jueves, 25 de julio de 2019
CAPITULO 58 (CUARTA HISTORIA)
Pedro deseó haber podido pasar el día con ellos, pero había cosas que hacer. En ese momento tenía una familia, algo que aún lo asombraba, y pretendía protegerla.
Ya había llamado a sus contactos de Portland y aguardaba el chequeo de los cuatro nombres de la lista de Teo. Mientras esperaba, llamó al Departamento de Tráfico, a la oficina de crédito y Hacienda, haciendo un poco de trampa al dar su antiguo número de placa y rango.
Entre información e instinto, redujo a dos los cuatro nombres. Mientras esperaba que le devolvieran una llamada, leyó otra vez el diario de su abuelo.
Entendía los sentimientos que había bajo las palabras, la añoranza, la devoción. Entendía la ira que había sentido su abuelo al enterarse de que la mujer a la que amaba había sufrido abuso a manos del hombre con el que se había casado. Se preguntó si era coincidencia o destino que su relación con Paula tuviera tantas similitudes con la de sus antepasados. Al menos en esa ocasión la historia tendría un final feliz.
«Los diamantes de Paula» , pensó, martilleando los dedos sobre las hojas.
«Las esmeraldas de Bianca» . Paula había escondido sus joyas, el único objeto material que creía que le correspondía por el matrimonio, como seguridad para sus hijos. Tenía que creer que Bianca había hecho lo mismo.
«Entonces, ¿dónde está el equivalente del paquete de pañales de Jazmin ?» , se preguntó.
Cuando sonó el teléfono, contestó a la primera.
Antes de colgar, ya no albergó dudas de que había descubierto a su hombre. Entró en el dormitorio y comprobó su arma. Se la ajustó a la pantorrilla.
Quince minutos más tarde, caminaba por entre el caos del ala oeste. Encontró a Samuel en lo que era una suite de dos niveles casi acabada. Con un cinturón para herramientas y vaqueros, supervisaba la construcción de una nueva escalera.
—No sabía que los arquitectos blandieran martillos —comentó Pedro.
—Tengo un interés personal —Samuel sonrió.
—¿Quién es Marshall? —preguntó, mirando al grupo de obreros.
Alertado, Samuel se desabrochó el cinturón.
—Está en el siguiente nivel.
—Me gustaría mantener una charla con él.
—Te acompañaré —esperó hasta que quedaron fuera del alcance auditivo de los hombres—. ¿Crees que es él?
—Roberto Marshall no solicitó un carnet de conducir de Maine hasta seis meses atrás. Jamás ha pagado impuestos con el nombre y el número de la seguridad social que está usando. No se suele comprobar con Tráfico o Hacienda
cuando se contrata a alguien.
Samuel maldijo y flexionó los dedos. Aún podía ver a Amelia correr por la terraza perseguida por un hombre armado.
—Seré el primero en darle.
—Comprendo el sentimiento, pero tendrás que contenerlo.
Samuel le hizo una señal al capataz.
—¿Marshall? —preguntó con brevedad.
—¿Bob? —el capataz sacó un pañuelo para secarse el cuello—. Acaba de irse. Le dije que llevara a Rick a Urgencias. Se hizo un corte en el pulgar y necesitaba puntos.
—¿Hace cuánto que se fue?
—Unos veinte minutos, supongo. Les dije que se tomaran el resto del día libre, ya que pararemos a las cuatro —volvió a guardarse el pañuelo—. ¿Algún problema?
—No —Samuel contuvo su malhumor—. Hazme saber cómo se encuentra Rick. —Claro —le gritó a uno de los carpinteros y se marchó.
—Necesito una dirección —dijo Pedro.
—Teo se encarga de los papeles —se marcharon de allí—. ¿Vas a entregárselo al teniente Koogar?
—No —repuso simplemente.
—Bien.
Dieron con Teo en la oficina que había montado en la planta baja, tenía unas carpetas cerca y hablaba por teléfono. Los observó a los dos.
—Te volveré a llamar —dijo al teléfono antes de colgar—. ¿Quién es?
—Usa el nombre de Roberto Marshall —Pedro sacó un cigarrillo—. El capataz lo dejó irse temprano. Quiero una dirección.
Sin decir nada, Teo se dirigió a un archivador para sacar una carpeta.
—Max está arriba. Él también participa en esto.
—Entonces ve a buscarlo —Pedro repasó la carpeta de Marshall—. Lo haremos juntos.
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