sábado, 6 de julio de 2019

CAPITULO 67 (TERCERA HISTORIA)





No la perdió en ningún momento de vista. 


Aunque habían transmitido a las autoridades la descripción de Caufield, Pedro no quería correr riesgos. Para cuando el día terminó, sabía más sobre el régimen de mareas de la zona de lo
que quería y era capaz de reconocer las diferentes clases de musgo de las rocas, aunque todavía arrugaba la nariz cuando Paula comentaba que con el musgo se hacía un helado excelente.


Pero no habían encontrado ni rastro de Caufield.


Por si había alguna posibilidad de que no hubiera mentido cuando había dicho que estaba acampado en el parque, la policía había rastreado la zona, pero no habían encontrado nada.


Nadie había visto a un hombre barbudo observando aquella infructuosa búsqueda tras sus gafas de sol. Y nadie vio tampoco la cólera que reflejaron sus ojos cuando comprendió que lo habían descubierto.


Mientras conducían hacia casa, Paula se deshacía la trenza.


—¿Te sientes mejor? —le preguntó a Pedro.


—No.


Paula hundió las manos bajo su pelo para dejar que el viento la refrescara.


—Pues deberías, aunque has sido muy amable al preocuparte por mí.


—Esto no tiene nada que ver con la amabilidad.


—Creo que estás un poco desilusionado porque no habéis podido tener un combate cuerpo a cuerpo.


—Quizá.


—De acuerdo —se inclinó hacia él y le mordisqueó la oreja—. ¿Quieres pelea?


—Esto no es ninguna broma —musitó Pedro—. Y no voy a sentirme bien hasta que lo hayan atrapado.


Paula se removió en su asiento.


—Si tiene un ápice de sentido común, renunciará y se irá. Nosotros vivimos en Las Torres y no hemos hecho muchos progresos.


—Eso no es cierto. Hemos verificado la existencia de las esmeraldas. Hemos encontrado una fotografía de ellas. Hemos localizado a la señora Tobías y tenemos un testigo de lo que ocurrió el día anterior a la muerte de Bianca. Y hemos identificado a Christian.


—¿Que hemos qué? —Paula se enderezó al instante—. ¿Cuándo hemos identificado a Christian?


Pedro hizo una mueca mientras la miraba.


—Se me había olvidado decírtelo. No me mires así. Primero, invade tu casa tu tía abuela y comienza a causar problemas a toda la familia. Después me hablas de ese hombre del parque. Creía que te lo había dicho.


Paula inspiró y exhaló intentando no perder la paciencia.


—¿Y por qué no me lo cuentas ahora?


—Lo descubrí ayer, en la biblioteca —comenzó a contarle y completó su explicación sobre lo que había encontrado.


—Christian Bradford —dijo Paula en voz alta, intentando ver cómo sonaba el nombre—. Me resulta familiar. Me pregunto si alguna vez habré visto alguno de sus cuadros. Supongo que no sería extraño, puesto que vivió y murió en esta zona.


—¿No lo estudiaste en el instituto?


—En el instituto yo no estudiaba nada, a menos que me gustara. No iba demasiado bien en clase y para mí la pintura ha sido más una afición que otra cosa. No quería trabajar como pintora porque me gustaba disfrutar de la pintura. Y siempre he querido ser naturalista.


—¿Una ambición? —Pedro sonrió—. Paula, estás arruinando tu imagen.


—Bueno, ha sido la única. Todo el mundo tiene derecho a tener alguna. Bradford, Bradford —repitió—. Juraría que me suena —cerró los ojos y volvió a abrirlos cuando llegaron a Las Torres—. ¡Ya lo tengo! Conocimos a un Bradford. Creció en la isla. Hernan, Hernan Bradford. Era un chico sombrío, malhumorado. Tenía algunos años más que yo. Probablemente ahora tenga treinta. Se fue de aquí hace diez o doce años, pero me parece haber oído que ha vuelto. Tiene una casa en el pueblo. Dios mío, Pedro, si es el nieto de Christian, quizá sea la misma casa.


—No adelantemos acontecimientos. Es preferible ir paso a paso.


—Si estás buscando una pista más razonable, hablaré con Susana. Ella lo conocía un poco mejor. Recuerdo que lo tiró de su motocicleta el día que le dieron el carné de conducir.




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