jueves, 6 de junio de 2019

CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)




«Claro que lo sabía» , pensó en el instante en que se vio irremediablemente atraída hacia él… por una especie de fuerza interior, por una cálida necesidad que la recorría por dentro. Solo tenía que ceder, inclinarse un poco más… Sí, podría besar esos labios, y volver a sentir, como el día anterior, aquel inefable placer y aquella arrebatadora excitación. La estaba esperando, observándola con aquellos ojos verdes oscurecidos de deseo, anhelante de que hiciera aquel leve pero significativo movimiento. Y conforme seguía deslizándose a su encuentro, se oyó a sí misma suspirar.


Pero entonces recordó.


Lo había sorprendido en una postura muy semejante con Lila hacía tan solo unos minutos. Solo una estúpida se dejaría manipular por un hombre que se tomaba tan a la ligera los sentimientos de las mujeres.


Y Paula Chaves no era ninguna estúpida. 


Rápidamente se apartó.


—¿Me he perdido algo? —le preguntó él.


—No sé lo que quieres decir.


—Por supuesto que lo sabes. Has estado a un paso de besarme, Pau. Se podía ver en tus ojos. Pero ahora tu mirada ha vuelto a helarse.


A Paula le habría encantado poder hacer lo mismo con su sangre.


—Creo que te traiciona tu propio ego. Supongo que es algo típico en los hombres como tú. Si quieres pasar un rato divertido con alguna mujer, vuelve a intentarlo con Lila.


Pedro estaba acostumbrado a dominar su impaciencia. Pero en aquel momento, con Paula, no le resultaba nada fácil.


—¿Me estás diciendo que Lila está disponible para cualquier hombre que la pretenda?


—Tú no sabes nada de mi hermana, Alfonso—estalló, roja de furia—. Vigila lo que dices o yo…


—Solo te preguntaba por lo que tú misma habías dicho —le recordó.


—Yo puedo decir lo que quiera, tú no. Lila tiene un gran corazón, generoso a más no poder. Si le haces daño…


—Espera, espera —riendo, alzó las manos en un gesto de rendición—. Mira, si tienen que juzgarme, prefiero que lo hagan por algo que he hecho… o al menos por lo que pretendo hacer. En primer lugar, no soy el peligroso depredador que pareces pensar que soy. Y, en segundo lugar, no estoy interesado en… flirtear con Lila.


—¿Seguro? —inquirió Paula, alzando la barbilla.


—Seguro. Dime, ¿es que has heredado la demencia de tu bisabuela o simplemente eres así de obstinada?


Había llegado a un punto en que se sentía tan avergonzada como furiosa, y se acercó a la ventana. Si Pedro era un depredador, eso no era problema suyo. Su problema era que había reaccionado de manera exagerada al verlo con Lila. Se estaba complicando la vida por nada. Si seguía enfrentándose con él cada vez que
pasaban cinco minutos juntos, su relación profesional acabaría resintiéndose. Y, después de todo, el trabajo era lo principal.


—Bien. Creo que deberíamos limitar nuestra relación a un nivel profesional. Y dejarla ahí.


—Lo haces muy bien —observó Pedro.


—¿El qué?


—Engañarte a ti misma. No tiene que ser nada fácil si sientes por dentro al menos la mitad de lo que siento yo —sonrió—. Adelante, ponte tu máscara de profesional. Es algo que admiro muchísimo en ti.


Paula no sabía si ponerse a gritar, o llorar, o simplemente reconocer su derrota. Finalmente sacudió la cabeza y lo intentó de nuevo.


—Me gusta tu trabajo.


—Gracias.


—Teo y yo y a estuvimos hablando del presupuesto del proyecto. Puede que Catalina y él sigan de luna de miel para cuando empecemos a recibir las primeras ofertas. Si ese es el caso, tú y yo tendremos que tomar decisiones. Por lo que se refiere a la parte de la casa habilitada como hotel, tienes las manos libres para hacer lo que quieras. Sin límite. En cuanto a la otra parte de la casa, la familiar, solo nos interesan las reparaciones más esenciales.


—¿Por qué? —inquirió Pedro—. Todo el edificio se merece una remodelación completa.


—Porque el hotel es un negocio, y las Chaves y los St. James serán los socios. Nosotros tenemos la propiedad, él tiene el capital. Todas convinimos en que no nos aprovecharíamos de su generosidad, ni del hecho de que quisiera casarse con Cata.


—Me parece que Teo tiene otros planes —reflexionó por un momento—. Y sé que jamás permitiría que alguien se aprovechase de su generosidad.


—Lo sé —sonrió Paula—, y nosotras, todas nosotras, le estamos muy agradecidas por su deseo de ayudarnos, pero nuestra decisión es firme. Las Torres, o al menos la parte de Las Torres que nos pertenece, es un asunto de las Chaves. Aceptaremos las reparaciones que tengan que hacerse en la instalación eléctrica, la del agua y las que sean necesarias, pero después le devolveremos la parte proporcional de los gastos. Si el negocio marcha bien, podremos ser autosuficientes durante los próximos años.


Pedro advirtió que había mucho orgullo en aquella actitud. Y mucha integridad.


—Bueno, ya hablarás de todo eso con Teo. Mientras tanto, nos concentraremos en el ala oeste.


—Bien. Si al final dispones de tiempo, también podrás echar un vistazo al resto. Sería estupendo que nos dieras una idea del presupuesto de las obras en la parte familiar de la casa.


—Claro. Os haré una estimación.


—Gracias. Cuando la tengas hecha, preferiría que me la entregaras a mí.


—Tú eres la jefa.


Paula arqueó una ceja. Era extraño, pero hasta ese momento no había tomado conciencia de aquel hecho. Sonrió.


—Veo que empezamos a entendernos. Una cosa más.


—Tantas como quieras —respondió, con las manos entrelazadas detrás de la cabeza.


—Solo una. Cuando estuve revisando los planes de boda, me di cuenta de que tú figurabas como padrino. Tu lista la tiene tía Coco.


—¿Mi lista?


—Sí. Con los horarios, las tareas y deberes que se te han adjudicado, todo eso. También hay una copia con toda la información necesaria: el nombre y el número de teléfono del fotógrafo, el contacto de los músicos, los camareros que hemos contratado… oh, y los nombres de las tres tiendas donde puedes alquilar un frac.


—Eres tremendamente eficaz, Chaves —sacudió la cabeza, maravillado.


—Sí que lo soy. Bueno, te dejo trabajar. Hasta la una estaré en el almacén del tercer piso, en la otra ala. Después, si tienes alguna otra pregunta que hacerme, estaré en el Bay Watch.


—Oh, ya sé dónde hallarte, Chaves. Buena suerte, y a ver si encontráis alguna pista del collar.


La observó marcharse, y se la imaginó sentada en la habitación que hacía las veces de almacén, rodeada de cajas polvorientas y montañas de amarillentos papeles. 


Probablemente y a habría encontrado algún método para ordenarlo todo, pensó con una sonrisa. Se preguntó si sería consciente del maravilloso contraste que ofrecía su tarea: buscar, catalogar y ordenar todo de la manera más práctica posible… mientras reconstruía las piezas gastadas de un antiguo sueño.







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