domingo, 2 de junio de 2019

CAPITULO 3 (SEGUNDA HISTORIA)




Veinte minutos después, Paula sacaba sus compras del asiento trasero de su coche. Nuevamente cargada de bolsas y paquetes, cerró la puerta con un pie.


Casi se había olvidado del molesto encuentro que había sufrido. Tenía demasiadas cosas en la cabeza. A su espalda la mansión se recortaba contra el cielo, pétrea, con sus artísticas torres y pináculos. Al igual que el resto de su familia, no había nada en el mundo que Paula quisiera más que Las Torres.


Subió los escalones, sorteando una tabla rota, y consiguió liberar una mano para abrir la puerta principal.


—¡Tía Coco! —en el instante en que entró en el vestíbulo, un enorme cachorro de perro, de color negro, bajó las escaleras a la carrera. Cuando poco le faltaba por llegar, rodó como una bola peluda y aterrizó despatarrado en el reluciente suelo de madera de castaño—. ¡Hola, Fred!


Saltando de contento, Fred se puso a correr en torno a Paula, que seguía llamando a su tía.


—Ya voy, y a voy… —alta y distinguida, Cordelia Chaves McPike llegó corriendo. Bajo el delantal blanco, llevaba una blusa y unos pantalones amarillos de lino—. Estaba en la cocina. Esta noche voy a probar una nueva receta de canelones a la italiana.


—¿Está Catalina en casa?


—Oh, no, querida —Coco se atusó el cabello, que se había teñido de rubio claro el día anterior. Como siempre tenía por costumbre, se miró en el espejo del vestíbulo para cerciorarse de que el tono le sentaba bien… por el momento—. Está abajo, en su taller. La verdad es que no tengo ni idea de lo que está haciendo.


—Estupendo. Sube arriba conmigo. Quiero enseñarte lo que he comprado.


—Parece que has vaciado todas las tiendas de la ciudad. Déjame ayudarte — Coco agarró dos bolsas antes de que Paula empezara a subir las escaleras.


—Me lo he pasado genial.


—Pero tú detestas ir de compras.


—Esto ha sido distinto. Lo malo es que me entretuve mucho, y temía no poder llegar a tiempo y esconderlo todo antes de que volviera Catalina —corrió a su habitación para dejar sus compras sobre la gran cama de dosel—. Luego aquel estúpido se puso en medio y se me cayeron todos lo paquetes al suelo —se quitó
la chaqueta, la dobló y la colocó cuidadosamente en el respaldo de una silla—. Y,
para colmo de males, el tipo tuvo el descaro de intentar ligar conmigo.


—¿De verdad? —siempre interesada en romances y aventuras, Coco le preguntó—: ¿Era atractivo?


—Si te gustan los vaqueros de aspecto duro, sí. Mira, encontré todos estos fantásticos adornos para la fiesta que estamos preparando para antes de la boda —mientras Fred intentaba en vano subirse a la cama, Paula empezó a sacar
de las bolsas campanillas plateadas, guirnaldas blancas, globos…—. Me encanta esta sombrilla tan recargada. Quizá no sea el estilo de Catalina pero pensé que podríamos colgarla por ahí… Tía Coco —con un suspiro, se sentó en la cama—. Por favor, no te pongas a llorar otra vez.


—No puedo evitarlo —sacó un pañuelo bordado de un bolsillo de su delantal y se enjugó las lágrimas—. Es una niña, al fin y al cabo. La más joven de mis cuatro pequeñas.


—No hay una sola mujer Chaves que merezca el calificativo de «pequeña» —señaló Paula.


—Vosotras seguís siendo mis niñas. Siempre lo habéis sido desde que murieron vuestros padres. Cada vez que pienso en que ella se va a casar, y ya solo quedan unos días, se me saltan las lágrimas. Adoro a Teo, y a lo sabes — pensando en su futuro sobrino, se sonó suavemente la nariz—. Es un hombre maravilloso, y yo sabía desde el principio que hacían muy buena pareja, pero todo ha sido tan rápido que…


—Dímelo a mí. Apenas he tenido tiempo de organizar nada. No entiendo cómo se puede señalar fecha de boda con tan solo tres semanas de adelanto. Habrían hecho mucho mejor en fugarse.


—Por favor, no digas eso —escandalizada, Coco se guardó su pañuelo en el bolsillo—. Me habría puesto furiosísima si me hubieran mantenido al margen. Y si crees que puedes engañarme cuando a ti te llegue el momento, estás muy equivocada.


—Pasarán años antes de que a mí me llegue ese momento, si es que me llega —meticulosamente, Paula se puso a ordenar los adornos de boda—. Los hombres se encuentran en un lugar muy bajo de mi lista de prioridades.


—Tú y tus listas —replicó Coco, chasqueando la lengua—. Déjame decirte algo, Pau : lo único que no puedes planificar en esta vida es enamorarte. Tu hermana no lo planificó, y mírala ahora. Tu momento te puede llegar antes de lo que esperas. Mira, esta misma mañana he estado leyendo los posos del té y…


—Oh, tía Coco. Los posos del té otra vez no, por favor…


—He leído cosas fascinantes en los posos del té. Después de nuestra última sesión de espiritismo, pensaba que te habías vuelto menos escéptica…


—Bueno, quizá ocurrió algo en esa sesión, pero…


—¿Quizá?


—De acuerdo, algo ocurrió —suspirando, Paula se encogió de hombros—. Sé que Catalina tuvo una imagen…


—Una visión.


—Lo que sea… una visión del collar de esmeraldas de la bisabuela Bianca — pensó, aunque no llegó a decirlo, que le había parecido espeluznante la perfección con que Catalina había podido describirlo, a pesar de que hacía décadas que nadie había visto aquel collar—. Y nadie que hay a vivido en esta casa podría negar que se puede percibir… alguna presencia o fenómeno extraño en la torre de Bianca.


—¡Ajá!


—Pero eso no quiere decir que me vaya a poner ahora a ver cosas en una bola de cristal.


—Eres de miras muy estrechas, Pau. No sé a quién has podido salir. Tal vez a mi tía Carolina. Fred, no te comas el bordado irlandés… —amonestó al cachorro, que estaba mordiendo la colcha de la cama de Paula—. En cualquier caso, estábamos hablando de los posos del té. Bueno, cuando esta mañana los estaba leyendo, vi a un hombre.


Paula se levantó para esconder en su armario las decoraciones que había comprado.


—Viste a un hombre en tu taza de té.


—Pues sí. Vi a un hombre, y tengo el fuerte presentimiento de que se encuentra muy cerca.


—Quizá sea el fontanero. Lleva días diciendo que está a punto de dejarse caer por aquí.


—No, no es el fontanero. Este hombre… está cerca, pero no es de la isla — entornó los párpados, como siempre hacía cuando tenía visiones o ejercitaba sus poderes mentales—. De hecho, está a muy escasa distancia de aquí. Va a formar parte importante de nuestras vidas. Y, estoy seguro de ello, ejercerá una influencia trascendental sobre una de vosotras.


—Que se lo lleve Lila —sugirió Paula, pensando en su hermana mayor —. Por cierto, ¿dónde está?


—Había quedado con un tipo a la salida del trabajo. No sé si era Rod, o Tod, o Dominick.


—Maldita sea —Paula recogió su chaqueta para colgarla cuidadosamente en una percha del armario—. Se suponía que teníamos que revisar todos esos papeles en el almacén. Tenemos que encontrar alguna pista que nos lleve al escondite de esas esmeraldas.


—Las encontraremos, querida —distraída, Coco se puso a curiosear el resto de las compras—. Cuando llegue el momento, la propia Bianca nos lo dirá. Creo que muy pronto volverá a manifestarse.


—Pues yo creo que vamos a necesitar algo más que una fe ciega y visiones místicas. Bianca tuvo que haberlas escondido en alguna parte —frunciendo el ceño, Paula volvió a sentarse en la cama.


No le preocupaba tanto el dinero, aunque se decía que las esmeraldas de la familia Chaves valían una verdadera fortuna, como la publicidad provocada por la compra de Las Torres por parte de Teo, el prometido de su hermana. A partir
de aquel momento, la vieja leyenda había salido a la luz pública. Y los planes de la propia Paula de llevar una existencia tranquila y ordenada se habían visto definitivamente frustrados.






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