martes, 2 de julio de 2019

CAPITULO 53 (TERCERA HISTORIA)




El enfado de Paula se transformó en simple estupefacción.


—No lo haré.


—Sí —respondió Pedro sin alterarse—, lo harás —deslizó las manos detrás de su espalda, para acercarla a él—. Acerca de esta noche… —comenzó a decir cuando sus cuerpos se rozaron—. Evidentemente, has malinterpretado tanto mis motivos como mis sentimientos.


Paula arqueó la espalda. Estaba más sorprendida que enfadada cuando Pedro la soltó. 


—No quiero hablar de ello.


—No, supongo que prefieres que nos gritemos, pero me parece poco constructivo y además no es mi estilo —no disminuía en ningún momento la firmeza de sus manos y de su voz—. Para ser más preciso, no he venido aquí porque quisiera satisfacer mis deseos, aunque puedes estar segura de que tengo intención de hacer el amor contigo.


Paula se quedó mirándolo desconcertada.


—¿Qué diablos te ha pasado?


—De pronto, me he dado cuenta de que la mejor forma de tratarte es la misma que utilizo con mis alumnos más difíciles. Hace falta algo más que paciencia. Se requiere mano firme y una línea clara de intenciones y objetivos.


—Una alumna difícil… —tomó aire, intentando contener su furia—. Pedrocreo que será mejor que te tomes una aspirina y te acuestes.


—Como iba diciendo —le susurró Pedro al oído—. No solo es una cuestión de sexo, a pesar de que en ese aspecto nuestra relación me resultó increíblemente satisfactoria. Es más un asunto de estar completamente hechizado por ti.


—No —dijo Paula débilmente mientras Pedro se inclinaba para mordisquearle el oído.


—Quizá haya cometido el error de dar a entender que es solo tu aspecto, la sensación de tu cuerpo bajo mis manos y tu sabor lo que me atrae hacia ti — mordisqueó su labio inferior, succionándolo delicadamente hasta que Paula desenfocó la mirada—. Pero es más que eso. No sé cómo decírtelo —Paula sentía latir su propio pulso rápido y fuerte contra las manos de Pedro, mientras este la empujaba hacia atrás—. No ha habido nadie como tú en mi vida. Y no quiero que salgas de ella, Paula.


—¿Qué estás haciendo?


—Llevándote a la cama.


Paula intentaba aclarar sus pensamientos mientras Pedro deslizaba los labios por su cuello.


—No, no me vas a llevar a la cama.


Paula estaba enfadada con él, pero mientras continuaba intentando seducirla con sus labios, Pedro no era capaz de adivinar el motivo.


—Necesito demostrarte lo que siento por ti —sin dejar de juguetear con sus labios, descendió con ella hasta la cama.


Liberó las manos de Paula. Entonces ella las deslizó bajo su camisa para acariciar su pálida piel. Ya no quería pensar. Eran demasiados los sentimientos que en aquel momento tenía que asimilar, así que lo atrajo hacia ella con avidez.


—Estaba celoso —murmuró Pedro mientras deslizaba uno de los tirantes de encaje de su hombro para posar los labios sobre él—. No quiero que te toque ningún otro hombre.


—No —Pedro la acariciaba en aquel momento con caricias largas, que deslizaba a lo largo de su tembloroso cuerpo—, solo tú.


Pedro se hundió en aquel beso, deleitándose en el sabor, en la textura de Paula, hasta sentirse completamente embriagado. Después, como un adicto, retrocedió para buscar algo más.


Aquello era el placer, el cuidado, el romanticismo, pensó Paula vagamente.


Continuar flotando junto a él, con aquella brisa que refrescaba sus cuerpos ardientes, susurrando palabras contra sus labios. Era un deseo tan perfectamente equilibrado con el cariño… Nada importaba más que aquel momento, se dijo, intentando contener sus esperanzas de amor.


Tras quitarle la camiseta por encima de la cabeza, dejó que sus manos vagaran por el torso de Pedro. Era tan fuerte. Era algo más que la sutil firmeza de sus músculos. Era su fuerza interior la que la excitaba. La integridad, la dedicación a lo que consideraba correcto. Pedro sería suficientemente fuerte para ser leal, honesto y delicado con aquella mujer a la que amara.


Pedro cambió de postura e instó a Paula a recostarse contra los almohadones.


Se arrodilló a su lado y comenzó a desatarle el diminuto lazo de encaje que descendía sobre su piel marfileña. El contraste de sus dedos pacientes y la urgencia de su mirada dejó a Paula sin aliento. Pedro consiguió deshacer el lazo y acarició con los labios la piel fresca que dejó al descubierto, sorprendido de que la piel de Paula pudiera ser tan suave y sedosa.


Con la misma paciencia que él había demostrado, Paula terminó de desnudarlo. Aunque la necesidad de precipitarse los desgarraba a los dos, conseguían dominar su impaciencia, comunicándose sin necesidad de palabras.


Paula se levantó y le rodeó el cuello con los brazos hasta que quedaron torso con torso, muslo con muslo. Envueltos en la tenue luz de la habitación, se exploraron el uno al otro. Un estremecimiento, un suspiro, una petición, una respuesta. Labios inquisidores buscaban nuevos secretos. Manos ansiosas descubrían placeres nuevos.


Cuando Paula se abrazó a él, Pedro llenó su cuerpo. Deleitándose en aquella sensación, ella arqueó la espalda, hundiéndolo profundamente al tiempo que susurraba su nombre mientras comenzaba a experimentar las primeras oleadas de placer. Pedro podía verla, su cuerpo esbelto se inclinaba, su piel resplandecía bajo la luz mientras su pelo caía como una lluvia brillante por su espalda.


Mientras se estremecía, el maravilloso placer que estaba experimentando se reflejaba en sus ojos.


Entonces Pedro sintió que se le nublaba la visión, su propio cuerpo temblaba.


Deslizó las manos hasta los muslos de Paula. Ella lo rodeó con fuerza mientras volaban ambos hasta la cúspide del deseo.




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