Lo único que pasa es que me preocupa que haya podido salir sola. La policía todavía no ha atrapado ni a Hawkins ni a Caufield.


—Ha salido a cenar. No puedo imaginarme a nadie irrumpiendo de pronto en el restaurante y pidiéndole unas esmeraldas que no tiene —Susana le apretó cariñosamente la mano—. Vamos, te encontrarás mejor en cuanto hayas comido algo. El pollo al limón de la tía Coco y a debería estar listo.



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