martes, 18 de junio de 2019
CAPITULO 8 (TERCERA HISTORIA)
Pedro ya se estaba despertando, pero todavía estaba un poco atontado. Oía en la distancia el sonido adorable de voces de mujer. Voces bajas, suaves, tranquilizantes. Como si fuera una música que lo arrullaba dentro y fuera del sueño.
Cuando volvió la cabeza, Pedro sintió una delicada caricia femenina en la frente. Abrió lentamente los ojos, todavía irritados por el agua salada del mar. La tenue luz de la habitación le pareció borrosa, entrecerró los ojos e intentó enfocar la mirada.
Había cinco mujeres, advirtió soñador. Cinco estupendos paradigmas de feminidad. A un lado de la cama estaba una mujer rubia, de una belleza poética, observándolo con preocupación.
A los pies, una morena alta y elegante, que
parecía al mismo tiempo impaciente y compasiva. Otra mujer, mayor que las otras, de cabello cano y regia figura, le sonreía radiante. A su lado, una joven de ojos verdes y pelo azabache, inclinaba la cabeza y sonreía con cierto recelo.
Y después estaba su sirena, sentada a su lado con una bata blanca y su fabulosa melena cayendo en salvajes rizos hasta su cintura. Pedro debió hacer algún gesto, porque de pronto todas se acercaron, como si quisieran ofrecerle consuelo. La sirena cubrió su mano con la de ella.
—Supongo que esto es el cielo —consiguió decir Pedro a pesar de la sequedad de su garganta—. Por esto merece la pena morir.
Riendo, Paula le estrechó los dedos.
—Una bonita idea, pero estás en Maine —le corrigió. Levantó una taza y se la acercó a los labios—. No estás muerto, solo cansado.
—Sopa de pollo —Coco dio un paso adelante y le estiró las sábanas—. ¿No te parece apetecible, querido?
—Sí —imaginar algo caliente deslizándose por su garganta le parecía glorioso. Aunque le dolía al tragar, tomó ávidamente otro sorbo—. ¿Quiénes son ustedes?
—Somos las Chaves —contestó Paula desde los pies de la cama—. Bienvenido a Las Torres Chaves. Había algo en aquel apellido que le resultaba familiar, pero era algo que no conseguía retener, como el sueño de ahogarse.
—Lo siento, pero no sé por qué estoy aquí.
—Te trajo Paula —le explicó Catalina—. Ella…
—Tuviste un accidente —Paula interrumpió a su hermana y sonrió—. Pero ahora no te preocupes por eso. Deberías descansar.
No era una cuestión de que debiera o no hacerlo. Pedro ya se sentía a punto de dormirse otra vez.
—Eres Paula —dijo somnoliento. Mientras se hundía en el sueño, repitió el nombre, encontrándolo suficientemente lírico como para soñar con él.
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