martes, 2 de julio de 2019

CAPITULO 54 (TERCERA HISTORIA)




Pedro silbaba mientras se servía el café. Silbaba la melodía del peripuesto pingüino de porcelana, que le parecía de lo más ajustada a su humor. 


Tenía planes.


Grandes planes. Un paseo en coche a lo largo de la costa, cenar en algún lugar con magníficas vistas y una larga y agradable caminata por la playa.


Bebió un sorbo de café, se escaldó la lengua y sonrió.


Estaba viviendo un romance.


—Vaya, es agradable ver a alguien de tan buen humor a primera hora de la mañana.


Coco entró en la cocina. Se había teñido el pelo de un negro azabache la noche anterior y el resultado la había dejado en un agradable estado mental.


—¿Qué te parecerían unas tortitas de arándanos?


—Estás guapísima.


Coco sonrió radiante mientras se ponía un delantal con volantes.


—Vaya, gracias, querido. Una mujer necesita cambiar de aspecto de vez en cuando, como siempre digo. De esa forma se mantiene a los hombres alerta — después de sacar un enorme cuenco del armario, lo miró—. Yo diría, Pedro, que también tú tienes muy buen aspecto esta mañana. El aire del mar o… algo, parece sentarte muy bien.


—Este lugar es maravilloso. Nunca podré agradeceros lo suficiente que me hayáis dejado quedarme aquí.


—Tonterías.


Y con su particular y desordenado estilo, comenzó a mezclar ingredientes en el cuenco. A Pedro nunca dejaba de sorprenderlo que pudiera cocinar de forma tan descuidada y después obtener tan exquisitos resultados.


—Tenía que ser así. Lo supe desde el momento en el que Paula te trajo a casa. Ella se ha pasado la vida trayendo cosas a casa. Pájaros heridos, conejos casi recién nacidos. Incluso una vez trajo una serpiente —se llevó la mano al pecho al recordarlo—. Esta ha sido la primera vez que ha traído a un hombre inconsciente. Así es Paula —continuó, batiendo alegremente la mezcla mientras hablaba—. Siempre actuando de manera inesperada. También tiene mucho talento. Conoce todos esos términos latinos para las plantas, las costumbres migratorias de los pájaros y todas esas cosas. Y cuando está de humor, dibuja magníficamente.


—Lo sé. He visto los dibujos de su habitación.


Coco lo miró de reojo.


—¿Ah sí?


—Yo… —dio un rápido sorbo a su café—. Sí. ¿Quieres una taza?


—No. Me tomaré el café cuando hay a terminado con esto —«vaya, vaya» , pensó, aquella historia estaba siendo preciosa, las cartas no mentían—. Sí, nuestra Paula es una mujer fascinante. Es muy testaruda, como las otras, pero de una forma natural y engañosamente afable. Yo siempre he dicho que en cuanto llegara el hombre adecuado, reconocería lo especial que es —sin apartar la mirada de Pedro, lavó y secó los arándanos—. Ese hombre tiene que ser paciente, pero no maleable. Suficientemente fuerte para evitar que se desvíe demasiado y suficientemente sabio como para no intentar cambiarla —mezcló los arándanos con la mantequilla y sonrió—. Pero, claro, si amas a una persona, ¿por qué vas a intentar cambiarla?


—Tía Coco, ¿estás acribillando a preguntas al pobre Pedro? —Paula entró bostezando en la cocina.


—Qué cosas dices —Coco calentó la plancha y chasqueó la lengua—. Pedro y yo estamos teniendo una conversación muy agradable, ¿verdad, Pedro?


—Fascinante, de hecho.


—¿De verdad? —Paula le quitó la taza a Pedro y, como este no se movía, se inclinó para darle un beso de buenos días. Vio que Coco se frotaba las manos—. Lo tomaré como un cumplido y, como veo tortitas de arándanos en el horizonte, no me quejaré.


Encantada con aquel beso, Coco canturreaba mientras sacaba los platos.


—Te has levantado temprano esta mañana.


—Se está convirtiendo en un hábito —dio un sorbo al café de Pedro y le dirigió a este una sonrisa—. Un hábito con el que pronto tendré que acabar.


—El resto de la familia entrará en tropel de un momento a otro —y a Coco no había nada que le gustara más que tener a todos sus polluelos reunidos—. Paula, ¿por qué no te sientas a la mesa?


—Definitivamente, tendré que acabar con esa costumbre —con un suspiro, le devolvió a Pedro su café, pero besó a Coco en la mejilla—. Me gusta tu pelo. Muy francés.


Haciendo un ruido que recordaba a una risa, Coco comenzó a batir la mantequilla.


—Pon la vajilla buena, querida. Tengo la sensación de que hay algo que celebrar




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