martes, 13 de agosto de 2019

CAPITULO 53 (QUINTA HISTORIA)




Era como si una fuerza extraña lo arrastrara hacia las colinas, aunque el suelo rocoso y accidentado acentuaba el dolor y la ascensión lo obligaba a jadear, con lo que le dolían los pulmones. Con una mano en las costillas, continuó.



Era un lugar que podía atraer la atención de un niño. A él lo había atraído y lo seguía atrayendo.


El sol estaba en su cenit, el mar tenía un color azul muy intenso y rompía contra las rocas. Era un lugar bello y peligroso. Pensó en un niño ascendiendo por el estrecho sendero, perdiendo pie, resbalando.


Pero estaba seguro de que a Kevin no le había ocurrido nada, porque él no lo permitiría. Se dio la vuelta, para no mirar al mar, y siguió ascendiendo, llamando al niño.


Un pájaro llamó su atención. Era una gaviota, completamente blanca, que volaba con la gracia de un bailarín. Se posó en una roca y graznó musical, casi humano, casi femenino. Solo fue un segundo, pero Pedro habría jurado que sus ojos eran verdes, verdes como esmeraldas, y que lo miraba.


Remontó el vuelo y describió pequeños giros, como si estuviera esperándolo.


Pedro la siguió y descendió por las rocas, de nuevo hacia el acantilado, sin prestar atención a su cuerpo dolorido. Le dio la impresión de que había un olor a mujer, dulce, suave y tranquilizador, pero debía ser el olor del mar.


La gaviota se alejó, ascendiendo para reunirse con su pareja, otra gaviota de un blanco cegador. Por unos instantes volaron en círculo, graznando, y se dirigieron hacia el mar.


Pedro ganó el borde del acantilado y vio un saliente en la roca, donde estaba sentado el niño.


Su primer impulso fue acercarse a él y abrazarlo, pero lo cierto era que tal vez él fuera la razón de que se hubiera escapado.


En vez de eso, se sentó cerca y habló con él.


—Bonita vista desde aquí.


Kevin mantuvo la cara entre las rodillas.


—Voy a volver a Oklahoma —dijo. Era un desafío—. Puedo ir en autocar.


—Sí, supongo que sí. Es una buena manera de ver el país. Pero yo creía que te gustaba vivir aquí.


Kevin se encogió de hombros.


—No está mal.


—¿Alguien te ha tratado mal, compañero?


—No.


—¿Te has peleado con Alex?


—No, no es nada de eso. Pero me tengo que ir a Oklahoma. Anoche era muy tarde, por eso he subido aquí. Creo que me dormí —dijo Kevin—. No quiero volver contigo.


—Bueno, soy más fuerte que tú y podría llevarte a la fuerza —dijo Pedroacariciando el pelo del niño—. Pero prefiero no hacerlo. Además, quiero comprender lo que estás sintiendo.


Dejó que pasara un rato, mirando al mar, escuchando el viento, hasta que sintió que Kevin se relajaba.


—Tu madre está muy preocupada por ti. Todo el mundo lo está. A lo mejor, podrías volver y decirles adiós antes de irte.


—Ella no me dejaría irme.


—Te quiere mucho.


—Yo no tenía que haber nacido —dijo el niño con amargura. Eran unas palabras demasiado duras para un niño de nueve años.


—Eso es una tontería. Supongo que tienes derecho a enfadarte si quieres, pero no tiene sentido pensar tonterías.


Kevin lo miró. Tenía la cara sucia y lloraba. 


Pedro se conmovió.


—Si yo no hubiera nacido, las cosas habrían sido diferentes. Siempre finge que no importa, pero yo sé que sí.


—¿Y tú por qué lo sabes?


—Ya soy mayor. Y sé lo que hizo él. La dejó embarazada y se fue, y ya no le importó. Se fue y se casó con Susana y luego, la abandonó a ella también. Y a Alex y Jazmin. Por eso soy su hermano.


Aquellas aguas eran profundas y agitadas, pensó Pedro, y había que navegar con cautela. 


El niño lo miraba fijamente.


—Es tu madre la que tiene que explicarte eso, Kevin.


—Me dijo que algunas veces la gente no puede casarse y estar juntos, aunque tengan niños. Pero él no quería. No me quería y lo odio.


—No voy a discutir contigo sobre eso —dijo Pedro—, pero tu madre te quiere, y eso es más importante. Si te vas, va a sufrir mucho.


Kevin sollozó.


—Si yo me hubiera ido, podría estar contigo. Tú estarías con ella si no fuera por mí.


—No te entiendo, Kevin.


—Él… te ha pegado —dijo Kevin con dificultad—. Anoche lo oí. Te oí a ti y a mamá y dijo que era por su culpa, pero es por mi culpa. Porque es mi padre y lo hizo y ahora tú me odias también y te vas a ir.


—Pero, bueno… —dijo Pedro con emoción, tomó al niño por los hombros y lo zarandeó—. ¿Así que te has ido porque yo tengo unos cuantos moretones? ¿Es que tengo pinta de no poder cuidar de mí mismo? Esos dos canallas tuvieron que irse a rastras.


—¿De verdad? —dijo Kevin, frotándose los ojos—. Pero…


—Pero nada. Tú no tenías nada que ver con eso, y me dan ganas de sacudirte hasta que se te caigan los dientes por preocuparnos tanto.



—Es mi padre —dijo Kevin—. Así que…


—Así que nada. Mi padre era un borracho que me pegaba todos los días. ¿Tú crees que soy igual que él?


—No —dijo Kevin, llorando—. Pero yo creía que ya no te gustaría y que ya no querías ser mi padre, igual que Hernan es el padre de Alex y Jazmin.


Pedro estrechó al niño en sus brazos.


—Pues creías mal —dijo besando al niño en el pelo—. Tendría que colgarte del palo mayor, marinero.


—¿Y eso qué es?


—Ya te lo enseñaré —dijo Pedro, apretándolo con más fuerza—. ¿Te has parado a pensar que a lo mejor yo quiero que seas mi hijo? ¿Que quiero que tú y tu madre seáis míos?


—¿De verdad? —dijo Kevin, estrechándose contra el pecho de Pedro.


—¿Qué creías? ¿Que te iba a dejar escapar cuando te estaba enseñando a manejar el timón?


—No sé —dijo Kevin, y apoyó la cabeza en el hombro de Pedro—. Tenía mucho miedo, pero vino el pájaro.


—¿El pájaro? —dijo Pedro mirando a su alrededor, pero las gaviotas ya no estaban allí.


—Y entonces ya no tuve miedo. Se quedó toda la noche y, cuando me despertaba, lo veía. Se fue volando con el otro, pero entonces has venido. ¿Mamá está enfadada conmigo?


—Seguramente.


Kevin suspiró largamente, y Pedro sonrió.


—Supongo que me he metido en problemas —dijo el niño.


—Bueno, es hora de volver.


Kevin recogió sus cosas y le dio la mano a Pedro.


—¿Te duele? —le preguntó.


—Y que lo digas.


—¿Luego puedo ver tus heridas?


—Claro. Algunas son tremendas.



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