martes, 4 de junio de 2019
CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula se sumergió de golpe en el agua fría de la piscina. Y empezó a nadar sus habituales cincuenta largos. No había nada que le gustara más que empezar el día con un vigoroso ejercicio físico. Un ejercicio que la descargara de la tensión acumulada y la pusiera a punto para afrontar una nueva jornada de trabajo.
No le disgustaba trabajar de ayudante ejecutiva en el hotel Bay Watch. Sobre todo desde que gozaba del privilegio de utilizar la piscina del hotel antes de que se llenara de clientes. Mayo tocaba a su fin y cada vez hacía más calor.
Por supuesto, aquello no era nada comparado con las temperaturas de mediados del verano, pero la mayor parte de las habitaciones estaban y a ocupadas, lo que significaba que a Paula no le faltaba trabajo.
Mientras nadaba, pensó que al cabo de un año sería ya directora de El Refugio de Las Torres.
Un hotel de la cadena de St. James. El objetivo que se había marcado desde que aceptó su primer trabajo a tiempo parcial como recepcionista de hotel, con solo dieciséis años, estaba y a al alcance de su mano.
No podía negar que, de vez en cuando, le molestaba pensar que ese trabajo solamente sería suyo porque Teo iba a casarse con su hermana. Pero ese pensamiento siempre acababa por fortalecer su voluntad de demostrar a todo el mundo que se lo merecía. Que era la persona más capacitada para ese puesto.
Al cabo de un año llegaría a dirigir un hotel de élite, perteneciente a una de las cadenas más importantes del país. Y no simplemente un hotel, se recordó, sino Las Torres. Parte de su propia herencia, de su propia historia, de su propia familia.
Las diez lujosas suites que Teo pretendía crear en el ala oeste estarían bajo su directa responsabilidad. Y si sus previsiones eran ciertas, el aura legendaria que rodeaba Las Torres mantendría esas suites llenas durante todo el año. Haría un trabajo estupendo, excepcional; estaba segura de ello. Cada cliente de las Torres volvería a su casa con el recuerdo de un excelente e impecable servicio.
No tendría ya que depender de un exigente y quisquilloso superior, ni frustrarse al ver que ella hacía el trabajo y otros se llevaban los beneficios, o el mérito. Al final, el éxito o el fracaso serían solamente suyos. Solo era cuestión de esperar a que se reformara el edificio.
Y el curso de esos pensamientos la llevaba inevitablemente a Pedro Alfonso.
Ciertamente esperaba que Teo supiera lo que estaba haciendo al haberlo contratado. Lo que más la desconcertaba era cómo un hombre tan refinado y sofisticado como Teo St. James III había podido hacer amistad con un tipo como Alfonso.
Paula continuó nadando con energía. No se arrepentía ni por un momento de la grosería con la que lo había tratado. Aquel tipo se había comportado con tanta arrogancia e insolencia desde el momento en que lo conoció… Y, además, se había atrevido a besarla. Ella no lo había animado en absoluto a hacerlo. Pero él había esbozado una estúpida sonrisa y la había besado.
No había disfrutado de ese beso, por supuesto.
Si Catalina no hubiera entrado en aquel preciso instante, le habría dado su merecido a Alfonso.
El problema era que no había podido hacerlo.
No era posible que se sintiera atraída por un tipo duro, habituado al parecer a la vida al aire libre, de grandes manos callosas y viejas botas llenas de polvo. No era tan estúpida como para dejarse atraer por un par de ojos verdes como los suyos, siempre con aquel brillo de diversión. Su imagen de hombre ideal incluía un cierto refinamiento, finos modales, cultura y una cierta aura de éxito.
Cuando estuviera interesada en entablar una relación, esos serían sus requisitos. Abstenerse vaqueros arrogantes.
Quizá había creído vislumbrar algo tierno en aquel tipo cuando les habló a los niños, pero eso no bastaba para compensar sus otros defectos.
Recordaba muy bien sus flirteos con Coco durante la cena. Había logrado divertir a Catalina con anécdotas de sus tiempos de estudiante con Teo en la universidad, y había
respondido de buen humor a las preguntas que los críos le habían hecho sobre indios, vaqueros y caballos.
Pero había mirado a Susana con demasiado detenimiento para el gusto de Paula, aunque también con una cierta sospecha. Sí, debía de ser un impenitente mujeriego. Si Lila hubiera estado presente, probablemente habría flirteado asimismo con ella. Pero Lila, por lo que se refería a los hombres, sabía muy bien cómo defenderse.
Susana era diferente. Era hermosa, sensible y vulnerable. Su ex marido le había hecho sufrir mucho, y nadie, ni siquiera el arrogante Pedro Alfonso tendría la menor oportunidad de infligirle más daño. La propia Paula se aseguraría de ello.
Esa vez, cuando por enésima vez llegó al extremo de la piscina, creyó ver a alguien en el borde.
—Buenos días —le sonrió Pedro. El sol arrancaba reflejos cobrizos a su cabello despeinado—. Veo que gozas de una buena forma física.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí?
—¿Aquí? —señaló con el pulgar el edificio del hotel, a su espalda—. Bueno, como dicen los vaqueros, he colgado mi sombrero en este sitio. Habitación 320.
—¿Estás alojado en el Bay Watch? —Paula apoyó los brazos en el borde de la piscina—. Me lo figuraba.
Sin dejar de sonreír, Pedro se puso en cuclillas.
Y contempló admirado la blancura de su piel, que parecía una característica de las Chaves.
—Una buena manera de comenzar el día.
—Lo era —frunció el ceño.
—Puestos a preguntar… ¿qué estás haciendo tú aquí?
—Yo trabajo aquí.
—¿Ah, sí? —pensó que las cosas se estaban poniendo cada vez más interesantes.
—Soy ayudante ejecutiva.
—Vaya —señaló el agua—. ¿Y estás comprobando la temperatura del agua de la piscina para los clientes? Eso sí que es dedicación.
—La piscina no se abre hasta las diez.
—No te preocupes —enganchó los pulgares en las trabillas de sus vaqueros—. Todavía no estaba pensando en darme un chapuzón —lo que sí había pensado hacer era dar un paseo, largo y solitario. Pero eso había sido antes de verla nadar —. Supongo que, entonces, si tengo alguna pregunta sobre el hotel, podría hacértela a ti.
—Así es —Paula se acercó a la escalerilla para salir de la piscina. Su traje de baño color azul zafiro, de una sola pieza, se ceñía a su cuerpo como una segunda piel—. ¿Te resulta satisfactoria tu habitación?
—¿Mmm? —pensó que aquellas piernas parecían haber sido diseñadas para hacer sudar a un hombre. Tan largas y bien torneadas…
—Tu habitación —repitió mientras recogía su toalla—. ¿Te satisface?
—Me satisface mucho —fue subiendo la mirada desde sus finos tobillos hasta sus muslos y caderas—. Creo que, por ese precio, la vista merece mucho la pena.
Paula se puso la toalla al cuello.
—La vista de la bahía es gratis… así como el desayuno europeo que ahora mismo están sirviendo en el restaurante. Supongo que querrás aprovecharlo.
—He descubierto ya que un par de cruasanes y una taza de café nunca logran saciar del todo mi apetito —como no quería que se marchara todavía, le agarró la toalla de los dos extremos—. ¿Por qué no te sientas a disfrutar conmigo de un desayuno de verdad?
—Lo siento —el corazón se le estaba acelerando de una manera preocupante —. A los empleados no se nos permite relacionarnos con los clientes.
—Supongo que podríamos hacer una excepción en este caso, dado que somos… viejos amigos.
—Ni siquiera somos nuevos amigos.
«Otra vez esa sonrisa» , pensó Paula. Lenta, insistente, demasiado conocedora.
—Eso es algo que podríamos arreglar delante de un buen desayuno.
—Lo siento. No estoy interesada —empezó a volverse, pero Pedro se lo impidió al no soltar la toalla.
—En el lugar del que procedo la gente es un poquito más amable.
Dado que no le dejaba más remedio, Paula se quedó donde estaba.
—Y en el lugar del que procedo yo, la gente es muchísimo más amable. Si tienes algún problema con el servicio durante tu estancia en Bay Watch, estaré encantada de atenderte. Si tienes alguna pregunta más sobre Las Torres, te la responderé con mucho gusto. Pero, aparte de eso, no tenemos nada que hablar.
La observó pacientemente, admirando su capacidad de adoptar un frío tono de voz que desmentía el brillo de sus ojos. Aquella era una mujer dotada de un gran control de sí misma. Y con muchas agallas.
—¿A qué hora comienza tu jornada aquí?
—A las nueve. Y ahora, si me disculpas, me gustaría vestirme.
Pedro alzó la mirada para comprobar la situación del sol.
—Me parece que todavía dispones de una hora antes de que tengas que entrar. Y por tu manera de moverte, no tardarás ni media en prepararte.
Paula cerró los ojos por un instante, a punto de estallar.
—Pedro, ¿es que estás intentando irritarme?
—No tengo ninguna necesidad. Ya te irritas tú sola —con aparente naturalidad tiró de los dos extremos de la toalla, acercándola hacia sí. Sonrió al ver que levantaba rápidamente la cabeza—. ¿Lo ves?
Paula estaba disgustada consigo misma por la forma en que se le había acelerado el corazón, y por el nudo de tensión que sentía en el estómago.
—¿Qué te pasa, Alfonso ? —preguntó—. Ya te he dejado meridianamente claro que no estoy interesada.
—¿Seguro? —la acercó aún más. El humor que hasta ese momento había brillado en sus ojos se había transformado al instante en algo completamente distinto. Algo tan oscuro y peligroso como excitante—. Eres como un manantial de agua fresca. Cada vez que estoy cerca de ti, me entra una sed terrible —con un último tirón, le hizo perder el equilibrio y cayó directamente sobre él. Las manos se le quedaron aprisionadas contra su poderoso cuerpo—. Y ese pequeño sorbo que tomé ayer no fue ni mucho menos suficiente —inclinando la cabeza, le mordisqueó el labio inferior.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Jajajajajaja me encanta esta historia.
ResponderEliminarEs tremendo este PP!! Jajajaja
ResponderEliminar