miércoles, 10 de julio de 2019

CAPITULO 10 (CUARTA HISTORIA)




Paula se sintió complacida de ver atestado el aparcamiento de la tienda.


Algunas personas miraban las plantas anuales mientras una pareja joven deliberaba sobre las rosas. Una mujer con un embarazo enorme daba vueltas con algunas macetas mixtas. El pequeño que iba a su lado sostenía un geranio como si fuera una bandera.


Carola cerraba una venta y coqueteaba con el joven que sostenía una urna de cerámica con unas begonias rosas.


—A tu madre le van a encantar —comentó mientras agitaba sus pestañas largas—. No hay nada como las flores para un cumpleaños. O cualquier ocasión. Tenemos los claveles en oferta —sonrió y se apartó el pelo castaño de la cara—. Por si tienes novia.


—Bueno, no… —carraspeó—. En realidad, ahora no.


—Oh —la sonrisa subió varios grados de calidez—. Es una pena —le entregó el cambio—. Ven cuando quieras. Por lo general me encontrarás aquí.


—Claro. Gracias —miró por encima del hombro y a punto estuvo de chocar con Paula—. Oh, lo siento.


—No pasa nada. Espero que le gusten a tu madre —riendo entre dientes, se reunió con su coqueta empleada en la caja—. Eres asombrosa.


—¿No era un tesoro? Me encanta cuando se ruborizan. Bueno —le sonrió a Paula—. Has vuelto temprano.


—No tardé tanto como había pensado —no consideró necesario añadir que había recibido una ayuda inesperada y no deseada. Carola era una trabajadora estupenda, una hábil vendedora y una consumada cotilla—. ¿Cómo va todo por aquí?


—En marcha. Todo este sol debe estar inspirando a la gente a renovar el jardín. Oh, volvió la señora Russ. Le gustaron tanto los narcisos, que hizo que su marido le abriera otra ventana para poder comprar más. Como estaba
predispuesta, le vendí dos hibiscos… y dos de esas macetas de terracota para plantarlos.


—Te quiero. La señora Russ te quiere y el señor Russ va a aprender a odiarte. —Carola rio y ella miró a través de los cristales—. Iré a ver si puedo ayudar a esas personas a decidir qué rosas quieren.


—Son el señor y la señora Halley. Acaban de casarse, los dos son camareros en Capitan Jack y acaban de comprarse una casita. Él estudia para ser ingeniero y en septiembre ella va a empezar a enseñar en la escuela primaria.


—Como he dicho, eres asombrosa —rio Paula, moviendo la cabeza.


—No, solo curiosa —Carola sonrió—. Además, la gente compra más si le hablas. Y sabes que a mí me encanta hablar.


—De lo contrario, tendría que cerrar la tienda.


—Trabajarías el doble, si eso fuera posible —agitó una mano sin dejar que Paula pudiera protestar—. Antes de que te vayas, he estado preguntando por ahí para ver si alguien necesitaba un trabajo a tiempo parcial. Aún no ha habido suerte.


Paula pensó que no tenía sentido quejarse.


—Tan adelantada la temporada, todo el mundo trabaja ya.


—Si Tomy el chiflado Parotti no hubiera abandonado la nave…


—Cariño, tuvo la oportunidad de hacer algo que siempre había querido. No podemos culparlo por eso.


—Tú no —musitó Carola—. Paula, no puedes seguir haciendo todo el trabajo de campo. Es demasiado duro.


—Nos vamos arreglando —repuso distraída, pensando en la ayuda que había tenido aquel día—. Escucha, Carola, después de ocuparnos de estos clientes, he de realizar otra entrega. ¿Podrás encargarte de todo hasta el cierre?


—Claro —suspiró—. Yo tengo un taburete y un ventilador, eres tú la que maneja el pico y la pala.


Una hora más tarde, se detenía ante la cabaña de Pedro. «No es solo un impulso» , se dijo. Y tampoco porque quisiera presionarlo. Y bajo ningún concepto porque deseara su compañía. 


Pero era una Chaves, y los Chaves
siempre pagaban sus deudas.


Se dirigió hacía los escalones que daban al porche, y de nuevo pensó que era un lugar precioso. Le faltaban unos pequeños toques… una enredadera por la barandilla, unos lechos de aguileñas y consueldas, con un poco de dragoncillos y lavandas.


Podría ser como una cabaña de cuentos de hadas… pero el hombre que vivía en ella no creía en los cuentos de hadas.


Llamó a la puerta al tiempo que notaba que el coche estaba allí. Igual que antes, rodeó la casa, pero en esta ocasión Pedro no estaba en el barco. 


Se encogió de hombros y decidió que haría aquello para lo que había ido.


Ya había elegido el lugar, entre el agua y la casa, donde el arbusto se vería y se disfrutaría desde lo que había decidido que era la ventana de la cocina. No era mucho, pero añadiría algo de color al vacío patio de atrás. Bajó lo que necesitaba y se puso a cavar en la tierra.



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