viernes, 5 de julio de 2019

CAPITULO 65 (TERCERA HISTORIA)



Carolina estaba acostumbrada a un trato deferencial. Su dinero y su personalidad siempre lo habían exigido. O quizá hubiera sido el miedo… ese tipo de miedo que tan fácilmente se instalaba en ella. Pero disfrutaba, terriblemente,
de la irreverencia.


—El problema es que vuestro padre nunca os puso una mano encima.


—No —musitó Paula—. No, nunca.


—Nadie lo quería más que yo —dijo Carolina enérgicamente—. Ahora, creo que ya ha llegado el momento de que decidáis lo que vais a hacer con todo este lío en el que os habéis metido. Cuanto antes lo arreglemos, antes podré volver a mi crucero.


—No querrás decir… —Coco se interrumpió y reformuló precipitadamente la frase—. ¿Piensas quedarte con nosotros hasta que encontremos las esmeraldas?


—Pienso quedarme hasta que decida marcharme —Coco le dirigió una mirada de advertencia y disgusto.


—Qué bien —musitó Coco entre dientes—. Creo que voy a ir preparando la cena.— Ceno a las siete y media. En punto.


—Por supuesto —mientras Coco se levantaba, se oyó un estruendo, habitual en aquella casa, acercándose por el pasillo—. Dios mío.


Susana se levantó inmediatamente.


—Yo me ocuparé de ellos —pero ya era demasiado tarde. En cuestión de segundos, los niños entraron como un torbellino en la habitación.


—Tramposo, tramposo, tramposo —acusaba Jazmin con ojos brillantes.


—Llorona —pero el propio Alex estaba cerca de las lágrimas mientras le daba un empujón a su hermana.


—¿Quiénes son estos vándalos?


—Estos vándalos son mis hijos.


Susana estudió atentamente a ambos y advirtió que, aunque ella misma los había arreglado veinte minutos atrás, tenían un aspecto atroz. Evidentemente, la idea de que pasaran una hora jugando en el jardín había sido un desastre.


Carolina giró la copa que tenía en la mano.


—Tráelos aquí. Quiero echarles un vistazo.


—Alex, Jazmin —aquel tono de advertencia funcionaba perfectamente—. Acercaos a conocer a la tía Carolina.


—No irá a besarnos, ¿verdad? —murmuró Alex mientras arrastraba los pies por la habitación.


—Desde luego que no. No me gusta besar a niños sucios —tuvo que tragar saliva. Se parecía tanto a Sergio, su hermano pequeño. Le tendió formalmente la mano—. ¿Cómo estás?


—Bien —ligeramente sonrojado, Alex tomó aquella mano blanca y huesuda.


—Eres muy vieja —observó Jazmin.


—Tienes toda la razón —le confirmó Carolina antes de que Susana pudiera decir nada—. Y si tienes suerte, algún día tú también lo serás —le habría gustado acariciar el cabello fino y rubio de la niña, pero eso habría hecho añicos su imagen—. Espero que reprimáis las ganas de gritar y alborotar mientras esté yo en casa. Es más… —se interrumpió cuando algo le rozó la pierna. Bajó la mirada y vio a Fred olfateando la alfombra, en busca de cualquier miga caída.


—¿Eso qué es?


—Eso es nuestro perro —en un arrebato de inspiración, Alex levantó al cachorrillo en brazos—. Si nos tratas mal, te morderá.


—No hará nada parecido —repuso Susana al tiempo que posaba la mano en el hombro de su hijo.


—Pero podría —protestó Alex—. No le gusta la gente mala. ¿Verdad, Fred?


Carolina palideció todavía más.


—¿Cómo se llama?


—Se llama Fred —contestó Jazmin alegremente—. Teo lo encontró en los acantilados y nos lo trajo a casa —le quitó el cachorro a su hermano—. No muerde, es un perro muy bueno.


—Jazmin, déjalo en el suelo antes de que…


—No —Carolina interrumpió la advertencia de Susana—. Déjame verlo — Fred se retorcía, ensuciando el prístino traje de Carolina mientras esta lo sentaba en su regazo y lo acariciaba con manos trémulas—. Yo tuve un perro que se
llamaba Fred —una solitaria lágrima resbaló por su mejilla—. Lo tuve durante muy poco tiempo, pero lo quise mucho.


Sin decir nada, Paula buscó la mano de Pedro y la apretó con fuerza.


—Si quieres puedes jugar con él —le ofreció Alex, asombrado de que alguien tan viejo pudiera llorar—. En realidad no muerde.


—Por supuesto que no muerde —una vez recuperada la compostura, Carolina lo dejó en el suelo y se enderezó trabajosamente—. Sabe que yo también lo mordería si lo hiciera. ¿Alguien va a enseñarme mi habitación o voy a tener que quedarme aquí todo el día y la mayor parte de la noche?


—Nosotros te la enseñaremos —Paula tiró a Pedro de la mano para que la ayudara a levantarse.


—Que alguien me sujete el brandy —dijo Carolina imperiosa, y comenzó a golpear el suelo con el bastón.


—Tienes unos parientes encantadores, Chaves —murmuró Samuel.


—Ya es demasiado tarde para arrepentirte, O’Riley —Amelia dejó escapar un suspiro de alivio—. Vamos, tía Coco, te acompañaré a la cocina.





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