viernes, 2 de agosto de 2019

CAPITULO 18 (QUINTA HISTORIA)




Kevin no sabía cuál le gustaba más. La elección era difícil entre el pequeño dragón que Pedro tenía tatuado por detrás del hombro izquierdo, o la cicatriz que tenía por delante. La cicatriz era el resultado de una herida de cuchillo, lo que era algo fantástico, pero un tatuaje, el tatuaje de un dragón, también era genial.


Pedro también tenía otra cicatriz, justo encima de la cintura, cerca de la cadera. Ante las insistentes preguntas de Alex, Pedro le dijo que era por el ataque de una morena que había sufrido al Sur del Pacífico.


Kevin se imaginó a Pedro, armado únicamente con un cuchillo agarrado entre los dientes, luchando hasta la muerte con una criatura marina tan grande como el monstruo del Lago Ness.


Además, Pedro tenía un loro, de llamativos colores, que estaba nada más entrar en la casa, apoyado en una percha de madera, y que, de vez en cuando, hablaba. La frase favorita de Kevin era: «Que le corten la cabeza».


Para Kevin, Pedro era el hombre más interesante que había conocido nunca, un hombre que había surcado los siete mares, como Simbad, y con cicatrices e historias para probarlo. Y, además, le gustaban los perros y tenía un pájaro que hablaba.


Kevin se acercó a él mientras Alex y Jazmin jugaban en el jardín con el cachorro, disparándose rayos láser con pistolas de juguete. Le gustaba más estar al lado de Pedro, observando cómo clavaba unas tablas.


—¿Por qué quieres hacer una terraza?


—Para poder sentarme a tomar el aire.


—Pero si ya tienes una en la parte de atrás.


—Y allí pienso dejarla —respondió Pedro, clavando otro clavo. Solo llevaba unos pantalones vaqueros cortos y un pañuelo en la cabeza. Le brillaba la piel, bronceada y perlada de sudor—. ¿Ves? Aquí van las tablas.


Kevin observó el marco sobre el que se pondrían las tablas, que rodeaba el lateral de la casa.


—Sí.


—Bueno, pues hay que continuar hasta llegar a la otra tarima.


A Kevin le brillaron los ojos.


—Para que dé la vuelta a la casa…


—Exacto —dijo Pedro, clavando otro clavo—. ¿Te gusta la isla?


Pedro le preguntaba igual que si fuera un adulto, de modo que Kevin miró a su alrededor para ver si, en vez de a él, se dirigía a una persona mayor.


—Sí, me gusta mucho. Me gusta vivir en el castillo y jugar con Alex y Jazmin.


—También tenías amigos en Oklahoma, ¿verdad?


—Claro. Mi mejor amigo es John Curtis Silverstone. Es medio comanche. Mi madre dice que puede venir a visitarnos cuando quiera, y que podemos escribirle cartas. Yo ya le he escrito y le he contado lo de las ballenas —dijo Kevin, y sonrió con timidez—. Es lo que más me gusta.


—Ya iremos a verlas otro día.


—¿De verdad? ¿Cuándo?


Pedro dejó de martillear y miró al chico. Debía saber, después de ver a Jazmin y Alex, que cuando los niños crecen con amor, creen todo lo que se les dice.


—Puedes venir siempre que quieras, siempre que tu madre te deje.


Su recompensa a aquella oferta fue una brillante sonrisa.


—¿Y podré conducir el barco otra vez?


—Claro —dijo Pedro sonriendo y giró la gorra de béisbol del niño—. ¿Quieres poner algún clavo?


—¡Sí!


—Toma —dijo Pedro y se apartó para que el niño se arrodillara junto a él—. Agarra así el clavo —dijo ayudándolo a guiar el martillo y a sostener el clavo.


—¡Eh! —exclamó Alex, llegando desde el Planeta Cero—. ¿Puedo?


—Yo también —dijo Jazmin, colgándose de la espalda de Pedro.


—Supongo que ya tengo equipo de trabajo —dijo Pedro, calculando que aquella ayuda solo le costaría el doble de tiempo de lo que pensaba.




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