sábado, 1 de junio de 2019

CAPITULO FINAL (PRIMERA HISTORIA)





Al terminar sentía los hombros rígidos. Los movió un poco y fue a salir de debajo del coche cuando se dio cuenta de que la radio había dejado de sonar.


Giró la cabeza. Y vio a Pedro de pie junto al banco de trabajo. Se le cayó al suelo la llave inglesa que sostenía.


—¿Qué haces aquí?


—Esperar que termines —solo podía pensar en lo fabulosa que estaba—. ¿Cómo te encuentras?


—Ocupada —sacudida por el dolor, se volvió para darle al interruptor de la pared. El elevador gimió al bajar el vehículo—. Supongo que has venido por la casa.


Sí, se puede decir que una gran parte de lo que me trae aquí se debe a eso.


—Esperábamos tener noticias del abogado.


—Lo sé.


Cuando el coche quedó sobre el suelo, tomó un trapo y se limpió las manos, con la vista clavada en ellas.


—Amelia es quien se ocupa de los detalles. Si necesitas aclarar algo, está en el Bay Watch.


—Lo que necesito aclarar te atañe a ti. A nosotros.


Ella alzó la vista, luego dio un paso atrás al ver que se había situado casi a su lado.


En realidad no tengo nada que decirte.


—De acuerdo, entonces hablaré yo. Dentro de un minuto.


Se movió con rapidez. Sin embargo, Paula tuvo la certeza de que si hubiera esperado su movimiento, podría haberlo esquivado. Aunque no estuvo segura de que lo hubiera intentado.


Era tan grato y justo que la boca de él le cubriera los labios, que las manos le enmarcaran la cara. El orgullo le falló lo suficiente como para hacer que le aferrara las muñecas mientras dejaba que sus necesidades fluyeran en ese beso.


—Llevo tres semanas y media pensando en esto —murmuró él.


—Vete, Pedro—cerró los ojos con fuerza.


—Paula…


—Maldito seas, he dicho que te vayas —se soltó y se dio la vuelta para apoyar las manos en el banco—. Te odio por venir aquí, por hacer que quede otra vez como una tonta.


—No eres tú la tonta. Nunca lo has sido.


Cuando la mano de él le rozó levemente el hombro, agarró un martillo y giró en redondo.


—Si vuelves a tocarme, que Dios me ayude, te romperé la nariz.


La miró y vio que en sus ojos ardía otra vez el fuego.


—Menos mal. Has regresado —encantado pero cauto, levantó una mano—. Escúchame, por favor. Primero los negocios.


—Mis negocios contigo están cerrados.


—Ha habido un cambio de planes —sacó unas monedas de la lata que había en el banco—. ¿Puedo invitarte a un refresco?


—No. Di lo que tengas que decir, luego lárgate.


Él se encogió de hombros, se dirigió a la máquina expendedora e introdujo las monedas. Fue en ese momento cuando Paula se dio cuenta de que llevaba puestos unos botines.


—¿Y que es eso?


—¿Estos? —sonrió al abrir la lata—. Zapatos nuevos. ¿Te gustan? —al ver que la única respuesta de ella era quedarse boquiabierta, bebió un trago—. Sé que no es mi imagen habitual, pero las cosas cambian. Algunas cosas han cambiado. ¿Te importaría dejar ese martillo?


—¿Qué? Oh, de acuerdo —lo dejó sobre el banco—. Has dicho que los planes habían cambiado. ¿Significa eso que has decidido no comprar Las Torres?


—Sí y no. ¿Prefieres que vayamos a tu oficina a hablarlo?


—Maldita sea, Pedro, simplemente dime qué está pasando.


—Muy bien. Es esto. Tomamos un ala, la oeste, creo, para que no involucre la torre de Bianca. La restauramos por completo. Yo prefiero salvaguardar el material original hasta donde sea posible y, siempre que sea factible, reconstruir de acuerdo con los planos originales. Debería mantener su aire de fin de siglo. Eso será parte del acuerdo.


—¿El acuerdo? —repitió, perdida.


—Podemos obtener fácilmente diez suites sin poner en peligro la arquitectura. Si no me falla la memoria, la sala de billar será excelente como comedor, con la torre oeste preparada para ofrecer veladas más íntimas y fiestas privadas.


—¿Diez suites?


—En el ala oeste —corroboró él—. Con preferencia hacia la estética y la intimidad. Hemos de devolver su funcionamiento a todas las chimeneas. Creo que con lo que ofreceremos, dispondremos de una clientela para todo el año y no solo para la temporada.


—¿Qué vas a hacer con el resto de la casa?


—Eso dependerá de ti y de tu familia —dejó la lata a un lado y se acercó a ella—. Tal como yo lo veo, podríais vivir con comodidad en las dos primeras plantas y el ala este. Dios sabe que sobra espacio.


Confusa, se llevó los dedos a las sienes.


—¿Seríamos tus inquilinas?


—No es exactamente lo que yo tenía en mente. Pensaba más en una sociedad —le tomó la mano y la observó—. Tus nudillos han sanado.


—¿Qué clase de sociedad?


—La Corporación Alfonso pone el dinero para la restauración, la publicidad y cosas por el estilo. En cuanto el balneario, en este caso me gusta más que hotel, en cuanto esté operativo, repartimos los beneficios al cincuenta por ciento.


—No lo entiendo.


—Es muy sencillo, Paula. —le alzó la mano y le besó un dedo—. Las dos partes ceden. Nosotros tenemos nuestro hotel y vosotras vuestro hogar. Nadie pierde.


Ella apagó la breve llama de la esperanza por temor a sentirla.


—No veo cómo podría funcionar. ¿Por qué alguien querría alojarse en el hogar de otras personas?


—Es un hito —le recordó, besándole otro dedo—. Con una leyenda, un fantasma y un misterio. Pagarán bien por estar aquí. Y cuando prueben la bullabesa de Coco…


—¿La tía Coco?


—Ya le he ofrecido el puesto de chef. Está encantada. Sigue pendiente la cuestión de quién lo dirigirá, pero creo que es un puesto perfecto para Amelia, ¿no te parece? —sus ojos irradiaron alegría al besarle el tercer dedo.


—¿Por qué haces esto?


—Soy un hombre de negocios. Y esto ofrece un buen negocio. Ya he comenzado el estudio de mercado —le giró la mano y apoyó los labios sobre la palma—. Es lo que le he dicho a mi junta directiva. Pero creo que tú sabes realmente lo que pasa.


—Yo no sé nada —apartó la mano para ir hacia las puertas abiertas del taller —. Lo único que sé es que regresas con un plan descabellado…


—Es un plan muy sólido —corrigió—. No soy una persona dada a los planes descabellados. Al menos nunca lo he sido —se acercó y la tomo por los hombros —. Quiero que retengas tu hogar, Paula.


—Así que lo haces por mí —cerró los ojos.


—Por ti, por tus hermanas, por Coco, incluso por Bianca —la giró para que lo mirara—. Y lo hago por mí. Querías mantenerme despierto por las noches, y lo has conseguido.


—La culpabilidad obra milagros —logró esbozar una sonrisa débil.


—No tiene nada que ver con la culpa. Nunca ha sido así. Pero sí con el amor. Con estar enamorado. No te apartes —musitó cuando ella quiso soltarse—. Los negocios ya han acabado por hoy. Ahora solo estamos tú y yo. No puede ser más personal.


—Para mí todo es personal, ¿no lo entiendes? —manifestó ella con las manos cerradas a los costados—. Viniste aquí y cambiaste todo en mi vida, y luego te marchaste. Y ahora vuelves y me comunicas que has alterado tus planes.


—No eres la única cuya vida se ha alterado. Desde que te conocí, nada ha sido igual para mí —sintió una oleada de pánico. Paula no iba a brindarle otra oportunidad—. Yo no pedí esto. No lo quería.


—Oh, dejaste bien claro lo que no querías —lo empujó sin lograr apartarlo—. No tienes derecho a empezar esto otra vez.


—Al cuerno con los derechos —la sacudió—. Intento decirte que te amo. Es la primera vez para mí, y no vas a convertirlo en una discusión.


—Lo convertiré en lo que me apetezca —espetó, furiosa cuando se le quebró la voz—. No voy a permitir que vuelvas a hacerme daño. No voy a… —se quedó quieta con los ojos muy abiertos—. ¿Has dicho que me amabas?


—Cállate y escucha. He pasado tres semanas y media sintiéndome vacío y desgraciado sin ti. Me fui porque pensé que podría hacerlo. Porque pensé que era lo justo y mejor para los dos. Lógicamente, lo era. Sigue siéndolo. No nos parecemos en nada. No encuentro ningún porcentaje de probabilidades favorables en arriesgar nuestros futuros cuando sé que estarías mejor con otra persona. Con alguien como Finney.


—¿Finney ? —se le escapó una risa—. Oh, es fantástico —mientras sus emociones remolineaban, lo golpeó en el pecho—. Te diré una cosa. ¿Por qué no te llevas tu porcentaje a Boston y sacas un gráfico? Y ahora déjame en paz. Tengo trabajo.


—No he terminado —cuando ella abrió la boca para maldecir, Pedro dejó que lo dominara el instinto y la besó hasta que se tranquilizó. Tan jadeante como ella, apoyó la frente contra la de Paula—. No tiene nada que ver con la lógica o
los porcentajes —sin soltarla, dio un paso atrás para poder verla—. Paula, cada vez que me decía que no creía en el amor ni en los matrimonios eternos, recordaba cómo me sentía contigo.


—¿Cómo? ¿Cómo te sentías conmigo?


—Vivo. Feliz. Y sabía que no volvería a sentirme de esa manera a menos que regresara —la soltó—.Paula una vez me dijiste que lo que teníamos podía ser la mejor parte de mi vida. Tenías razón. No sé si lograré que funcione, pero necesito intentarlo. Te necesito.


Paula se dio cuenta de que él tenía miedo. 


Incluso más que ella. Sin quitarle la vista de encima, alzó una mano a su cara.


—Puedo ofrecerte una garantía por un amortiguador, Pedro. No por esto.


—Me conformo con que me digas que todavía me amas, que me darás otra oportunidad.


—Todavía te amo. Pero no puedo darte otra oportunidad.


—Paula…


—Porque aún no has tomado la primera —lo besó con suavidad dos veces—. ¿Por qué no la tomamos juntos? —rio cuando él la pegó a su cuerpo—. Te vas a llenar de grasa.


—Tendré que acostumbrarme —después de dar unas vueltas, se apartó para estudiarla. Todo lo que necesitaba estaba en esos ojos—. Te amo, Paula. Te amo mucho.


—Tendré que acostumbrarme a eso —le acarició la mejilla—. Quizá necesite que lo repitas cien veces —Pedro se lo repitió mientras la abrazaba, mientras le llenaba la cara de besos, mientras se demoraba en el sabor de su boca—. Creo que funciona —murmuró—. Quizá deberíamos cerrar las puertas del taller.


—Déjalas abiertas —volvió a retroceder, luchando para despejarse la cabeza —. Sigo siendo lo bastante Alfonso como para querer hacer las cosas en su orden adecuado, pero el control se me escapa.


—¿Y a qué orden te refieres? —sonriendo, pasó un dedo por la camisa de él para juguetear con el botón superior.


—Espera —encendido, apoyó una mano sobre la de Paula—. He pensado en esto durante todo el trayecto desde Boston. Lo reviví de muchas maneras distintas. Te invitaría a cenar otra vez, beberíamos un poco de vino y habría muchas velas, o pasearíamos por el jardín al anochecer —miró en torno al taller. «Madreselva y aceite de motores» , pensó. «Perfecto» —. Pero estos parecen el momento y el lugar adecuados —sacó un estuche pequeño del bolsillo, lo abrió y se lo entregó a ella—. En una ocasión dijiste que si te ofrecía un diamante, te reirías en mi cara. Pensé que podría tener más suerte con una esmeralda.


Paula contuvo las lágrimas al contemplar la piedra de un verde intenso en su sencillo engaste de oro. Brillaba para ella, llena de esperanza y promesas.


—Si es una proposición, no te hace falta nada de suerte —lo miró con ojos húmedos y brillantes—. La respuesta siempre fue sí.


—Vayamos a casa —dijo después de introducirle el anillo en el dedo.


—Sí —le tomó la mano—. Vayamos a casa.





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