sábado, 10 de agosto de 2019
CAPITULO 44 (QUINTA HISTORIA)
Idiota. Pedro continuaba maldiciéndose cuando aparcó en el muelle. Estaba claro, había encontrado un modo nuevo de cortejar a una mujer: gritar y darle un ultimátum. Claramente, el mejor modo de ganar su corazón.
Se dio la vuelta para sacar a Perro, que iba en el asiento de atrás, y recibió un afectuoso lametón.
—¿Quieres que nos emborrachemos? —le preguntó a aquella bola de pelo—. No, tienes razón, no es una buena elección.
Entró en la oficina, dejó a Perro y se preguntó qué podía hacer para no pensar.
Trabajar, se dijo, era una opción más sabia que la botella.
Fue al garaje y estuvo arreglando un motor, hasta que oyó el familiar sonido de una sirena. Debía ser Hernan, con el último grupo del día.
Seguía de un humor amargo, pero salió al muelle para ayudar en el atraque.
—Las vacaciones están trayendo muchos turistas —comentó Hernan, después de amarrar el barco—. Hoy hemos tenido muy buena taquilla.
—Ya —dijo Pedro, que se había fijado en los pasajeros que abandonaron el barco—. Odio las multitudes.
Hernan se sorprendió.
—Pues tuya fue la idea de hacer tours especiales por el cuatro de julio.
—Nos hace falta el dinero —dijo Pedro, entrando en el garaje—. Pero eso no significa que me guste.
—¿Qué te pasa? ¿Quién te ha fastidiado?
—Nadie —dijo Pedro, encendiendo un cigarro—. No me gusta quedarme en tierra, eso es todo.
Hernan dudaba que fuera cierto, pero, tal como reaccionan los hombres, se encogió de hombros y agarró una llave.
—Este motor está llevando mucho tiempo.
—Puedo irme cuando quiera —dijo Pedro, mordiendo el cigarro—. Lo único que tengo que hacer es hacer la maleta y enrolarme en un carguero.
Hernan suspiró.
—Se trata de Paula, ¿no?
—Yo no le pedí que se metiera en mi vida, ¿no?
—Bueno…
—Yo estaba aquí antes —dijo Pedro. Sabía que era un argumento ridículo, pero no podía dejar de hablar—. Esa mujer tiene un ordenador en la cabeza. Ni siquiera es mi tipo, con esos trajecitos y la cartera. ¿Quién ha dicho que yo me iba a quedar aquí, a atarme de por vida? Desde que tenía dieciocho años, no he vivido más de un mes en ninguna parte.
Hernan fingió trabajar en el motor.
—Has empezado un negocio, te has metido en una hipoteca. Y me parece que llevas aquí seis meses.
—Eso no significa nada.
—¿Ha insinuado Paula que quiere casarse?
—No —dijo Pedro dando una larga calada al cigarro—. Lo he insinuado yo.
A Hernan se le cayó la llave al suelo.
—Espera un momento. A ver si lo entiendo. ¿Estás pensando en casarte y me vienes con que quieres enrolarte en un carguero porque no quieres atarte?
—Yo no quería atarme, simplemente ha ocurrido —dijo Pedro fumando—. Maldita sea, Hernan, soy un idiota.
—Tiene gracia lo idiotas que somos con la mujeres, ¿eh? ¿Te has peleado con ella?
—Le he dicho que la quiero. Ella empezó la pelea —dijo Pedro, y se puso a dar vueltas, y a punto estuvo de tirar el banco de herramientas de una patada—. ¿Qué ha ocurrido con los días en que las mujeres querían casarse, cuando casarse era su meta, cuando lo único que querían era cazar a un hombre?
—¿En qué siglo estamos?
Que Pedro pudiera reírse era un motivo de esperanza.
—Cree que voy demasiado deprisa.
—Yo te aconsejaría que fueras más despacio, pero te conozco hace demasiado tiempo.
Más tranquilo, Pedro agarró una llave, reflexionó un instante, y volvió a dejarla en su sitio.
—Paula se libró de Dumont, ¿cómo lo conseguisteis?
—Le chillé mucho.
—Ya lo he intentado.
—Le regalé flores. Le encantan las flores.
—También lo he hecho.
—¿Has intentado la súplica?
Pedro frunció el ceño.
—Pues no, ¿y tú?
Hernanse interesó más por el motor.
—Estamos hablando de ti. Demonios, Pedro, dile alguna de esas poesías que te gustan tanto, yo qué sé. No soy muy bueno en estas cosas.
—Tienes a Susana.
—Ya —dijo Hernan sonriendo—. Pues consigue a tu propia mujer.
Pedro asintió y tiró el cigarro.
—Eso intento.
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